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TRIBUNA LIBRE / OPINIÓN

A vueltas con la filantropía

17/11/2021 - 

El próximo viernes 19 se entregan en la Lonja de los Mercaderes de Valencia los Premios Rei Jaume I en su 33 edición. Destaca como es habitual la excelencia de los premiados que reúnen méritos más que suficientes para recibir tan prestigioso galardón. Todos los años nos sorprende el nivel científico o empresarial de los ganadores, profesionales que ejercen su actividad en España, muchas veces superior al que se observa en los países de nuestro entorno. Así nos lo aseguran las personalidades científicas y empresariales que forman parte de sus jurados internacionales -entre los que este año figuraron 21 Premios Nobel- cuando analizan las casi 200 candidaturas presentadas.

La excelencia de los candidatos y de los jurados, y el importe y prestigio del Premio determinado por las trayectorias de los ganadores de ediciones anteriores, explican la expectación que genera todos los años tanto su proclamación en la primavera como la entrega en otoño. Pero todo el crédito adquirido no hubiera sido posible sin la colaboración desinteresada de las empresas, instituciones y administraciones que cooperan en el sostenimiento de un proyecto que nació en 1989 y que se adelantó al futuro inspirado por el impulso inicial del profesor Grisolía.

Digo colaboración desinteresada porque así ha sido en nuestra Fundación y así debería continuar siendo. Los patronos comparten los objetivos de promoción e integración de la ciencia, la tecnología y el emprendimiento, controlan la gestión y realizan sugerencias de mejora desde su propia óptica que ayudan a guiar el proyecto por el buen camino. En mi opinión, el gran valor de la Fundación Premios Rei Jaume I es que a un mismo tiempo no es de nadie y es de todos, resultado de la cooperación entre las principales empresas, instituciones y administraciones de la Comunitat Valenciana que comparten el objetivo común de trabajar y apostar por el futuro de España.  

La tradición filantrópica española está afortunadamente muy alejada del riesgo de interferencia con otros objetivos susceptibles de ser criticados, como los que realizan en otros países algunos grandes benefactores empeñados en influir en la política, en los partidos, en defender determinadas ideologías en la sociedad o los intereses particulares de determinados grupos de presión (lobbies). Además, en la medida en la que las donaciones se deducen en la declaración del IRPF o del impuesto de sociedades, el importe de los impuestos no recaudados (que suelen denominarse gasto fiscal) se argumenta que el Estado cofinancia la actividad que decide realizar la Fundación y dirige la atención hacia el interés particular de esta.  El Tesoro de los EEUU estimó que el importe de las deducciones fiscales de las fundaciones sin ánimo de lucro elegibles para ser ofrecidas a sus contribuyentes ascendía a 740.000 millones de dólares a lo largo de un decenio. Más de la mitad del PIB de España, lo que no es poca cosa.

Desde el siglo XIX las actividades crecientes que realiza el Estado han sustituido de forma gradual al papel que desempeñaba previamente el sector privado: desde la administración de justicia o el cuidado de los pobres hasta la construcción de grandes infraestructuras como carreteras, puentes, puertos, faros o ferrocarriles. Y entre quienes se anticiparon al Estado como provisores de nuevos servicios a la ciudadanía y tejían una red de seguridad para los más desfavorecidos, figuraban las instituciones filantrópicas que desempeñaron desde su creación un papel inestimable. Conviene recordar esta circunstancia que se olvida frecuentemente cuando se les acusa de buscar exclusivamente una deducción fiscal o una influencia injusta. Su verdadera razón de ser respondía a una inspiración altruista y útil dirigida a la resolución de los problemas más acuciantes de la sociedad.

Las actividades filantrópicas reúnen además varios atractivos especiales. Por una parte gozan de un valor elevado porque responden a una decisión voluntaria -no coercitiva como en los impuestos- en la que el donante decide qué desea hacer con su contribución y dirige con su aportación la parte cofinanciada por el Estado. Por otra, permiten realizar acciones a largo plazo -las más importantes- que superan el horizonte electoral que suele marcar la atención política, y permiten también que dichas actividades sean algo más arriesgadas e innovadoras con las que ensayar, evaluar y eventualmente abandonar nuevas iniciativas, sin correr el riesgo político que entrañaría un fracaso si se hubiera realizado con el presupuesto público. 

