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LA NAVE DE LOS LOCOS  / OPINIÓN

¿A qué esperan para traicionarnos? 

La situación actual requiere que los partidos abjuren de sus principios y transijan con los límites de la realidad. Deberían aprender de algunos políticos de la denostada Transición. Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo traicionaron a sus partidarios para favorecer el paso de la dictadura a la democracia 

1/08/2016 - 

VALENCIA. Hoy he amanecido pragmático, raro en mí. Lo acostumbrado es que me levante con ínfulas libertarias y quiera vivir sin Gobierno. Llevamos cerca de un año en esta situación idílica, la mejor que recuerdo en mucho tiempo, porque el señor Rajoy y los suyos no han podido legislar como quisieran. A bueno seguro, eso nos ha ahorrado más de un disgusto.   

Pero, como decía, hoy he amanecido pragmático, posibilista, realista. La gente pragmática no puede vivir sin un Gobierno como Dios manda, a tiempo completo. Cualquier situación transitoria les intranquiliza. Yo los entiendo; por eso me sumo a su petición de exigir un acuerdo entre los partidos que ponga fin a este tiempo de interinidad. Comenzamos a ser de nuevo el hazmerreír de Europa, de manera que no quisiera imaginar cómo nos verían si hubiese unas terceras elecciones.  

Puede que cuando lean estas líneas esté conjurado ese peligro porque se haya anunciado un pacto inesperado para investir al huidizo Rajoy, pero puede que no sea así. España, que es muy poca cosa en el mundo, ha tenido mala suerte con esta generación de políticos, sean de la vieja o la nueva escuela. Salvo alguna excepción, estamos al abrigo de una banda de pigmeos carentes de generosidad y altura de miras, que siguen pensando en sus intereses y no en los del país. 

Para justificarse ante sus electores, estos políticos, sean de la derecha o de la izquierda, apelan, cómo no, a los principios, los valores y esas bagatelas que, de sólo oírlas, provocan la hilaridad en toda persona cultivada. ¿Principios? ¿Valores? ¿De qué me hablan? Se trata de hacer política, que es lo más parecido a pactar con el diablo, y no de ejercer de ministro de alguna iglesia evangélica. Si admitimos que la política consiste en alcanzar y retener el poder —a veces incluso para trabajar en beneficio de la mayoría—, ¿por qué estos políticos fingen actuar de espaldas a esta evidencia?  

Necesitamos traidores con cintura política para sacar a España del atolladero, gente que se ensucie las manos en la pringosa realidad

La situación actual requiere que los partidos abjuren de sus principios y transijan con los límites de la realidad. Deberían aprender de algunos políticos de la denostada Transición. En su libro Anatomía de un instante, referido al 23-F, el escritor Javier Cercas elogia a tres hombres —Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo— por su contribución decisiva en el paso de la dictadura a la democracia.  

Los tres, según explica Cercas, se distinguieron por ser unos traidores honorables. Suárez traicionó a los franquistas; Gutiérrez Mellado a los militares y Carrillo a los comunistas y republicanos. La Transición fue una correlación de debilidades, tal como escribió acertadamente Vázquez Montalbán, pero también una imprescindible suma de traiciones de adversarios políticos que hizo posible un largo periodo de convivencia y relativa prosperidad entre los españoles. 

Traidores con cintura y ‘finezza’ a la italiana

Necesitamos, pues, traidores para sacar a España del atolladero, traidores con cintura y finezza a la italiana. Gente que se olvide de que nació de derechas o de izquierdas y se ensucie las manos en la pringosa realidad. ¡Hay tantos ejemplos en la historia! Que aprendan de Judas, Catilina, Talleyrand o de nuestro Antonio Pérez, magníficos traidores y malos de la historia a los que tenemos mucho que agradecer. Sin ellos, la civilización no hubiera avanzado. 

Por tanto, ¿a qué esperan los políticos para traicionarnos? En la composición de la Mesa del Congreso de los Diputados, el señor Rajoy y los nacionalistas catalanes y vascos se pusieron de acuerdo, bien es verdad que a escondidas, lo que supuso un precedente de la gran traición que muchos ciudadanos deseamos. ¿A qué aguardan, entonces, para dar el siguiente paso después de ser recibidos por el Rey? ¿Por qué no se suma el socialista Sánchez antes de que su cabeza de chico guapo sea arrojada desde su despacho de la calle Ferraz?

Si les queda una gota de patriotismo en las venas, háganlo, por favor. Traicionen a sus electores, su programa electoral —esto no les supondrá gran dificultad—, a la tradición de sus partidos, traiciónense a sí mismos. Esto siempre será preferible a seguir como hasta ahora, sumidos en un país que trabaja a tiempo parcial, mal remunerado y sin certeza de que le vayan a renovar el contrato laboral en septiembre, cuando las engañosas promesas del verano hayan caducado.


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