El documental de Alaska se centra más en aspectos personales de la cantante, como su transformación personal bisturí mediante, que en la música, pero al menos dedica uno de tres capítulos a la escena de los 80, cuando se gestó uno de los mejores discos del pop español, Deseo Carnal, y solo por esa hora merece la pena
VALÈNCIA. Pocos artistas habrá en España que generen tanta inestabilidad emocional, neurosis, con solo oír su nombre como Alaska. Es un fenómeno interesante, porque con el paso de los años y las décadas, las reacciones viscerales han ido transitando por diferentes tipos de personas, a veces opuestos entre sí.
Cuando yo era crío, odiaban a Alaska las niñas bien. Yo no entendía por qué. Para mí Alaska era un personaje entrañable, era la de La Bola de Cristal, mi programa favorito. Resulta que, en los 80, había representado el arquetipo de todo lo que detestaban las pequeñas católicas que estaban creciendo. Era entendible.
Más tarde, cuando me empecé a introducir en la música de los años 80, también había reacciones de desprecio de gente que se consideraba testigo de ese concepto vacío que responde al nombre de Movida. En todas las escenas hay envidias intestinas, quien desde dentro de una logra lanzarse, no siempre le termina cayendo bien al resto.
Luego pude comprobar que entre fans del rock urbano y el heavy metal español ocurría también lo mismo. Se pensaba que el éxito que pudo tener Alaska con sus grupos, en realidad, les pertenecía a ellos por derecho. Se lo habían arrebatado con sucias artimañas, la colaboración del Gobierno y los medios de comunicación. Los más valientes incluso veían un plan maestro para acabar con los impulsos revolucionarios de la juventud. Junto a los fans del Rock Radical Vasco, estos personajes no tenían empacho en calificar a Alaska y su troupe de “putas y maricones”.
Mucho después, cuando Alaska pasó de criticar a Álvarez del Manzano a confraternizar con el PP madrileño, después de que se estableciera como colaboradora de Jiménez Losantos, el odio le vino, simplemente, por la izquierda. En los años de revival de los 80 habría que añadir a los que hicieron críticas a esa época con argumentos más oportunistas que oportunos y, finalmente, en la efervescencia de los nacionalismos en España, mucha gente la identifica con Madrid, la ciudad que impide sus sueños, y embiste contra todo lo que de alguna manera u otra la represente.
Es curioso, porque no se me ocurre mucha gente que haya sido capaz de concitar odios tan diversos. Habrá quien piense que la unanimidad no engaña, pero yo, personalmente, creo que se trata de autonomía e independencia. Ante la duda, el documental que ha lanzado Movistar +, Alaska Revelada, podría aclararnos algo, pero peca de lo contrario que la artista, falta de autonomía e independencia.
Es decir, se prescinde de una perspectiva neutral, o ajena a la obra, para interpretar los hechos –llámenlo periodismo si quieren- y el resultado está muy bien, pero carece de aristas y grises, porque está elaborado por sus propios protagonistas. Aun así, se tratan los temas escabrosos, como la adicción de Carlos Berlanga, con sus eufemismos correspondientes, y la de Pito, antiguo manager y expareja de Alaska, que tuvo como consecuencia la ruina de la cantante.
Para mi gusto, la mejor parte del documental es el segundo episodio, en el que hablan de música. Bien es cierto que a Movistar + le importa poco la música, quiere salseo y personajes famosos opinando de cosas cualesquiera, pero que sean famosos, y aquí al menos les han conseguido colar un tercio que habla de la música de los años 70 y 80, el punk y la Nueva Ola.
Kaka de Luxe era un divertido grupo seminal, Pegamoides ya tenía canciones muy buenas y, especialmente, el disco Deseo Carnal de Dinarama, es uno de los mejores que se han editado en la historia del pop español. Pese a los prejuicios de muchos, los grandes temas de ese LP tienen más que ver con los 70 que con los 80. Es una rara avis genial.
Desgraciadamente, no tenemos el desglose que merece un hito así. A cambio, en cuarenta minutos se nos cuenta con el turbo todo lo que fue aquello, con imágenes impagables de Fanny McNamara haciendo el cafre en el escenario, u otras preciosas del mítico concierto de Dinarama en Rock-Ola de 1982,
Hay un apunte que hace Nacho Canut, cuando dice que ellos, al ser homosexuales, se saltaron el famoso Penta y todos esos ambientes malasañeros “heteros”, de donde salió Nacha Pop y compañía, y que tal vez por eso generaron su propio universo y una personalidad inclasificable. Aunque atravesaran una evolución del punk al after-punk y, de ahí, al acid house, lo que define al grupo en toda su trayectoria es un pop luminoso con raíces en las décadas anteriores, las que ya entonces sonaban naive. Una música optimista y bonita.
Esto es algo que chocaba con la agresividad de muchos grupos del momento, el rollo trágico de los atormentados, la solemnidad de otros… En general, en un país donde la cultura, a izquierda y derecha indistintamente, es tan judeocristiana, cuesta que se identifique “calidad” con buen humor y hedonismo, y creo que ese es otro de los precios que ha tenido que pagar este grupo por su éxito.
Me habría gustado que se indagase con mucho más detalle en todo eso, porque el tema entre manos son páginas de oro de la música española, pero prima mucho más lo personal, encima en tono autobiográfico. Hay que admitir que se tratan detalles que tienen interés si, de nuevo, tienes en cuenta a los haters. Por ejemplo, de Alaska y su generación se ha dicho que bailaban sobre los muertos de la Guerra Civil (se conoce que por algún motivo en lugar de tocar la guitarra su obligación era excavar las fosas). Pues aquí tienen la historia de su padre, exiliado republicano en México por la Guerra Civil.
En cambio, las ideas que tiene Alaska sobre la transformación del cuerpo no me seducen en absoluto, y se dedican muchos minutos a ese asunto. Al menos, se sigue con más interés la conversión de Alaska en icono gay y musa del movimiento. Es cierto que todo eso ocurrió cuando en Chueca todavía quedaban muchos yonquis y a los Orgullos iban solo decenas de personas. Los pura sangre ahora lo pasan por alto.
Pero lo mejor es algo que ya comentó Ordovás tiempo atrás. Cuando Alaska se pasó de moda, siguió a lo suyo. En este caso, fue Fangoria, un grupo que tardó diez años en despegar. Pero la pérdida del éxito y el favor del público no estuvo seguido de quejas amargas por injusticias imaginarias, conspiraciones ocultas ni otro tipo de lamentables lamentos tan habituales en la industria del yo.
Esa temporada en el desierto –ellos dicen “en el infierno”- es lo que mejor habla de ella y su compromiso artístico. Creo que su mayor mérito ha sido desafiar a las jerarquías culturales, que en España son bien rígidas y autoritarias, y ese ha sido siempre el denominador común de su trayectoria y de los sucesivos circos de los que se ha rodeado. Políticamente, sí, ha dicho unas cuentas boutades, pero… ¿A quién le importa…?