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Bitácora de un mundo reinventado / OPINIÓN

¿Acaso un solo hombre se ríe de un pueblo?

Foto: ANA ESCOBAR/EFE
23/02/2024 - 

Cunde estos días la indignación por el último incendio del Saler. He crecido allí y la noticia me sacude como un gancho al estómago, me deja taciturna y perpleja varios días. A medida que se apaga el último rescoldo, las noticias y los rumores encienden las redes. Oigo a vecinos muy civilizados hablar del deseo de partirle las piernas al presunto pirómano; oigo crecer la jauría. El pasado miércoles, la Guardia Civil no le encontró en el domicilio cuando acudió para notificarle una nueva citación judicial y hay quien lo imagina ya hundido en la Albufera con una piedra en los tobillos. 

El bosque también tiene rabia y miedo y lo transmite. Las estampas que deja un incendio son la imagen misma de la muerte, de nuestra finitud, filas de troncos negros y ordenados como las cruces de un cementerio. Vosotros también sois carbono, ceniza y silencio, parece decir el paisaje calcinado, el olor del humo que tarda en disiparse. La lengua negra que se queda impresa para muchos años abre una herida profunda en nosotros, pero también lo hace esta marea de irracionalidad que nos quema por dentro. Yo misma fui testigo de cómo, a lo largo de décadas, los valencianos del Saler nos hacíamos cada vez más civilizados con el bosque. Y respetar la naturaleza es respetarnos a nosotros mismos.

Primero se exigió el Saler per al poble, movimiento ciudadano que frenó la depredación del último franquismo. Después asistimos a una conciencia ecológica cada vez más unánime. Hoy, un paseo por este parque natural permite una carta de amor al ecosistema, pero también a quien la disfruta y cuida. Apenas hay papeleras por la Dehesa, pero el paseante casi no se topa con basura por los caminos. El lago está cada vez mejor vallado porque lo hemos cedido a la reserva de aves (de niña lo conocí abarrotado como una playa de Benidorm), todos somos tolerantes con el respeto por las dunas y el chorlitejo que anida en ellas. Los días festivos llenamos los caminos de ciclistas y familias en ropa deportiva. ¿Qué es lo que está despertando en nosotros la vuelta a la barbarie?

Imagen del último incendio acontecido en El Saler. Foto: ANA ESCOBAR/EFE

Sólo sabemos oponer razón a la sinrazón y, a falta de explicaciones lógicas, las pasiones bajas circulan a sus anchas. Uno lee la prensa e intenta racionalizar que el presunto pirómano haya sido liberado con una orden de alejamiento que parece un insulto: no debe adentrarse en el bosque. Lleva un geolocalizador pero no bajo la piel, sino en el móvil. Dispone de bidones de parafina que dice comprar para su estufa y en su casa se incautaron cientos de mecheros. Incluso fue inculpado por delitos de piromanía en dos ocasiones, pero hace tanto tiempo que ya han prescrito. Este abogado penalista siempre tiene una explicación creativa que noquea a la justicia y ejerció él mismo su defensa: ¿acaso un solo hombre se está riendo de un pueblo?

Me resisto a renunciar al bosque que amo pero, por encima de todo, me resisto a desconfiar de los jueces porque ese no es mi mundo. Sin embargo, tampoco sé qué hacer con mi miedo, porque estas vacaciones me gustaría sentirme tranquila cuando mi hija y sus amigas se adentren por los caminos con sus bicicletas; saber que no las sorprenderá un incendio. Empatizo con el pánico vivido por los 30 vecinos desalojados el pasado lunes y me creo que sí, que esta vez el presunto buscaba hacer daño. Quizá no sólo dejaba ir su trastorno de impulsos, puede que los meses en prisión le hayan disparado una espiral de rabia que puede dejarnos calcinados. 

La piromanía no es una forma de psicosis, simplemente se trata de una forma de comunicarse con el entorno, un recurso desesperado al empoderamiento. Implica que la persona fracasa en la inhibición de su impulso, se rinde a su deseo y consigue una excitación instantánea, no planificada (nada que ver con ganar dinero, ocultar un delito o expresar una idea política y, por supuesto, nada que ver con la locura). Simplemente se cede a la tensión excitatoria en un instante en que el vacío o la angustia son insoportables.

Imagen del último incendio acontecido en El Saler. Foto: ANA ESCOBAR/EFE

En octubre, lo primero que me sacudió con la noticia de su detención, fue esta idea: la fuente de presuntos pirómanos parece inagotable. Vivimos una epidemia de personas desempoderadas y adictas. El contingente industrial de humanos alienados y vacíos que vemos crecer día a día puede acabar con lo mejor que nos dimos como sociedad en el siglo pasado. Hablo de parques naturales, pero también de un modelo de convivencia y de sostén emocional. Comunidad, apoyo mutuo, sentido de vida. Valores que nos han traído hasta aquí y le debemos a nuestros abuelos. Hoy dejamos que los niños se eduquen en la excitación instantánea. Criamos cerebros regados de dopamina y entrenados en la adicción al impulso. Pero hay una generación en medio que vivió lo mejor de aquel tiempo y de este que nos toca; yo apelo a ella para que exija un mejor rendimiento de la justicia, no la vuelta a la barbarie. 

La parte feliz de esta historia es que el ser humano se levanta cuando algo le sacude y nunca se cansa de crear soluciones y alternativas. Quizá en este caso la solución no sea nueva, pero merece la pena desempolvarla: educar en valores, acompañarse bien, no perder de vista los cimientos de la sociedad de derecho que nos dimos, la confianza en la justicia, en los cuerpos de seguridad y en nuestros logros como pueblo. Como decía Stefan Zweig: “toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz”.

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