La recopilación de vídeos, declaraciones “solemnes”, entrevistas radiofónicas y todo tipo de testimonios públicos que podemos hacer con las diferentes afirmaciones con “rotundidad y alevosía” que han sido mentiras y falsedades cuando no demagogias o eufemismos, serviría para llenar bibliotecas enteras. En consecuencia, me preocupa cada vez más la tenacidad de los líderes nacionales principalmente, por decir cosas como esta: “Durante la próxima semana serán más las personas vacunadas con pauta completa que el número notificado de contagios", Pedro Sánchez sin pestañear y acompañándolo de todas las cifras de vacunados cada semana para finiquitar que en agosto más del 70% de la población estará vacunada, la famosa inmunidad colectiva o de grupo, llamada también de rebaño, para tratarnos como lo que parecemos: ovejas directas al matadero que cumplen a pies juntillas las normas sean contradictorias, contraproducentes o no verificadas.
La fe en cuestiones religiosas es algo que se tiene o no, que se debe buscar y adquirir por muchas vías, principalmente la tradición y educación familiar, pero también por otros entornos, que se puede intentar comprender, pero en definitiva es una “virtud teologal que consiste en el asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la Iglesia” como recoge la RAE y que es algo difícil de hacer tangible. Pero cuando hablamos de fe en personas y asuntos cotidianos, normalmente la basamos en hechos concretos, en una promesa cumplida o no, en un compromiso realizado o en un favor correspondido. Y en política tenemos la posibilidad de comprobar si la fe depositada en los políticos, cuando tienen ocasión de gobernar, se confirma o se desmorona dramáticamente.
Como decía, creo sinceramente que es una labor titánica renovar cada semana nuestro compromiso con el gobierno de España y actuar como ciudadanos éticos y sensatos que pueden dar credibilidad a las declaraciones y anuncios de los ministros y del propio presidente, porque no ha sido ni una, ni dos, ni tres, ni diez veces, sino muchísimas más las que sus afirmaciones no han tenido eco con la realidad de los hechos, y es muy difícil creer que siempre ha sido por culpa ajena, error de cálculo o causa de fuerza mayor. Maquillan datos, cambian normas sanitarias que nunca son las mismas por territorios autonómicos, se usan las estadísticas y porcentajes para confundir al personal y así evitar responsabilidades directas.
Alguno estará pensando que por qué no menciono dos o tres ejemplos o les pongo un enlace aquí mismo, les aseguro que pueden encontrar en la red interesantes artículos sobre ello, desde el no hacen falta mascarillas al llévelas hasta en la playa, aunque esté solo, o no puede haber gente en los aireados (y fríos) campos de fútbol y sí se pueden llenar auditorios para conciertos, y tantas contradicciones más. Y quiero matizar que el hecho de que nos confundan a sabiendas y generen tanto caos, no solo nos importuna y preocupa, lo más triste es que nos enfrenta, nos divide, genera el ciudadano-policía que busca como denunciar los que incumplen, algo propio de regímenes totalitarios, algo que entra en el decálogo popular del comunismo, ese “divida a la población en grupos antagónicos” o “contribuya a destruir los valores morales, la honestidad y la creencia en las promesas de los gobernantes”.
Lo peor de esta pandemia está siendo el uso y abuso por parte de muchos gobiernos para controlar y amenazar a sus poblaciones, el utilizarla como campo de prueba y experimento sociológico para calibrar el grado de sumisión al que somos capaces de llegar sin alzar mínimamente la voz, con el miedo de ser tildado de cualquier cosa, facha o negacionista, seguro. Es tremendo que haya que creer y asumir cada semana las normas que imponen a sabiendas de que no son consensuadas ni propuestas por sanitarios, ni prestigiosos científicos y para colmo que sigan lanzando promesas de cifras de vacunados así como anuncios de olas y a los pocos días mensajes de esperanza e infantil positivismo, en lugar de permanecer callados, trabajar para arreglar tantos problemas, especialmente el económico y en caso de sentirse incapaces, tener el valor de presentar su dimisión, algo que deberían haber hecho muchos y que sin duda les habría honrado como políticos y como personas. Así, no me negarán que es difícil mantener la fe y hasta la ilusión en el futuro más próximo.