Profesor y divulgador, su último libro está editado por The MIT Press, un honor al alcance de pocos. Y lo más curioso es que en esta recopilación de diálogos con los mejores pensadores del mundo abundan los españoles
VALÈNCIA.-«Los ordenadores no sirven para nada, solo pueden dar respuestas», decía Pablo Picasso. Porque para saber cuál es nuestro lugar en el mundo o quiénes somos es más importante hacerse buenas preguntas que hallar respuestas. El nuevo libro del periodista y profesor de la Universidad Politécnica de València y de la UNED Adolfo Plasencia (Bugarra, 1956) lanza preguntas en busca de más preguntas a un buen puñado de científicos, tecnólogos, filósofos y humanistas de las universidades más prestigiosas del mundo. Las 430 páginas de Is the universe a hologram? Scientists Answer the Most Provocative Questions (¿Es el universo un holograma? Los científicos responden a las preguntas más provocadoras), editado por el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), recorren el mundo físico, la inteligencia, la información y la visión del arte sobre la ciencia y las humanidades a través del método del Synusia, el diálogo platónico para el intercambio de conocimiento, antecesor de la actual ética hacker.
—Aunque tengamos más dispositivos y más información, las preguntas más decisivas no encuentran mejores respuestas que antes. Esa paradoja es la idea central de su libro.
—Muchas cosas que creemos nuevas no lo son. Los avances nos siguen llevando a la conciencia de que solo sabemos que no sabemos nada. Aunque lo relacionado con la tecnología y la ciencia aplicada en la sociedad nos parezca que se queda obsoleto muy rápido, hay muchas preguntas que seguimos sin poder contestar. Pese a la evolución de la tecnología o la ley de Moore, todavía no podemos contestar, por ejemplo, qué es la inteligencia, cómo funciona, dónde reside y cómo se mide.
—¿A qué hace referencia el título?
—Responde a la pregunta que unos científicos se atreven a proponer sobre si el universo es una gran representación como la que veían los que estaban encerrados en la caverna de Platón. Se lo pregunto al filósofo y matemático Javier Echeverría, que recuerda que los filósofos del siglo XVII ya se referían a múltiples universos, los metaversos, y dice que los filósofos hacen conjeturas muy atrevidas que luego los científicos deben demostrar empíricamente. Le cuadra desde la filosofía que puedan existir universos paralelos, y que el Big Bang y la expansión del universo puedan ser una gran representación, pero de momento la pregunta está en el aire.
—El libro pretende hablar del conocimiento como un todo a partir de diálogos platónicos. ¿Hoy es revolucionario volver a Platón?
—Todo está tan especializado que resulta subversivo que un libro reúna a gente de las humanidades, la ciencia y del arte como una nueva cuadrilla. Todas las disciplinas de vanguardia en ciencia, como la ingeniería biomédica, la nanotecnología o la físico-química que aborda Avelino Corma, son híbridas y las nuevas ideas están surgiendo en espacios donde las humanidades fertilizan a la ciencia, y viceversa. La mayor parte de libros y artículos científicos hoy son especializados, pero este libro muestra que las ideas científicas más novedosas ocurren en la intersección entre las humanidades y la ciencia y la tecnología.
—En las últimas décadas todos los que se formaban debían especializarse. Usted habla del conocimiento en todo su conjunto. ¿La especialización hoy no ha perdido su sentido?
—Nunca como hasta ahora en la historia de la Humanidad han sido tan importantes los matices. La digitalización hace enfrentemos cada día a un millón de veces más de datos que nuestros abuelos. La especialización se inventó en la era industrial para un sistema productivo eficiente. La era de la digitalización requiere volver a aprender a pensar como lo hacían los filósofos, y hay que mezclar la especialización con otras disciplinas. La educación se ha especializado tanto que estamos volviendo a una época borrosa, y necesitamos cosas que nos ayuden a movernos en un mundo híbrido. Muchos de los significados que creíamos fijados hoy se han vuelto líquidos, como decía Bauman.
—El libro incluye en el último bloque la visión del arte. ¿Por qué?
—Formular las preguntas de intuición tiene mucho que ver con la capacidad creativa del arte, por eso el epílogo es un diálogo con un gran artista como José María Yturralde (UPV). Él dice que se puede ir al pasado y cambiarlo en el arte, pero no hay un presente distinto sin un pasado distinto como diría Demócrito.
—Tiene relación con la idea del prólogo de que «el futuro no es algo que sucede, es algo que creamos», de Tim O’Reilly, creador de la web 2.0.
—Eso se relaciona con cuestiones como la polémica actual de que los robots quitan trabajo a las personas, la automatización, pero él dice que si la tecnología es una herramienta que hemos creado y quita trabajo a las personas, es porque nosotros la conducimos a eso. Pero es una herramienta que podemos llevar a otra dirección. Lo que ocurra depende de lo que hagamos. Esa es una de las ideas más importantes del libro.
—Entre los 33 investigadores entrevistados, hay una alta presencia española y valenciana. ¿Es un buen síntoma de nuestra ciencia?
—El hecho de que el MIT publique este libro con tantos hispanohablantes es una novedad. Cuando vieron el listado de nombres españoles pero de lugares incontestables como Bekeley, Harvard, la Agencia Europea del Espacio, Oxford o el CERN les tranquilizó. Todavía existe un prejuicio anglosajón en el mundo de la publicación científica. La vanguardia es tan difícil hoy que para alcanzar conocimiento de más calidad hay que reunir una gran diversidad de procedencias. Uno de los hallazgos será encontrar valencianos con un gran potencial.
—De las muchas preguntas que plantea y de las nuevas que salen en los diálogos, ¿qué idea le da más vértigo?
—Dialogando con el informático José Hernández Orallo, se abordan los posibles peligros de la revolución de la inteligencia artificial. Una reflexión es que uno de los bienes de la Humanidad mejor repartidos hasta ahora era la inteligencia: pese a las desigualdades económicas, en cualquier lugar podía surgir una inteligencia extraordinaria. Lo que da vértigo es pensar que la inteligencia artificial del planeta pueda ser superior a la humana y que el conjunto de la inteligencia desarrollada se concentre en un monopolio empresarial y se convierta en una fuente de poder como nunca ha habido otra.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 36 (X/17) de la revista Plaza