Hay momentos en que el periodismo recompone su relación con la sociedad y muestra la importancia de su labor de denuncia o simplemente de espejo de la realidad, especialmente a la hora de evidenciar las contradicciones, medias verdades e incluso mentiras que se esconden tras el poder. El ejemplo más paradigmático para respaldar este argumento es sin duda el Caso Watergate. El trabajo de los periodistas del Washington Post Bob Woodward y Carl Bernstein permitió destapar como los “fontaneros” de la Casa Blanca habían colocado micrófonos en el cuartel general demócrata, situado en el emblemático complejo hotelero y de oficinas de Washington. Entre los condenados por el asalto estaba el enigmático E. Howard Hunt, espía “numerario” de la CIA que entró y salió de la agencia durante sus años más tenebrosos y que, al final de su vida, desveló siniestros nexos de unión gubernamentales con el asesinato de John F. Kennedy. A la investigación de la prensa, le siguieron la del juez Sirica, un comité del Senado y la oficina especial creada para el caso. Las mentiras de Nixon, conocido con el “cariñoso” diminutivo de Tricky Dicky (“Dicky el tramposo”), acabaron con su dimisión en 1974 para evitar ser procesado. Atrás dejaba un reguero de sangre en Vietnam, Laos, Camboya o Chile, y una sociedad norteamericana dividida, cuyo enfrentamiento propició y aprovechó para conseguir un segundo mandato.
Otro emblemático ejemplo que une debates sobre la libertad de expresión y la seguridad nacional es el caso de Los Papeles del Pentágono. Una historia que ahora recupera la película estrenada por Steven Spielberg, en una nueva incursión como narrador de la sociedad norteamericana en los años más convulsos del siglo XX, en la misma estela que Oliver Stone. En la cinta, Meryl Streep da vida a la carismática editora del Washington Post Katherine Graham, y Tom Hanks al mítico director Ben Bradley, una pareja imprescindible en los anales del periodismo del siglo XX junto a sus empleados Woodward y Bernstein. Los Archivos del Pentágono son una serie de documentos que analizan las razones de la intervención de Estados Unidos en Vietnam, antes Indochina. El informe, calificado como 'Alto Secreto', fue encargado en 1967 por el entonces Secretario de Defensa, Robert McNamara, y recoge con todo lujo de detalles las conspiraciones del poder para involucrar cada vez más a Estados Unidos en el conflicto durante las presidencias de Truman, Eisenhower, Kennedy y Johnson. Uno de los autores materiales del informe, el analista Daniel Ellsberg, a quien hoy podríamos comparar con Edward Snowden o Julian Assange, decide, harto de las mentiras del gobierno, filtrar la información a su amigo Neil Sheehan, periodista del New York Times dónde fue publicada, así como en el Post y otros medios. El conflicto de intereses llegó al Tribunal Supremo que, en una célebre decisión dando prioridad a la libertad de expresión y la de información, estableció argumentos como que: “a menos que la Constitución haya sido cambiada, toda censura previa es anticonstitucional”.
De manera mucho más cercana, en los 90 comenzó a destaparse una versión española del terrorismo de estado materializada en los GAL. El caso Roldán y su rocambolesca huida asiática, o los casos de corrupción que afectaron a la financiación de los dos principales partidos de ámbito estatal han seguido desmotando algunas mentiras a través de la vía periodística y judicial. La red del “3%” vinculada a Convergència i Unió, y el caso Gürtel presuntamente relacionado con el Partido Popular y en especial con su marca Comunidad Valenciana, continúan dando revelaciones cada día que aportan claros indicios de que, siempre presuntamente, alguien miente y muchos roban en beneficio propio y/o de un partido. Una situación ambivalentemente curiosa respeto a otros penados y prófugos es la de Iñaki Urdangarín, condenado por la justicia español a seis años y tres meses de cárcel por delitos de malversación, prevaricación, fraude a la administración, tráfico de influencias y varios delitos fiscales, y que a pesar de todo ello reside en Suiza al amparo de los recursos judiciales.
Un caso diferente es el de Carles Puigdemont. La parodia de sí mismo que viene representando desde Bruselas, y ahora por azares del destino en Waterloo, ha quedado recientemente en evidencia gracias al trabajo del Programa de Ana Rosa, de Telecinco. La perspicacia y la perseverancia del periodista Luis Navarro y del reportero gráfico Fernando Hernández, han permitido conseguir una información que confirma, una vez más, que un político dice una cosa cuando está pensando justamente la contraria. Los mensajes de móvil que el fugado mandó al exconseller Toni Comín durante la celebración de una conferencia en Lovaina, y que han sido descubiertos por el programa líder de audiencia de las mañanas en España, tienen su evidente interés dada la relevancia social de su contenido y de quien lo escribe. En ellos Puigdemont se da “por sacrificado” y asegura que el plan de la Moncloa ha triunfado. La imagen, captada en un acto público convocado entre otros por el propio Comín, no ofrece duda de la interpretación que realiza el expresident de su situación mientras, oficialmente, continúa manteniendo sus aspiraciones a la presidencia de la Generalitat de Cantalunya. Él mismo Puigdemont reconoció en un tweet la autoría de los mensajes, evidenciando su condición de humano y de periodista, y reclamando los límites de la intimidad. En caso de la presentación de querellas las instancias judiciales decidirán, pero en España la jurisprudencia sobre la prevalencia del derecho a la información en ejemplos similares es clara. Hasta Cristiano Ronaldo o Messi saben que cuando están jugando un partido de futbol es mejor llevarse la mano a la boca, si quieren evitar que todos se enteren de lo que están comentando con un compañero de equipo durante una retransmisión televisiva.
El siglo XXI avanza con demasiados vicios adquiridos en épocas pasadas y pocas de sus virtudes. Las mentiras esgrimidas desde el poder deberían salir más caras y no incluirlas entre las reglas del juego político, como un mal menor inherente al doble mensaje utilizado en la estrategia de no dar pistas al contrario para “pillarle” desprevenido. Todo ello hace que el periodismo continúe siendo apasionadamente necesario, a pesar de sus evidentes carencias y limitaciones, en la búsqueda de la verdad.