El todavía director de Anagrama, empresa que fundó hace 47 años, ha saldado las deudas póstumas con sus escritores malditos, como Chirbes o Bolaño. Ahora se dispone a emprender la retirada
VALENCIA. Fue el valedor de Álvaro Pombo y Belén Gopegui, incluso el amante tormentoso de Javier Marías y Enrique Vila-Matas. El responsable de que la obra de Mao Tse-Tung llegara a España con los estertores del franquismo, pero también las de Bukowski, Modiano o Baricco. Jorge Herralde (Barcelona, 1935) no tiene descendientes, más allá de sus 3.000 escritores, entre los que hay hijos pródigos y otros no tanto. No perdona que le abandonen por otro; es más, dispara con puntería: «Otra cosa es que hayamos tenido buenos autores de cuyo talento nos hemos beneficiado pero luego no supieran mantenerlo». Unas palabras que duelen pronunciadas por alguien cuyo criterio literario no resiste comparación. Es el último miembro de una generación que descendía a los abismos de las letras en busca de los escritores en la sombra. El último de una generación de libros, que no best sellers. Hace poco anunció su retirada para 2017, pero no sería la primera vez que se desdice.
—¿Cómo se prepara para el momento de la partida?
—Dejaré la dirección el año que viene, pero seguiré colaborando como asesor, así que no lo dejo del todo. Me siento confiado porque deposito el trabajo en manos del grupo Feltrinelli, una empresa italiana de características similares a Anagrama y muy relacionada con la vanguardia cultural. Es una familia con la que mantengo una larga amistad. También está Silvia Sesé, que lleva trabajando conmigo desde abril y ocupará la dirección.
—¿Cuando decidió enrolarse como editor?
—Yo había estudiado Ingeniería porque en mi época la carrera de Filología era horrorosa. Además mi familia tenía una empresa metalúrgica. En octubre del 67 es cuando lo dejé todo y me fui a París una semana para presentarme a varios editores franceses. Fueron mis primeros actos en el sector. A partir de ahí, me puse a trabajar en el catálogo de una editorial haciendo mis primeros contratos, hasta que en abril del 69 salieron los primeros libros. A partir de ahí se cuenta como fecha de nacimiento de Anagrama.
—Suele decir que nada es más transparente que el talento. ¿Siempre sabe cuándo está ante un buen escritor?
—Con poco margen de error, leyendo unas pocas páginas, ya es posible ver si hay talento. O al menos el talento que a mí me interesa. Es posible que alguien sea muy solvente haciendo libros de autoayuda, pero yo no lo quiero para Anagrama. También hay talentos aún indisciplinados, sin las armas técnicas para sostener una novela.
—Siente debilidad por los maltratados, como Chirbes o Bolaño.
—Es cierto que me inclino por los desconocidos, aquellos que van contrapelo, que luchan contra su tiempo. En el caso de Bolaño el talento era tan transparente que me parecía un pecado mortal dejarlo pasar. Con Chirbes se estableció una relación personal muy intensa. Tengo escritores amigos, algunos muy amigos, y era el caso de Rafa. También de Marta Sanz o Carmen Martín Gaite.
«el autor que más he deseado, con diferencia, es borges, una de mis lecturas apasionadas de juventud»
—¿Los herederos dificultan la gestión de una novela póstuma?
—En general, el tema de las viudas podría tratarse ampliamente. Las hay famosas, como María Kodama, viuda de Borges, o Chichita Calvino. En algunos casos los hijos pueden ser complicados por la falta de experiencia en el mundo editorial. Pero las viudas más, porque ellas han vivido la gestación de la obra.
—¿Se le ha quedado alguna pluma en el tintero?
—El autor que más he deseado, con diferencia, es Borges, una de mis lecturas apasionadas de juventud. En un momento dado pareció que había posibilidad de cerrar su decisión, pero se deshizo en el aire. Nunca lo he tenido, pero por otra parte, habiendo publicado miles de títulos, no lo echo de menos.
—¿Le ha dicho a alguien a la cara «este libro es una basura»?
—Procuro evitarlo. El rechazo ya de por sí es una afrenta, como una enmienda a la totalidad. Puedo pensarlo, pero lo suavizo. Recurro a frases arquetípicas, como que el programa está muy lleno. No quiero herir más la sensibilidad del autor, que probablemente haya puesto todo su corazón en la novela.
—Pero habrá tenido enfrentamientos por la delicada cuestión del retoque textual.
—En realidad, en tantísimos años, con pocos autores. La mayoría entiende que vas en favor del texto. Siempre es mejor tener otros dos ojos profesionales. Quizá ha habido un par de casos de escritores jóvenes un poco insolentes y he terminado por marcar distancias.
—Entonces, ¿son los temas comerciales los que suscitan más desacuerdo?
—En general he tenido pocas diferencias con autores, pero en este mundo extremadamente competitivo y darwinista, sí que he dado con alguno que ha empezado a despuntar y ha recibido una oferta tipo El Padrino, de esas que son imposibles de rechazar. En ese caso los he dejado partir.
—¿Por qué acabó su relación con Javier Marías o Enrique Vila-Matas?
—No fue agradable, pero tampoco una ruptura escandalosa. Prefiero dejar el tema y reservar mis energías para otras cosas.
—¿Alguna vez se le ha escapado un gran autor?
—No.
—La sede de Anagrama está en Barcelona. El fallecido José Manuel Lara aseguró que si Cataluña fuera independiente, Planeta se tendría que ir. ¿Qué harían ustedes?
