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desastre ecológico

L'Albufera: El paraíso natural en peligro

La falta de agua, la incapacidad de la Administración de regular el uso del paraje y la gestión de los arrozales asfixian la joya ecológica de València

| 17/10/2019 | 12 min, 51 seg

VALÈNCIA.-Jaume I se apropió del paraje en el siglo XIII, Carlos III dictó normas para su protección en el XVIII, el botánico Cavanilles le dedicó parte de sus desvelos casi en el XIX, el célebre Vicente Blasco Ibáñez lo inmortalizó en una de sus obras más populares —Cañas y Barro (1902)— y varios pintores valencianos —Joaquín Michavila, Antonio Fillol— se han inspirado en él en buena parte de su obra. 

Sin embargo, muchos otros —Joaquín Sorolla, que siempre prefirió la playa de la Malvarrosa; Felipe Pinazo, pese a su fijación con los paisajes de su tierra— lo han ignorado casi totalmente. Es más, en general, ha sido relativamente maltratado. El siglo XX le sentó muy mal. Se agudizó su achicamiento y fue víctima de la depredación del desarrollismo, cuando en su entorno se levantaron hoteles (incluso un parador nacional), campos de golf y urbanizaciones que, juzgados con la perspectiva actual, parecen un atentado ecológico e incluso contra el buen gusto. 

La movilización popular, de gente que muchas veces le había dado la espalda, frenó su eventual destrucción. Incluso Félix Rodríguez de la Fuente, ecologista avant la lettre, le dedicó un programa que galvanizó la campaña contra su urbanización. «Indudablemente, la riqueza ornitológica, señores míos, es impresionante. No cabe la menor duda de que es el más importante enclave para las aves acuáticas que existe en todo el Mediterráneo Occidental después de la marisma del Guadalquivir», dijo el divulgador, de fama mundial, en su programa de Televisión Española El hombre y la tierra.

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Otros expertos en naturaleza no eran tan optimistas con respecto al paraje en los años setenta. El proceso de industrialización y la presión demográfica y urbanística lo habían deteriorado sobremanera. «La Albufera agoniza, y yo personalmente opino con otros muchos biólogos que no es posible ya salvarla de la muerte. Desde luego, si se hace un gran esfuerzo quizás se podría volver el lago a la vida, cosa desde luego difícil, costosa y compleja», escribía, en 1973, Ignacio Docavo

Docavo, catedrático de Entomología de la Universitat de València, creador del primer zoo de Valencia e impulsor del Bioparc, no estaba solo. Otro profesor de esa universidad, en este caso de Ecología, Miguel Gil Corell, también era pesimista con respecto a El Saler y su entorno. «Más que de pinos hay que hablar del ecosistema como conjunto natural. El valor de este ecosistema, en estos momentos, es cero. […] Este ecosistema natural y típico, y al mismo tiempo escaso en la zona mediterránea, ha perdido, de momento, su valor natural y paisajístico». El amor por la naturaleza de Gil Corell, calificado de «maestro de varias generaciones de ecologistas», estaba fuera de toda duda. 

El proyecto elefantiásico y megalómano como el de los setenta —24 hoteles, 56 torres de apartamentos, nueve poblados costeros y hasta una zona popular para 100.000 personas— «habría significado muy probablemente el fin de todo este complejo ecosistema, íntimamente ligado al lago», se lee en Mètode, la revista de divulgación científica de la Universitat. Este tipo de iniciativas ahora son imposibles. Casi cincuenta años después, las amenazas son de otro tipo. Menos aparatosas pero también peligrosas. Muy peligrosas aunque difusas. 

L'Albufera moribunda

La mayor parte de actores consultados califican de delicado el estado de L'Albufera, un parque natural de 20.000 hectáreas que está a apenas diez kilómetros de València capital. Las razones son múltiples. La degradación del parque viene de lejos (en los setenta se daba por amortizado), los tiempos no acompañan (el cambio climático y, por ejemplo, el descenso de lluvias que comporta), las presiones de todo tipo que soporta un espacio de gestión muy compleja: conviven vecinos, turistas, agricultores (el 70% del parque se dedica al cultivo del arroz), pescadores y está en un área densamente poblada (València, L'Horta Sud, la Ribera) y con una relativamente fuerte actividad industrial. Una carretera que es autovía durante seis kilómetros cruza el paraje protegido, que va desde el término de València hasta prácticamente Algemesí, dos ciudades a 50 kilómetros de distancia. 

Con todo, hay coincidencia en señalar a la falta de agua y de calidad como el principal obstáculo para recuperar totalmente L'Albufera. El lago se formó hace millones de años, en el Pleistoceno. Entonces, la interacción de las desembocaduras del Turia (València) y el Júcar (Cullera) y el Mediterráneo generó una barrera o cordón litoral que aisló la laguna. Esta llegó a abarcar 30.000 hectáreas. Ahora, producto de la acción del hombre y otras circunstancias, es de solo 2.300. Y el agua llega en menor cantidad y calidad. La extensión del regadío (en la Comunitat Valenciana) y aguas arriba, la prioridad al consumo urbano e industrial y la pérdida de caudal de los ríos que la nutren explican el fenómeno. Las mejoras en la gestión o en infraestructuras de riego o depuradoras tienen, paradójicamente, escaso efecto: generan mayor demanda de los agricultores en Castilla-La Mancha o La Ribera. 

Políticamente, la gestión de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), el organismo estatal encargado de gestionar esta cuenca vital en la Comunitat, también es muy discutida: racanea el agua a un espacio único, critican muchos. Entre estos está Sergi Campillo, vicealcalde de València, responsable de ecología urbana en el Ayuntamiento y, además, biólogo. Conoce a la perfección L'Albufera, sobre la que tiene plena responsabilidad. Con el PP en el gobierno central (por ejemplo, en 2016) atizaba sin piedad a la CHJ.

