Rudolf Höss, oficial de las SS, comandante de Auschwitz entre 1940 y 1943, fue detenido en Cracovia en 1946, durante el año que estuvo en prisión esperando la pena de muerte escribió unas memorias “Yo, comandante de Auschwitz” en las que, con todo cinismo, contó cómo vivió esa experiencia. Sostenía que tuvo que hacerse el duro para no parecer blando y que obedecía ciegamente por el dicho británico de “right or wrong, my country”
VALÈNCIA. Se hace cansino convivir con una cartelera en la que todas las películas son obras maestras. Tal vez la crítica debería hacérselo mirar. Como toquen un tema histórico especialmente sangriento, la probabilidad de que sean obras maestras tiende a uno. Encima, como hay redes, el público entra en tropel gritando ¡obra maestra! ¡obra maestra! Y el efecto es desasosegante. En este caso, no se puede decir que sea una película mediocre, como la laureada La sociedad de la nieve (salvada por el chiste de Pantomima Full, solo por eso ha merecido la pena), pero esta es una más. Y van muchas.
Lo que no quiere decir que sea inútil. Aproximarse a la figura de Rudolf Höss tiene un interés histórico. Para empezar, porque es un nazi del que tenemos unas memorias, Yo, comandante de Auschwitz (Arzalia, 2022) las cuales fueron escritas durante el año que pasó en prisión antes de ser ejecutado en el patio contiguo del que fuera el horno crematorio de Auschwitz. En ese texto, se reconoció culpable –de la muerte de un millón de personas- pero recurrió a la figura de la obediencia debida, solo cumplía órdenes.
El primer dato de interés en el libro lo tenemos por una alusión a los españoles. Concretamente a los de Mauthausen, de los que dice que se dividieron en dos grupos “fuertemente hostiles”. Pero no es un cliché debido a nuestra tan cacareada naturaleza cainita, sino un plan preconcebido por la lógica de la organización de ese tipo de instalaciones: “En los campos de concentración, la propia administración sostiene y fomenta esas rivalidades, llegando hasta introducir discrepancias raciales y de categorías, además de las políticas. De esta manera se trataba de impedir una cohesión demasiado estrecha entre los reclusos que, de prosperar, no le hubiera permitido dominar a esos millares de presos”.
En cuanto a las políticas franquistas, se confirma lo ya conocido. En un anexo, cuando explica las dificultades que se encontraron en la segunda mitad de la guerra para seguir localizando, deteniendo y exterminando judíos, menciona el caso español.
Eichmann era el que lideraba las operaciones y negociaba con los gobiernos húngaro, búlgaro y rumano, que si bien no estaban en contra, tenían sus exigencias. En Italia estaban teniendo serios problemas por la oposición del Vaticano y la casa real, además de “todos los enemigos de Mussolini” y, en la península ibérica, dice: “En última línea venía España. Algunos medios influyentes se habían acercado a los representantes del Reich expresando su deseo de ser liberados de judíos, pero Franco y sus círculos allegados se oponían a tales medidas. Eichman no creía que la extradición pudiera tener lugar”.
Sobre su cometido, los meandros son dignos de leerse. Dice que no estaba de acuerdo con la arbitrariedad con la que se fijaban los plazos de internamiento, pero al prestar servicio en un campo de concentración tenía que “aceptar las ideas y las normas allí vigentes”, aunque “sin perder la esperanza de encontrar, algún día, otro empleo”. Y remata: “me había sometido a lo inevitable, pero no deseaba permanecer indiferente al sufrimiento humano. Siempre experimenté esos sentimientos y, aún así, admito que la mayoría de las veces no los tuve en cuenta, porque no me estaba permitido ser blando. Así pues, para que no me acusaran de débil, quise hacerme el duro”.
Las órdenes más execrables las obedecía sin titubeos: “En nuestra opinión, el Führer siempre tenía razón y otro tanto se aplicaba a su suplente directo, el Reichsführer. ¿Acaso Inglaterra, un país democrático, no permanece fiel a este principio fundamental, aceptado por todo ciudadano consciente de sus deberes: Right or wrong —my country?”
Y todo esto aunque las órdenes incluyeran gasear a grupos de personas. Tuvo el valor suficiente para describir en sus memorias la primera vez que vio el funcionamiento del Zyklon-B: “Me invadió una sensación de terror y malestar. No obstante, siempre me había imaginado que el uso de gas letal entrañaba sufrimientos mayores que los causados por la asfixia, y ninguno de esos cadáveres revelaba la menor crispación. El médico me explicó que el cianuro ejerce una influencia paralizante en los pulmones, tan rápida y poderosa que no provoca fenómenos de asfixia semejante a los producidos por monóxido de carbono o ausencia total de oxígeno”.
Semejante frialdad se origina en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, donde confiesa cómo le afectó ver a decenas de hombres heridos y agonizando. Sin embargo, en 1922 se afilió al NSDAP. En este punto, resulta chocante su rechazo al populismo: “aprobaba enteramente su programa, pero he de admitir que me disgustaba el tono con que llevaba a cabo su campaña de propaganda electoral, adulando los más bajos instintos de las masas para ganarse su favor”.
A buena parte de ese ascenso asistió desde la cárcel, formaba parte de los Freikorps, un grupo paramilitar creado por el gobierno para enfrentarse a situaciones insurreccionales, es decir, protestas de la izquierda. Las unidades convencionales del ejército, en estas situaciones, o bien se unían a los manifestantes, o bien tiraban sus armas y se iban antes de enfrentarse a trabajadores con mujeres y niños. En el contexto de estos grupos, se le acusó de haber participado en el asesinato de un supuesto delator y estuvo preso cuatro años.
Le dedica bastantes páginas a sus años en prisión, en los que presume de ser un gran observador que se da cuenta de que la homosexualidad es cosa de hombres muy fogosos a los que no les queda más remedio que recurrir al vicio. Entre otras conclusiones gruesas como esta, si algo tuvo claro en su cautiverio es que quería ser granjero. Salió gracias a una amnistía y se unió a la Liga Artaman, un movimiento nacionalista y racista que propugnaba el regreso al rural, allí conoció a su mujer, interpretada en la película por Sandra Hüller.
Ya con tres hijos, se unió a las SS por invitación de Himmler y fue destinado inmediatamente a los campos de concentración que sostenían la política nacionalsocialista desde que Hitler llegó al poder. Le motivó la posibilidad de ascender rápidamente en el nuevo orden.
Metido en faena, sobre la vida familiar de la que trata la película, da esta versión: “A menudo me asaltaba el recuerdo de incidentes ocurridos durante el exterminio; entonces salía de casa, porque no podía permanecer en el ambiente íntimo de mi familia. Mientras veía jugar a mis hijos o a mi mujer con el más pequeño en brazos y el rostro resplandeciente de felicidad, me preguntaba a mí mismo cuánto tiempo duraría esa felicidad. Mi mujer no se explicaba el porqué de mi tristeza; la atribuía a las preocupaciones relacionadas con mi puesto de trabajo. Los hombres casados que trabajaban en los crematorios o en otros locales me confesaron muchas veces que experimentaban sentimientos similares a los míos. Ante el espectáculo de mujeres y niños que se encaminaban hacia la cámara de gas pensaban, sin quererlo, en sus propias familias. Desde el momento en que se procedió al exterminio masivo, dejé de sentirme feliz en Auschwitz”. Conmovedor.
Finalmente, cuando el III Reich se derrumbó, pensaron en el suicidio, pero prefirieron intentar ocultarse. En esta confesión, lo lamenta. Se arrepiente: “Quisimos envenenarnos. Había proporcionado veneno a mi mujer por si se producía un avance inesperado de los rusos, para que ella y los chicos no cayeran vivos en manos del enemigo. Pero renunciamos al suicidio por nuestros hijos y decidimos someternos a nuestra suerte. Lo he lamentado toda mi vida. Tendríamos que haber muerto para ahorrarnos muchos sufrimientos, sobre todo los de mi mujer e hijos. No sé qué les espera. Lo único que sé es que tendríamos que haber perecido con el mundo al que nos unían lazos tan indestructibles”.
El remate de la empanada mental, llega con su valoración total de la experiencia: “Ahora también reconozco que el exterminio de judíos constituía un error, un error total. Este aniquilamiento en masa ha despertado el odio del mundo entero contra Alemania. De nada sirvió a la causa antisemita; por el contrario, permitió a la judería acercarse a su objetivo final”.
Partiendo de la base de que esta seguramente tratase de ser una confesión exculpatoria, ofrece una buena dimensión de lo que era aquello el hecho de que, incluso así, en estas páginas lo que se lee es a un hombre presumir de su eficiencia y dotes para el trabajo y la organización, con ese corolario sobre la estrategia que debía haber seguido el antisemitismo. Y no hacen falta dobles lecturas para darse cuenta.
Queda preguntarse qué fue de la familia. Pues al menos uno de ellos vuelve a estar en contacto con nuestra historia. Su hija Brigitte trabajó en España. Cuando todos se ocultaban con la intención de viajar a Argentina, la madre fue detenida y ella misma delató a Rudolf para evitar ser entregados a los soviéticos. Höss fue entregado a las autoridades polacas. Con los años, Alemania se le hizo dura a Brigitte, que se trasladó a España donde trabajó para Cristóbal Balenciaga como modelo, que se refería a ella como “mi soldado alemán”. Aquí vivió rodeada de lujo y se codeó con Carmen Polo, esposa de Franco, según Thomas Harding, autor de Hans y Rudolf, el libro donde contaba la hazaña de su tío, que fue quien capturó para los aliados al oficial de las SS en 1946.
En una entrevista, la mujer, que entonces contaba 80 años, se preguntó por qué si su padre mató a tantos millones “¿habían sobrevivido tantos?”. La única declaración fuera del negacionismo fue esta: "Nunca supe nada de la matanza y de las aberraciones. Sí veía las chimeneas, las barracas y los alambres de púa. Pero nunca pregunté por ellos. ¿Y si hubiera sabido? ¿Qué hubiera cambiado con 7 o 10 años?". Eso encaja bastante con el espíritu de la película de Jonathan Glazer.