Las lluvias abundantes y las pocas horas de sol han perjudicado las primeras cosechas de la temporada
VALÈNCIA. "El año pasado fue un desastre por los bajos precios y este año por las condiciones climatológicas", lamenta Eduard Esparza, agricultor de Carlet y miembro del sindicato agrario La Unió de Llauradors, mientras se pregunta si les compensará aguantar otro año más los cultivos. Faltan escasas semanas para que finalice la campaña de recogida de fruta de hueso de este año en la Ribera, donde la agricultura es un pilar importante de su economía, a pesar del retroceso sufrido durante los últimos años de crisis económica para el sector.
Precisamente, esta localidad riberenca concentra gran parte de los terrenos de cultivos de la zona que se dedican a la producción de este tipo de fruta de verano: melocotones, paraguayos o nectarinas, y los agricultores se muestran preocupados debido a las malas expectativas económicas. "La campaña de 2019 fue una ruina" recuerda Fernando Hervás, otro agricultor afectado de Carlet, miembro de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja). Según este sindicato “los precios se hundieron el año pasado, con una media de entre 20 o 40 céntimos por kilo, es decir, la mitad de los costes de producción para el agricultor”. Esto supuso unas “superpéridas”, en palabras de Esparza.
Con la temporada de este año a medias, los agricultores empiezan a hacer balance y temen que la situación se repita. Durante la primera parte de esta campaña, con las variedades más tempranas, los precios han sido notablemente mejores: con una media de “unos 10 o 20 céntimos de beneficio por kilo”, según ha calculado Hervás desde AVA-Asaja. Sin embargo, ambos coinciden en que las malas condiciones climatológicas con unas lluvias abundantes, mucha humedad y pocas horas de sol, han afectado a la calidad del producto. “Se trata de un cultivo que necesita bastante agua de riego, pero no de lluvia”, explican, “por lo que gran parte de la cosecha no ha sido apta para la venta y se ha perdido”.
“Los elevados gastos de producción de la fruta de hueso en estas condiciones son insoportables”, admite Esparza en relación a la mano de obra para un proceso “especialmente cuidadoso y manual” y la aplicación de “cinco o seis” tratamientos fitosanitarios. “Todo lo que nace de los árboles nos ha costado dinero de producir pero no todo lo podemos recoger y comercializar, parte de la cosecha se pierde porque no cumple los requisitos, esto es lo que ha ocurrido con gran parte de la producción que se ha quedado sin cosechar”, lamenta Hervás. “Por ejemplo, en uno de mis campos, el año pasado recogí 6.000 kilos de melocotones y este año 1.900, el resto estaba en el suelo”.
Es decir, que aunque los precios hasta el momento han sido mejores comparados con los del año anterior, la cantidad total de kilos que se han aprovechado ha disminuido tanto que no les ha salido rentable. A pesar de que todavía mantienen algo de esperanza para lo que queda de temporada, ya que “ahora hay una buena climatología y se espera sacar más rentabilidad a la tierra con un mejor producto”, les sigue preocupando la tendencia a la baja de los precios y la escasa rentabilidad del cultivo. Frente a este escenario, AVA-Asaja ha alertado de que “el 40% de los productores valencianos de frutales de hueso se plantean arrancar los cultivos tras la recolección”. “Yo ya he arrancado algunos campos”, admite Hervás, y recuerda que se trata de una situación que ya ocurrió el año pasado. “Aquí arrancaron alrededor de 2.000 hanegadas de fruta de hueso, ahora calculamos que lo harán otras 3.000 más. En un par de años hemos disminuido casi un 50% nuestra producción”.
Las consecuencias negativas de esta situación van más allá de la rentabilidad de las cosechas. Tanto Esparza como Hervás coinciden en las repercusiones que tiene el abandono de tierras de cultivo que pasarían a ser terreno improductivo: “no solo se trata de los agricultores, afecta a otros sectores económicos que dependen de ellos, desde la mano de obra hasta el transporte, e incluso las empresas que se dedican al envasado y el etiquetado del producto”, señala el representante de La Unió de Llauradors en Carlet.
Ambos alertan de que también podría tener un impacto en el medio ambiente con “un incremento de plagas y un mayor peligro de sufrir incendios” o a nivel paisajístico: “la agricultura de la comarca conforma un paisaje dominado por el verde, pero es artificial y depende de que los agricultores mantengan activos sus terrenos. Si se abandonan campos este paisaje podría cambiar”, apunta Esparza. Todo ello se suma a un sector envejecido al que le cuesta asegurar un relevo generacional y que arrastra una lucha por conseguir mejores precios.
Precisamente estas reivindicaciones llevaron en los meses de enero y febrero a los agricultores a las calles, con unas protestas que llenaron las ciudades, pero que se vieron interrumpidas por la extraordinaria situación derivada de la Covid-19. “El coronavirus ha demostrado que el sector de la agricultura es estratégico. En momentos de crisis, tener garantizada una soberanía alimentaria es fundamental”, reivindica Esparza. Un escenario imprevisto que, además, les ha obligado a tomar medidas de protección que “han encarecido los procesos”, como por ejemplo el uso de equipos de protección o la adaptación de espacios en lugares de trabajo como las cooperativas agrícolas.