VALENCIA. 12 horas de Comité Federal -más bien comité letal- expusieron las vergüenzas de la legendaria y centenaria formación socialista este sábado en Ferraz. El ya exsecretario general, Pedro Sánchez, se había encargado la tarde noche anterior de calentar el cónclave apelando a la militancia y planteando una disyuntiva simple para cualquier amateur de la política: "O Mariano Rajoy o yo".
Con ese discurso, no extrañó a nadie que decenas de militantes, simpatizantes o simplemente exaltados, acudieran a la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz a proferir improperios o proclamas de ánimo con mayor, menor o nulo criterio. El foco mediático, del que tan amargamente se suelen quejar los altos cargos socialistas, estaba perfectamente dispuesto para la función. Y fue circo, sí. A tres pistas.
Más allá de lo ocurrido cronológicamente en la jornada: la pelea por la Mesa, el desacuerdo en el orden del día, el debate sobre las cuestiones a consultar, el tira y afloja sobre la votación secreta o la discusión sobre quién tenía o no derecho para depositar un sufragio, el debate ya era una mera cuestión numérica. Y como la cosa parecía ajustada, los recesos se sucedieron para que, mientras unos atendían a los motivos del bloqueo, otros de dedicaran a tratar de amarrar sus apoyos o buscar convencer convencer a los indecisos.
Cuando el sol cayó, exactamente a las 20.21, casi 24 horas después de la última machada de Sánchez ante los medios, el secretario general del PSOE doblaba la rodilla al encontrarse con la derrota en votación a mano alzada (133-109) sobre su propuesta de celebración de un congreso extraordinario. Minutos después, con tono sosegado y cierta aura de mártir, comparecía ante los medios para asegurar que la gestora tendría su "apoyo leal" y expresar su deseo de que la militancia decidiera sobre las cuestiones importantes.
Una militancia que, dicho sea de paso, no decidió cuando su dirección fulminó al madrileño Tomás Gómez, cuando se tomó al asalto la federación de Castilla y León -vía Óscar López, ahora afín a Sánchez- por el método de la dimisión más uno de la Ejecutiva -el mismo que se ha utilizado para talarle- o cuando se cambiaron las listas gallegas para las elecciones. Se puede entrar en todos los debates estatutarios que se quiera, pero los movimientos orgánicos -o en este caso los golpes palaciegos, como algunos les llaman- también forman parte de la cultura del PSOE. Y del PP, de Podemos...
Ahora bien, y en esto no iba desencaminado Sánchez, el dilema para la formación socialista se sitúa ahora en un futuro inmediato en el que debe decidir si asume el desgaste de ceder en una abstención para que gobierne Mariano Rajoy o, con este singular ambiente, decida lanzarse a unas terceras elecciones (veremos quién sería el candidato intrépido).
Es evidente que algunas federaciones y referentes del partido se inclinan por la abstención desde tiempo atrás. Un hecho que Sánchez ha sabido utilizar para azuzar a la militancia: otra cosa es que sus resultados hayan sido decepcionantes y que tampoco haya sabido provocar ni por un momento una situación que albergara esperanza de algún tipo de investidura progresista.
Eso sí, su último legado para la formación socialista ha sido elevar enormemente el coste de unas terceras elecciones para el PSOE y, por supuesto, hacer pagar el máximo precio de una posible abstención que permita un gobierno de Rajoy.
Los razonamientos son conocidos: la abstención del PSOE permitiría, en un momento crítico para los socialistas, mantener cierto control desde el Congreso a la gestión del PP e incluso forzar determinadas decisiones, siempre con la amenaza de buscar alianzas para tumbar al Gobierno. Además, evitaría que un nombre propio -la andaluza Susana Díaz a priori- cargara con el desgaste de ceder paso a Rajoy: de ello se encargarían las siglas con un órgano colegiado como la gestora. En tercer lugar, retrasar lo máximo posible otro proceso congresual en el PSOE y buscar, de esta manera, lamerse las heridas y calmar los ánimos.
Por el contrario, la abstención del PSOE tendría como consecuencias negativas la humillación constante a manos de Podemos, el consiguiente "os lo advertimos" de los 'pedristas' a la militancia y, además, una evidente debilidad en la posición de los socialistas para sentarse con el PP tras la performance acaecida ayer en Ferraz. Es decir, el "no es no" de Sánchez nunca permitió a la formación socialista entrar en una negociación dura con Rajoy en la que, por ejemplo, se exigiera que él no fuera el presidente, o la retirada de determinadas leyes. Ahora, el PP sabe que unas terceras elecciones serían probablemente positivas para su partido y un drama para el PSOE.
Precisamente no pinta mejor visitar otra vez las urnas. Con una gestora al mando y sin el deseo tomar las riendas por parte de Susana Díaz -ni de cualquier candidato con futuro- a sabiendas de que el aspirante de turno tiene todos los números para pagar los platos rotos del caro espectáculo representado este sábado.
Con este escenario, al PSOE solo le queda albergar la esperanza de que aparezca una "pasarela tácita" -en palabras de Ximo Puig- vía PNV que Rajoy, inexplicablemente, pudiera tomar. O que, repentinamente, la nueva dirección socialista pudiera orquestar un gobierno alternativo de progreso incluyendo a fuerzas que, precisamente federaciones como la andaluza, hoy vencedoras, siempre desdeñaron.
Por si faltara algo de salsa, el presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, deslizó anoche en La Sexta que había hablado con Sánchez y que este le había confesado su deseo de presentarse a las siguientes primarias. Más madera.