VALÈNCIA. No es en absoluto una excepcionalidad de València, sino básicamente la aplicación local de una homogeneización que escala sin parar, sobre todo desde el boom inmobiliario -y posterior calvario-. Promociones de nuevos edificios que se parecen tanto que parecería que una mano invisible estuviera replicando capas, como en una partida infinita en SimCity. Y algo de eso hay: aunque no es un juego ni la mano es tan invisible.
Saltando por las nuevas islas inmobiliarias, desde los edificios flamantes en Malilla hasta Turianova, hay una sensación de estar ante un paisaje idéntico, por donde apenas se cuela personalización ni atisbos de adaptación al entorno más cercano. Podría ser Malilla, podría ser Zaragoza. Más que una coincidencia de códigos o una similitud de estilo, estamos ante un calco. Si a la comparativa se le añaden nuevos proyectos hospitalarios, de la nueva Fe a la ampliación del Clínic, ya no es que se parezcan entre ellos -algo con lógica histórica- sino que también tienen semejanza respecto a la obra nueva residencial.
Es el color -esas retículas blancas que amenazan con convertirse en el nuevo fondo de pantalla de España- pero son también los materiales, la disposición, las estructuras prefijadas. Si el desarrollismo impuso el ladrillo rojo como instrumento para avanzar rápida y económicamente, ahora son las posibilidades tecnológicas y los avances del sector quienes hacen posible sistematizar a la manera de la moda rápida: conseguir que en todo el proceso de construcción apenas haya diferencias con las previsiones iniciales. Un buen método para lograr eficacia, aunque también trae encorsetamiento, rigidez, y anula las posibilidades de adaptación al entorno, de alumbrar nuevas soluciones arquitectónicas.
Carlos Salazar, directivo del Colegio Territorial de Arquitectos de València, utilizar esta anécdota como ejemplo de la dinámica en curso: “Me encontré con un exalumno que trabajaba para El Corte Inglés y su labor era encontrar solares donde acoplara un proyecto que ya tenían pensado y hecho: un proyecto que ya sabían lo que les costaba (los materiales, las puertas…), por tanto para asegurar la inversión necesitaban encontrar un solar para un edificio concreto que siempre repetían”.
Sistematización, homogeneización, repetición. “Todo es lo mismo, no se sabe en qué ciudad se encuentra uno cuando circula porque las calles, los comercios, los escaparates y los cuerpos que pasean las aceras son los mismos en todas partes”, escribe Sergio Andrés Caballero en la España en la que nunca pasa nada, al estilo con el que Stiegler habla de un proceso de sincronización masiva: “La estandarización de la experiencia a tal escala (...) implica una pérdida de la identidad y de la singularidad subjetiva”. Si bien suele tratarse como un fenómeno que afecta a las ciudades turísticas y a sus centros neurálgicos, va más allá del turismo.
La divulgadora y arquitecta Merxe Navarro lo interpreta a partir de la búsqueda de la mayor eficacia posible: “Desde la tecnología se busca dar respuesta a la normativa y los requisitos técnicos de la forma más eficiente en materiales, durabilidad y plazos de ejecución que repercuten en el coste final de las obras. Anteriormente la respuesta en cuanto a la materialización de la arquitectura tenía la respuesta en la arquitectura vernácula porque eran los sistemas más optimizados para cada momento y ubicación, adaptados no solo al clima sino también a condicionantes de disponibilidad de mano de obra y materiales. Por ejemplo, en México cuando Félix Candela proyecta sus cúpulas de hormigón ínfimo que trabajan en base a la forma, responden a un momento que la mano de obra era barata y el material caro. Circunstancia completamente contraria al momento que se hizo en el Oceanogràfic”.
Es una monotonía -coincide Salazar- que “tiene una razón comercial, como en cualquier disciplina. Hay fórmulas que funcionan. Se trata de amarrar costes, de no aventurarse y tener seguridad de costes. Un asunto de eficacia”.
Ambos introducen, en cambio, otros factores relevantes. Desde paradigmas compartidos sea cual sea el país, en un mismo entorno de las ideas, “donde hasta las franquicias de de los negocios -recuerda Navarro- configuran la imagen de los centros históricos y hace que las ciudades se asemejen entre ellas”. O la importancia de sistemas locales lo suficientemente robustos como para influir: “en València -según Salazar- se ha jugado más al eclecticismo, hay más presencia de aquello se hace fuera”. Un factor de refuerzo para la aplicación de recetas replicables.
La estética o la capa exterior de los edificios, y sus similitudes, no debería equivocar el mayor riesgo de esta repetición constante, que va más allá del aspecto visual: “Lo que es relevante en cada proyecto -concluye Merxe Navarro- es que respondan espacialmente a cada programa, a cada lugar, a sus usuarios”. Y no al revés: el hecho de que los barrios y los entornos próximos sean solo ese solar en el que se deposita un proyecto preconcebido en laboratorio.