No solo las grandes fortunas han respaldado el mecenazgo. En los EEUU, en 2020, el 70% del total de las aportaciones las realizan individuos en cantidades muy modestas a ONG’s, iglesias, instituciones educativas culturales y otras entidades, sin olvidar el valor de las horas dedicadas bajo la forma de acciones de voluntariado -que realiza una de cada cuatro personas- que pasa del 40% del valor de las donaciones en dinero. Contrariamente a lo que suele argumentarse, este elevado protagonismo del voluntariado no ha conducido a una elevación de la tasa de paro sino que ha convivido con un elevado dinamismo en la creación de empleo. 

Fruto de la globalización que ha permitido hacer crecer los mercados y de la innovación tecnológica que ha permitido atenderlos por un conjunto reducido de empresas, se han desarrollado en el planeta tres o cuatro centenares de mega-corporaciones. Fundadas recientemente, su propiedad se encuentra muy concentrada y su éxito ha dado origen a grandes fortunas personales de sus fundadores, de los aceleradores de las start-ups y también de sus empleados cuando percibían parte de su remuneración ordinaria en opciones sobre las acciones de la compañía.  

Como siempre, la mejor forma de convencer a una empresa o a un particular de lo interesante y enriquecedor que resulta comprometerse con una actividad filantrópica es mostrar ejemplos de iniciativas altruistas que han superado con diferencia el alcance y la notoriedad de la actividad empresarial o profesional del donante. Por citar solo ejemplos de otros países, a Alfred  Nobel se le conoce mucho más por la Fundación que otorga los Premios, que por su éxito empresarial en la importante aplicación de la nitroglicerina en la dinamita. Lo mismo sucede con J.D. Rockefeller a quien la Universidad de Chicago -de la que fue fundador- ha superado con su extraordinaria actividad científica ligada en algún momento de su carrera con nada menos que 94 Premios Nobel (35 de ellos de Economía) su extraordinario impacto como empresario en la industria del petróleo. A Andrew Carnegie se le conoce más por haber construido 3.000 bibliotecas públicas en los EEUU que por ser un magnate del acero. Junto a los hermanos Mellon, socios en el mismo sector, fue cofundador de la Universidad Carnegie-Mellon en la que enseñan 11 Premios Nobel. La lista de ejemplos incluiría a los actuales billonarios Bill y Melinda Gates, Warren Buffet, Mark Zuckerberg y el resto de miembros del selecto grupo del movimiento Giving Pledge que desde el verano de 2010 se comprometieron a destinar la mayor parte de su patrimonio a resolver los principales problemas de la humanidad. Por este motivo permanecerán más en la historia y harán que sus descendientes y compatriotas se sientan más orgullosos por estos logros que por sus indudables e importantes protagonismos en el éxito de sus empresas. Y este éxito, en el siglo XXI, es cada vez más difícil, porque incluye no solo ganar dinero y generar empleo de calidad sino producir un impacto positivo adicional sobre su entorno. Y la actividad filantrópica es la forma natural de realizarlo de modo que lo que hoy es minoritario en España no tardará en convertirse en el futuro en una actividad mucho más extendida que reformará de nuevo el capitalismo en una dirección más participativa, justa, sostenible y humanista.  

Pero no solo las empresas y las empresas grandes deben ser pioneras y decisivas en la actividad filantrópica. Mayor valor todavía tienen las aportaciones que realizan la mayoría de las personas de rentas medias y bajas, en proporción a sus posibilidades, a las causas que consideran necesarias y justas. De sus contribuciones se financian proyectos que benefician a muchos y que disfrutan de una capilaridad que llega a los lugares más alejados del poder. El mérito de sus promotores es innegable. Y hay quien no dona dinero pero sí su tiempo en acciones de voluntariado. Su impulso no solo educaría a los jóvenes en valores éticos sino que otorgaría una actividad filantrópica adicional al número creciente de jubilados en nuestro país que se sentirían más integrados y comprometidos con el futuro de nuestra sociedad. 

Javier Quesada. Presidente Ejecutivo de los PRJI

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