Las distopías postapocalípticas son una moda que está pegando fuerte, seguramente por los problemas climáticos que sufre el planeta, entre otros que pueden diezmar la población humana, pero Silo marca la diferencia. Más que alertar sobre los desastres ecológicos, quiere funcionar como metáfora de la sociedad. Arriba la elite, en el medio los de cuello blanco, abajo los de cuello azul. Entremedias, una escalera de caracol enorme que se tarda una vida en subir. Los ascensores están prohibidos por el Pacto constitucional
VALÈNCIA. En el proceso de construcción de la personalidad y la imaginación que son la infancia y la adolescencia, a cada uno nos cae encima lo que nos cae encima. No sé si hay mucho margen de elección. Personalmente, vengo del rebufo de La guerra de las galaxias y el auge de los cómics de ciencia ficción en los 80. Las portadas y viñetas de CIMOC o Zona 84 representaban los mundos donde me escapaba a pasar aventuras en lugar de atender en clase. Ese taladre dura para toda la vida. Me imagino que entre las generaciones anteriores sería la II Guerra Mundial o los vaqueros. Yo también me metí esa droga, pero mi favorita era el espacio.
Eso no quiere decir que me valiera cualquier propuesta. Tenía especial encanto para mí el retrofuturismo, el antiguo futuro. Pero no el de los 60, que tenía demasiadas curvas, sino uno más tristón y de diseño racionalista, el de los 70 y primeros 80. Y ahí hubo un día que para mí marcó un antes y un después, el día que echaron en la tele Atmósfera Cero de Peter Hyams, del que tengo que decir que a mí su 2010: Odisea dos me gusta más que 2001: Una odisea del espacio. La propuesta en Atmósfera Cero era fantástica, consistía en tomar el guión de Solo ante el peligro, llevarlo al espacio y poner a un tío serio como Sean Connery a ejecutarlo como mandan los cánones.
El futuro en el espacio que planteaban era sumamente atrayente. Todo era una mierda, los trabajadores, mineros, estaban explotados y solo pensaban en emborracharse y drogarse. Las colonias de currantes en Júpiter eran una cosa seria, todo corrupción y ley del más fuerte, pero todo valía porque "la producción debe continuar", que cantaban Aviador Dro, un grupo de música muy acorde a las expresiones de ciencia ficción de esta época.
Me enamoré y sigo enamorado de esta película, pero con un sabor agridulce. A nadie le dio por seguir explotando el género y anda y que no había westerns y cine negro que llevar a colonias espaciales. Un famoso escritor barcelonés utilizaba ese truco llevando novelas detectivescas a la Transición y posteriores 80 y se le considera un genio. Yo no tuve suerte, pero ahora con Silo, en cierto modo, creo que ha cambiado.
Silo, de Apple TV, transcurre en uno de esos antiguos futuros. Se trata de una serie de novelas de Hugh Lowey que no he leído, Crónicas del Silo, editadas en España como trilogía por Minotauro. Una distopía en la que supuestamente el aire de la atmósfera se ha vuelto tóxico y la sociedad solo puede sobrevivir en una fortificación de diferentes niveles llamada Silo.
Son 140 pisos unidos por una gran escalera de caracol. La escala social es obvia, arriba está la elite gobernante, en el medio los trabajadores de cuello blanco y abajo, los de cuello azul. Como en la vida actual, la movilidad de arriba abajo es tan reducida que en la serie viene reflejada con la prohibición de construir un ascensor. Lo manda una especie de Constitución que, para deleite de los que ponen en entredicho la nuestra y el proceso que llevó a aprobarla, se llama El Pacto. Hay una alcaldesa que aparentemente gobierna, pero el poder real está en el responsable de la informática y tecnología del lugar y el encargado de la justicia. Este último tiene unos ayudantes curiosos que se denominan "halcones" y no figuran como ciudadanos.
En un modo Pues vete a Cuba de manual, cuando alguien cuestiona el statu quo, se le invita a irse de allí. Salir y respirar el aire tóxico es letal y todos los habitantes se agolpan frente a una ventana para ver cómo mueren los que salen, sin embargo, desde los primeros capítulos surge una duda ¿Es el aire lo que les mata?
Las metáforas sobre los estratos sociales y su interacción son lo más característico de la premisa. Todo el guión está envuelto en esa idea conspirativa de que las elites rigen los destinos de los pueblos distrayéndolos y manipulándolos, como quien gestiona una granja básicamente. Con los capítulos que llevo, el leitmotiv de la serie, el gran engaño, me da un poco igual, lo que me gusta es el papel de sheriff harta de la vida de Rebecca Ferguson.
Recuerda al mencionado Sean Connery de Atmósfera Cero, pero también al Harrison Ford de Blade Runner. Es puro cine negro siguiendo los mitos de Lew Archer o Philip Marlowe, pero en lugar de mostrarnos bajos fondos de lugares conocidos, escenarios de marginalidad mezclados con corrupción en las altas esferas que como burgueses acomodados y temerosos nos encanta descubrir en la ficción, nos lleva a un mundo completamente nuevo, inexistente, una hipótesis postapocalíptica.
No sé cuál será el desenlace de esta temporada, pero hasta el momento lo que he hecho es sumergirme en esa atmósfera asfixiante, en la que lentamente, mediante averiguaciones, parece que se van acercando a la verdad sobre cuándo se convirtió todo aquello en un despotismo. Hay muchas casas y planos generales que recuerdan a las láminas de Syd Mead. No cabe duda de que la experiencia de Graham York ha jugado un gran papel en ese aspecto. Hay mucho de su exitosa The Justified, sobre un detective indómito al que enviaban a Kentucky para quitárselo de encima, en el Silo.
Apple por lo visto abrió generosamente la cartera para que pudiera permitirse un set de rodaje con una escalera gigantesca y 42 apartamentos o estancias diferentes dentro del Silo en los que transcurre la historia. El resto llega por la elección de la banda sonora, del islandés Atli Örvarsson, que haciendo honor a todos los clichés compone música "gélida" con los ritmos propios de las películas de acción estadounidenses por debajo. Por último, citar la metahistoria. El autor del libro empezó autopublicándose en Kindle por 99 céntimos. Olé él, de ahí ha llegado a que se movilicen tantos recursos para una historia de la que lo único que tengo claro es que voy a ser capaz de verla pase lo que pase en la trama solo por el placer de verla.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado