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Agustín Fernández Mallo: “Lo digital no anula el concepto de amor romántico, lo amplía”

'El libro de todos los amores' (Seix Barral), propone un inventario, mirando al pasado y al futuro, de las posibilidades del amor

23/02/2022 - 

VALÈNCIA. Agustín Fernández Mallo ha hecho un libro que son tres: el relato de un mundo en vísperas del colapso, una serie de microensayos que son una suerte de abstracciones sobre el concepto del amor, y un diálogo entre una pareja en el que el cuerpo ocupa la centralidad. Todo esto es El libro de todos los amores (Seix Barral), una novela filosófica en la que Fernández Mallo aprovecha la amplitud del amor para pulsar el pasado, el presente y las posibilidades del futuro. El autor, que ayer visitó València, responde a las preguntas de Culturplaza.

- Son tres libros los que planteas. ¿Cómo ha sido el proceso de composición de la obra? ¿De una manera de fragmentada, has seguido la linealidad con la que se presenta…?
- Como todo lo que escribo, nunca sé cómo empieza; y lo que sí es seguro es que nunca sé a dónde voy mientras escribo. Tengo un horizonte y unas ideas, pero van cambiando a medida que cambia mi cotidianidad y mis impulsos. La primera idea clara en este caso surgió cuando vi una fotografía de la paleta de colores de Tadeo Haenke; me resultó muy curioso que, gracias a la botánica, el mundo define colores y eso hace avanzar el arte. Producto de aquello, se me ocurre hacer un Pantone del amor. Llevaba mucho tiempo hablando del amor y pero no sabía cómo. Puedes caer en los tópicos y descubrí la manera en la que quería: a través de estos microensayos líricos. Cuando ya tenía bastantes hechos, quise llevarlo a otro lugar metiendo a una pareja y viendo cómo resolver este conflicto a través de una pareja contemporánea en vez de alguna manera ñoña. Ahí es cuando se cruzan las diferentes historias y es cuando empiezan a crecer juntos.

- Planteas un mundo descompuesto, pero a la vez huyendo de las narrativas del colapso.
- Yo tenía claro que, si planteaba un fin del mundo por culpa del amor, lo que no quería hacerlo apocalíptico. El apocalipsis es algo que llevan vendiéndonos 30 siglos para darnos miedo. No quería contar la típica distopía de teleserie en la que el fin del mundo es culpa de una corporación. Me interesaba el concepto de emocapitalismo: nos están vendiendo las emociones a precio de oro, los poderes x (que no creo que sean ya los estados, sino el capital) ya no son coercitivo, ya no te obligan a hacer nada; al contrario, te dicen que te van a dar exactamente lo que pides, y eso crea un mundo algo caprichoso. En un momento del libro, escribo este juego de palabras, que no lo es tanto, de que corporación viene de cuerpo: nosotros somos los fetos de esas grandes empresas. Y las industrias culturales nos están vendiendo un supuesto colapso de las que ellas mismas son parte. Toda civilización ha ficcionado el apocalipsis, está en la imaginación del humano, pero de ahí a que ocurra… Y mucho menos, venderlo y venderme —de paso— lo que tú quieres. En Estados Unidos, la televisión está plagada de anuncios de seguros de casa o seguros médicos. Es una sociedad a la que le han vendido el miedo y ahora están vendiendo las soluciones a este.

- Y como nuestro marco mental ya está preparado para el colapso, presentas directamente el amor como regeneración, como esperanza y solución.
- En cierto modo, sí. Para mí es un reto narrativo pensar en el amor desde lo más profundo de su cursilería: yo no sé cómo tratarlo antes de, aprendo a escribir las cosas escribiéndolas. Cuando empiezo a escribir. Así que me planteé tratar el amor sin tapujos y verle todas las caras, y sobre todo, ver en qué momentos el amor (o su exceso) es contraproducente.

Foto: ESTRELLA JOVER

- En la medida en la que el amor es un concepto filosófico que parece total, de alguna manera, permite que quepa todo lo que produce tu propio ejercicio intelectual.
- Efectivamente. Yo nunca había pensado en estos términos hasta que un periodista cultural, que había leído toda mi obra, me dijo que yo hablaba del amor en todos mis libros. Es un concepto tan poliédrico, y como mi forma de pensar es la de conectar cosas, me doy cuenta que puedo conectar el amor con tantas cosas… Que en realidad, una de dos, o es cursi o está pasado de moda.

- Me pregunto si es lo mismo: ¿huir de la cursilería también es hacerlo de la simplificación del concepto amor, heredero de la religión?
- Absolutamente. El concepto de amor que nos viene a través de la religión, que es la cultura predominante que seguimos teniendo, acabo comparándolo con el amor a las mascotas. Es un amor muy simple, puramente emocional, y que no tienen en cuenta otras aristas que socialmente están. Efectivamente, eran una manera de complejizarlo y quitarle lo más naíf. La simplificación la notamos incluso en el lenguaje, cuando las personas dicen cosas como “amo ese coche” o “amo mi patria”. Qué cosa más rara, yo siempre he sentido amor por las personas.

