La serie de Lee Sung Jin sobre las consecuencias de un incidente de tráfico entre dos personas asfixiadas por su trabajo, ya sea en forma de deudas o de falta de tiempo libre, indaga de forma divertida en una realidad social hilarante e hipercompetitiva en la que solo se sale adelante aplastando a los demás. No por casualidad, hace un cuarto de siglo, Zhang Yimou ya advirtió el rumbo que tomaba China con una historia en los mismos términos sobre el Pequín capitalista
VALÈNCIA. Ali Wong me cae muy bien. Su monólogo Babv Cobra me encantó. Lo que no me esperaba es que en siete años solo salieran dos más. Igual que Sarah Silverman, que acaba de estrenar el último en HBO, en veinte años prácticamente ha hecho cuatro. Es curioso cómo el monólogo, una forma tan sencilla de humor, se trabaja como la orfebrería. Luego la inmensa mayoría, Dave Chapelle, Mo y Chris Rock incluidos, acaban hablando todos de reglas, heces, semen y masturbaciones varias, y no salen mucho de ahí, al margen de la correspondientes problemáticas de convivencia en Estados Unidos. Afroamericanos, asiáticos, judíos... todos tienen historias que contar sobre cómo digiere eso su país. En el último de Chris Rock, cuando comenta que a su madre no la recibían los dentistas y tenía que ir a que le sacasen las muelas infectadas en el veterinario, pues el humor pasa a ser otra cosa. Quizá por eso me gusten tanto los monólogos.
En Beef, Ali Wong no está haciendo uno, pero casi. Su personaje encarna todo eso que ya nos ha contado a grito pelado haciendo temblar al Misterio. Cualquiera que tenga familiares o amigos que se ganan la vida en Estados Unidos sabrán que allí es probable vivir sin tiempo libre ni para lavarse los dientes. Las jornadas laborales y la distancia de los centros de trabajo pueden ser extenuantes. Recuerdo en Nueva York ver a la gente en el metro a las diez de la noche volver del tajo no sentada, sino derramada y dormida en los asientos y convenir con mi pareja que ese era el verdadero sueño americano.
Ahora puede que todo eso haya empezado a cambiar con el teletrabajo, pero lo que refleja Beef es a una trabajadora hecha a sí misma, que ha alcanzado cierto nivel codeándose con gente con dinero, pero que no es como ellos. Ella, a diferencia, nunca tiene tiempo. La gente con dinero que le rodea, empezando por su marido, ejercen como artistas o como coleccionistas de arte, un estilo de vida desahogado respaldado por buenas herencias, pero ella, en contraste, siempre está pringando.
En el otro lado de la moneda tenemos al coprotagonista, también un trabajador hecho a sí mismo, pero con mala suerte. El negocio de sus padres quebró y anda siempre en la cuerda floja. Son coreanos de Los Ángeles y su cultura se manifiesta en detalles como el orgullo de algún personaje por su papel en los disturbios de 1992. También aparecen diferentes clichés o temas recurrentes sobre los asiáticos en Estados Unidos. Es curioso porque muchos de ellos resultan familiares a quien esto escribe desde la novela gráfica Shortcomings de Adrian Tomine.
Como anunciaron los papeles a bombo y platillo, siempre atentos a lo último de las plataformas comerciales y no tanto a la producción de calidad en cualquiera que sea el formato, y como su propio nombre indica, el argumento de Beef parte de una bronca, una discusión de tráfico.
Dos personas que van al límite, saturadas, hartas, poco comprendidas por los que les rodean, basta que tengan un ridículo y banal incidente de tráfico a las puertas de un supermercado para que sean capaces de llevar el enfrentamiento hasta las últimas consecuencias. Un ritmo frenético y el tono tragicómico de la historia, no obstante, desdramatizan el planteamiento. De modo que nos encontramos ante lo más agredido y lo que más gusta: pura diversión.
Personalmente, considero que Beef tiene un antecedente en una de las mejores películas de Zhang Yimou y, también, un verso libre en su filmografía. You Hua Hao Shou o Keep Cool o aquí Manten la calma se estrenó en 1997 y parecía influida por los cánones estéticos del manifiesto Dogma 95 de los escandinavos, aunque las dos primeras películas que llegaron del norte bajo esas reglas, Los idiotas y Celebración, se estrenaron en 1998.
En Keep Cool, Yimou también se centraba en un trabajador poco afortunado que veía cómo su novia se iba con un nuevo rico, un mafioso del barrio. A partir de ahí se desencadenaba una disparatada aventura que indagaba incluso filosóficamente en conceptos como el rencor y la venganza con un humor muy sutil y elegante -así me lo pareció a mí al menos-. El escenario era la nueva China, un país en el que se había iniciado una carrera para enriquecerse y, lógicamente, como solía ocurrir en las sociedades post-comunistas los primeros en lograrlo son las capas menos honradas de la población.
Según ha explicado el creador de Beef, Lee Sung Jin, la inspiración le llegó por haber vivido un incidente parecido al de sus protagonistas. Por eso el planteamiento es más un típico ¿Qué pasaría si...? que algo más profundo, aunque esté lleno de cargas de profundidad. Si bien, personajes como el de Jordan, interpretado por Maria Bello, entran en una caricatura tipo White Lotus que no deja de ser darle al tentetieso. No obstante, aunque Beef sea una disparatada comedia, muy bien llevada en sus giros argumentales y sorpresas, no deja de ser bastante seria, pues ese mundo ridículo, hilarante e incluso patético que retrata es la realidad del capitalismo hipercompetitivo en el que solo se puede salir adelante hundiendo al de al lado. Así que sí, te tienes que reír por no llorar.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado