La cuarenta británica ha roto los planes del turismo, que veía cómo a poco a poco iba a remontar el vuelo. Reapertura de hoteles en Benidorm, más conexiones aéreas, más flujo de gente...era como ir recuperando el pulso económico al cerrojazo que impuso la pandemia. Está claro que la medida no sólo afecta a la Costa Blanca, a las islas o a España, en particular. Se trata de una decisión política, con tufillo a proteccionista, que impacta también en otros sectores tangenciales al turismo. Los datos sanitarios parecen haber sido la excusa para hacer pagar a determinados destinos como justos por pecadores porque ni la situación epidemiológica es mucho mejor que la del propio Reino Unido.
La decisión es injusta, insisto, al menos, para determinados destinos vacacionales y para la recuperación económica en general. Pero ello nos debe hacer reflexionar para evitar dependencias futuras, o puntuales, como ha sido el caso. Y también la falta de influencia política porque en todas las soluciones parciales inmediatas siempre han estado las islas Baleares y Canarias en primer lugar frente a la Comunitat Valenciana (o Andalucía), que también tiene mucha dependencia de los visitantes británicos. En esta crisis hemos echado en falta la agilidad del ministro José Luis Ábalos, que en pleno Estado de Alarma sí que atendió las reivindicaciones de los empresarios y de la Generalitat para que entonces el aeropuerto de Alicante-Elche sí que fuera puerta de entrada. Esta vez ha faltado la influencia política: estoy seguro de que los dirigentes del PSPV han hecho las pertinentes gestiones ante la Moncloa para que se desbloqueara la cuestión británica, incluso, a sabiendas de que las islas -por su particularidad- estaban por delante, pero que poco se ha mencionado el nombre de la Costa Blanca o de la Comunitat como solución, al menos, a medio plazo.
Ahora bien, más allá de la política, no hay que olvidar tres cuestiones a futuro. La primera, el Brexit, que, aunque ha pasado a un segundo plano, está ahí, sin solución clarividente con la Unión Europea y, por lo tanto, con la amenaza de que en venideras temporadas el Gobierno británico no sólo adopte medidas que pongan trabas a la salida de sus conciudadanos para pasar sus vacaciones sino que se beneficie a destinos terceros que no estén en la Unión Europea. Está claro que España sigue teniendo algunos intangibles que no pueden ofrecer otros países, como la seguridad o la respuesta sanitaria, que siempre le situarán en una situación privilegiada ante el turista final.
La segunda conclusión es que la cuarentena británica puede acelerar, por si estaba ya, la destrucción de la cadena de valor que aporta el touroperador. No olvidemos que los británicos pueden prescindir del mayorista y venir a España con total libertad, haciéndose las pertinentes reservas desde su casa y llegar a Benidorm bien en los paupérrimos medios de transporte público que tenemos o bien alquilando vehículos privados. En este caso, el touroperador aporta elementos claves para el sector: volumen de turistas para los hoteles y seguridad al turista porque sabe de antemano que lo tiene todo programado, incluido (en algunos casos) un seguro que le cubre cualquier incidencia. Y este es el elemento que ahora ha decaído, el seguro; no por la cuarentena, sino porque la recomendación de Gran Bretaña de no viajar a España es lo que hace que se elimine este salvoconducto para todo el sector, turistas, hoteles y touroperadores, y garantiza pérdidas en caso de imprevistos. Es decir, hay que estar preparados para este tipo de decisiones que pueden posibilitar la llegada de turistas al margen de touroperador, como ya ocurre, pero que en un futuro pueda generalizarse.
Y la tercera conclusión ya es más conocida, y estudiada por el sector: diversificar el origen de los turistas. El Brexit ya alentó este debate, al menos, en el seno de la patronal turística, para buscar otros mercados y de esta manera evitar dependencias, como ahora la británica.
En definitiva, aunque la cuarentena británica ha sido un mazazo para el turismo, sobre todo, de Benidorm, lo que está claro es que va a acelerar algunos procesos y cambios en la toma de decisiones. De ahí lo importante de tener influencia política más allá de la Comunitat y en las empresas estratégicas, que están fuera de España.