- Hay pilares de tu obra anterior que mantienes en el libro, y uno es la dualidad que planteas analógico/digital. En ese interés, ¿qué retos le plantea al amor este nuevo contexto que parece capaz de transformarlo todo?
- Hay un momento del libro en el que hablo del amor estadístico, que además tiene relación con un ensayo más amplio que estoy desarrollando, y es la idea de que hay un momento en el que, a través de las redes sociales y meta-medios, tú no te enamoras de una persona, sino de un cúmulo estadístico de datos que una plataforma te presenta de una manera concreta gracias a una combinación de algoritmos. Eso cambia totalmente la forma de relacionarse y la forma de percibirlo, o debería cambiarlo, debería cambiar ciertas actitudes y tener otras preocupaciones. Esto se ve más claro con la palabra amigo, el amigo de Facebook es un amigo estadístico, porque lo que tú ves es la mezcla matemática de los datos de una persona. A mí eso me ha roto la cabeza porque llevo varios meses con páginas escrita sobre lo que significa que, de repente, haya una identidad —en este caso, un amor— que crean diferentes plataformas y acaban en un yo virtual del que tú te enamoras. Y no lo veo como algo eminentemente negativo: no anula el concepto de amor romántico, lo amplía a otros lugares. 

Si de algo me he dado cuenta, pensando muchos años en muchas cosas, es que nada en el planeta Tierra se borra. Si inventas la sacarina, por ejemplo, estará siempre, aunque sea como archivo. Pues igual con el capitalismo, con el marxismo, o el amor romántico (que ya viene del amor cortés). Estará siempre, pero ahora se ve ampliado por este amor estadístico, producto de la digitalización.

- Otro pilar de tu obra: las texturas. Hablas mucho de los cuerpos, pero también de las texturas de las cosas. Además, como melómano que eres, hablas de los surcos de los vinilos y los acabas trasladando a los surcos de los edificios y otras superficies. Háblame de la importancia de esto en tu escritura.
- Para mí es una de las ideas más potentes del libro: todo tiene surcos y microsurcos, por lo tanto todo tiene una música; lo que no sabemos es con qué aguja podríamos traer los sonidos. Me pareció una idea preciosa por sí misma: a pesar de alabar tanto lo digital, lo que al final contiene el mundo y su solución es una inverosímil esfera de vinilo en vez de un ordenador con millones de servidores. Volver al fuego, lo que salva a la humanidad es el fuego: lo analógico me interesa mucho también. Es lo post-digital: cuando lo digital da un paso más allá y tiene que incorporar otra vez a lo analógico para poder funcionar. El mundo se compone de materia, nos han dicho que lo digital se compone de un alma y eso es una idea platónica. Todo lo que existe es materia, la entropía del Universo siempre aumenta porque todo contiene algo que se degrada.

Todo es piel y todo es textura, y lo que nos interesa es la piel, que es la interface fundamental, donde se da el contacto de dos elementos y se producen cosas como la vida o incluso la muerte. En la piel se produce todo, y en los elementos igual, y en los textos igual. Aunque hable de antropología o sociología, todo pasa rápido y a través de metáforas, por eso hablo de física cuántica y se puede leer. Me gusta quedarme en esa piel, no profundizar, construir sin dármelas de erudito. Me interesa darle al objeto una dimensión que vaya más allá del mismo, crear una red que lo transforme en algo orgánico.

Foto: ESTRELLA JOVER

- Igual como miras el futuro buscando no caer en la distopía, también miras al pasado con un equilibrio dificilísimo para no caer en la nostalgia.
- Lo que me interesa del pasado no es saber cómo era mi pasado. Lo que me interesa de la mandíbula de un Neandertal no es saber cómo eran ellos, sino yo no soy un Neandertal y eso ya ocurrió. Lo que me interesa es que esa mandíbula me cuente el presente, en vez de ir yo al pasado, y cómo construye mi identidad hoy. Es decir, una mirada totalmente contrario a lo romántico. La nostalgia ve lo antiguo y llora esa pérdida, a mí eso nunca me ha interesado. El mundo siempre ha sido transformación, y hay cosas que se pierden pero otras tantas aparecen.

- Planteas en el libro que el inventario de amores lo escribe ella, sin embargo los microensayos tienen tu firma muy marcada. ¿Te has querido borrar?
- Sí, la inmensa mayoría que se dicen en esos ensayos son cosas que pienso, pero quería desviarme. Pero también me gustaba la idea de pensar que, esos amores que ella describe, sin saberlo, son los que construirán el futuro.

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