—No me planteo problemas que no existen. Dudo mucho que se produzca una situación de independencia porque la composición sociológica de nuestro país no lo permite. Así lo demostraron las últimas elecciones catalanas. Vivimos un machaque mediático, que luego se descubrió como una intentona absurda, porque no se logró el porcentaje necesario para legitimar un proceso semejante.
—Tras todo lo acaecido en Valencia, ¿debería ilegalizarse el PP?
—Lo normal sería que implosionase. Se encuentra en un proceso de autodestrucción difícil de revertir. Primero todo el tema de Bárcenas, luego lo de Bankia, más un sinfín de barbaridades. Lo de Valencia ha sido la puntilla, una bomba que ha explotado en un momento muy delicado para Rajoy. Me parece que está necesitado de renovación.
—¿La cultura se ha visto afectada por las tropelías políticas?
—El gobierno del PP ha ido radicalmente en contra de la cultura, con la subida del IVA y con toda clase de pegas. Esto no ocurre en ningún país civilizado de Europa. Me parece, además, que son políticas deliberadas, porque el PP y la cultura son antagónicos.
—¿A usted nunca le han ofrecido el Ministerio de Cultura?
—Yo siempre he mantenido una educada distancia. Nunca me lo ofrecieron, pero probablemente lo hubiera rechazado.
—¿Hubo tiempos mejores en España?
—En la primera etapa del PSOE, en los años 80 sobre todo, sí que se notó un fervor cultural. Luego hubo una buena figura, la de José María Lassalle, una persona culta y elegante. Los editores lo vimos con mucho agrado, pero desapareció de escena rápidamente y se perdió en la Secretaría de Estado, donde tenía las manos atadas. Ni qué decir de los últimos tiempos, en los que la Cultura la llevaba ese personaje llamado José Ignacio Wert, que ahora está por fortuna en París.
—¿Todo ello ha desembocado en que la gente se distancie de la literatura?
—Una causa de esto ha sido la crisis económica que ha tocado mucho el poder adquisitivo de la gente. Han desaparecido muchos lectores. Por ejemplo, los arquitectos eran cultos y grandes consumidores de libros, pero la gran mayoría están arruinados.
—El elemento diferenciador de Anagrama es la calidad literaria de las obras.
—Aspiro a la calidad. Apuesto por la llamada política de autor. Cuidamos mucho la escritura, la traducción, el diseño... hacemos trabajo artesanal. Con todo ello queremos configurar un catálogo coherente, que lleve a los lectores a confiar en la editorial. Los tres últimos ejercicios han sido excepcionales a nivel de ventas. Sigo defendiendo que es cosa del catálogo, que inspira credibilidad.
«el pp ha ido radicalmente en contra de la cultura. esto no ocurre en ningún país civilizado»
—¿Anagrama busca escritores mientras que Planeta busca famosos?
—Lo has definido muy bien. Nosotros buscamos escritores, no comunicadores, ponentes o famosos que puedan vender libros. Es cierto que hemos tenido casos llamativos. Por ejemplo, publicamos la única novela de Pedro Almodóvar, Patty Diphusa, pero porque era una obra divertidísima. De ahí a apostar por un presentador del telediario sólo porque aparezca en televisión... eso no.
—Ha sido muy crítico con los e-books. ¿No cree en el formato digital?
—El libro electrónico se vendió, me parece que instigado por los fabricantes de los cacharros, como la gran solución, la panacea. Decían que iban a desaparecer los libros en papel, y no ha sido así ni muchísimo menos. En Estados Unidos ya están cayendo las ventas hasta un 25%, y hablo sólo de los datos del libro electrónico legal. Otra de las grandes hazañas del gobierno de Rajoy ha sido ignorar la piratería.
—Al menos el digital sirve para reducir costes y abaratar precios.
—Sí, es verdad, por eso muchas editoriales apostamos por poner nuestras novedades en libro electrónico a mitad de precio. El resultado ha sido un porcentaje ínfimo de nuestras ventas. Todo esto tiene más que ver con un cambio de hábito social. En España hay una oferta enorme de libros de bolsillo de entre 5 y 10 euros y se esperaba que con la crisis aumentaran sus ventas. Pero esto no ha sucedido a causa de los cacharritos tecnológicos.
—¿Cree que las próximas generaciones leerán?
—Sí, pero lo creo sin énfasis.
Generación beat. Preguntado por sus libros
favoritos, Herralde se remonta a los grandes autores
estadounidenses que publicó hace 30 o 40 años.
Obras que todavía siguen vigentes, como las de
Truman Capote o Denis Johnson.
Su propio boom. Pese a no haberle movido las
comas a Jorge Luis Borges, como siempre deseó,
su redención con la literatura latinoamericana vino
a cuenta de Sergio Pitol, Alan Pauls y, sobre todo,
Roberto Bolaño.
British Dream Team. Es el epíteto con el que el editor
calificó a la promoción de novelistas británicos,
nacidos en torno a los años 50, que alcanzó fama
en los 80. Entre sus integrantes, Julian Barnes, Ian
McEwan o Martin Amis.
Francia es hostil. Herralde considera que la literatura
francesa no es amable para el lector, pero advierte de
que ahora despuntan nombres excepcionales, como
Emmanuel Carrère o el reciente premio Nobel Patrick
Modiano.
El Lejano Oriente. Anagrama publicó uno de los
primeros títulos de Haruki Murakami, La caza del
carnero salvaje (1982). «Luego se puso de moda y,
como pasa con todo autor que publica tantísimo,
cansa un poco». La editorial pronto renunció a
los autores japoneses dada la dificultad de las
traducciones.
(Este artículo se publicó en el número de marzo de Plaza)