«La Albufera agoniza, y yo personalmente opino con otros muchos biólogos que no es posible ya salvarla de la muerte», escribía, en 1973, Ignacio Docavo

 «La situación es grave y la principal responsabilidad es de la CHJ porque, sencillamente, no aporta el caudal necesario a L'Albufera, contraviniendo normas como la directiva del agua». Campillo creía entonces que con un gobierno «responsable y sensible» y, por tanto, más agua, «el problema se paliaría». ¿Ha mejorado la situación con Pedro Sánchez en La Moncloa? Según técnicos de la Administración —la Conselleria de Medio Ambiente no ha permitido a este medio hablar con la directora del parque natural, Paloma Mateache, aunque sí enviarle un cuestionario—, no. 

«El lago necesita un flujo continuo de agua de calidad del que ahora carece: el agua llega a golpes y es mediocre, muchas veces vía acequias que portan residuos, especialmente desde la parte Oeste», dice un conocedor del parque. Mateache se pronunció en términos parecidos en una conferencia internacional celebrada en mayo. «Si mañana le aportáramos a L'Albufera un chorrazo de agua de calidad, la tendríamos recuperada en dos o tres años» ya que «todavía estamos en mala situación». Según la directora del parque natural, «hay que mejorar todos los sistemas de depuración de los municipios de alrededor para que las aportaciones tengan una calidad óptima y debe llegar más flujo a lo largo de todo el año, y no como ahora que solo recibe agua por retornos de riego o cuando llueve». 

Fran Quesada es el responsable de la Generalitat de velar por L'Albufera, un parque de gestión complejísima: es propiedad del Ayuntamiento de València, la regulación depende de la administración autonómica, el aporte de agua de una institución estatal y, aún parcialmente, su uso por parte de los regantes, de una institución casi decimonónica, la Junta de Desagüe. De entrada, el director general de Medio Natural alerta del rompecabezas, que impide soluciones unilaterales e integrales, pero es optimista: «Los indicadores apuntan a que estamos mejor que en 2015», cuando la situación del parque era crítica. 

Reconoce el papel clave del agua en la salud del parque, pero cree que las soluciones llegarán: «La CHJ se ha comprometido a aportar ocho hectómetros extra cada año desde el pantano de Tous. Sería un aporte de calidad que, aunque insuficiente, tendría un efecto positivo». El agua dulce es fundamental para mitigar la salinidad del suelo de L'Albufera. Recuperar las, antaño, aguas cristalinas mejoraría la fauna y la flora del parque de manera notable. También la pesca y, seguramente, el atractivo del paraje para los visitantes.

El problema es que no hay agua para todos. Y en la CHJ, con independencia de qué partido gobierne España (hasta el momento, PP y PSOE; PSOE y PP) las prioridades son otras. Así, aunque el ciclo de planificación hidrológica 2015–2021 de la confederación consigna 210 hectómetros anuales para el parque, la realidad no siempre encaja con los planes. Cuando hay sequía, el agua llega con cuentagotas y solo cuando la situación es crítica. Eso sucedió en diciembre de 2017. La falta de lluvias llevó el nivel del lago a cota cero. No tenía agua. De manera excepcional, la CHJ inyectó dos hectómetros desde Tous para que el agua se elevara doce centímetros sobre el suelo del paraje, treinta sobre el nivel del mar. 

Todos contra todos

Campillo ha advertido repetidamente de una aparente anomalía: el agua fluye para garantizar la cosecha de arroz, que se da en casi toda la marjal, casi el 70% de la superficie del parque natural, pero escasea para garantizar la salud del paraje. Que sea un humedal notable a nivel europeo parece irrelevante. Así como su riqueza en fauna y flora, o su importancia capital para las 70.000 aves que invernan allí anualmente. Para el concejal, la dramática falta de agua que se sufre muchos inviernos es «consecuencia de la reducción, prácticamente a cero, de las aportaciones al lago desde el sistema Júcar fuera de la época de cultivo de los arrozales, especialmente durante el otoño y el invierno». El alcalde de València, Joan Ribó, va más lejos: «Es imprescindible una aportación del Júcar porque en caso contrario L'Albufera no puede vivir». 

El agua escasea y además se gestiona de manera peculiar, a través de una entidad regida por una normativa de 1926, que data de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. La Junta de Desagüe, formada por los propietarios de los 200 kilómetros cuadrados de campos de arroz que hay en el parque, manda. Es la responsable de acordar, decidir y ejecutar lo relativo «al desagüe, la disposición de caudales hídricos, el nivel de las aguas y el control de las compuertas y estaciones de bombeo». 

La entidad escapa del control público, aunque la presidencia, honorífica, corresponde al Ayuntamiento de València. Ribó renunció a ella —dimisión rechazada por la entidad y finalmente no concretada al no estar contemplada en los estatutos— en medio del penúltimo escándalo: la Fiscalía de Medio Ambiente abrió en julio de este año una investigación a la organización por el «alarmante descenso» de los niveles de agua del lago de L'Albufera. En mayo y junio, el nivel medio del agua fue de 7,5 centímetros aunque entre mayo y octubre, durante el cultivo de arroz, el mínimo debía ser de diez centímetros. 

«Tenemos sheriff —dice, en referencia a la Generalitat— pero no tenemos ley», asegura el biólogo javier jiménez romo

La acusación pública pidió a la Generalitat retirar de competencias a la junta y la imposición de una multa por la «gravedad del daño al equilibrio y sostenibilidad medioambiental del lago, así como la persistencia y reiteración de los hechos». De hecho, varias denuncias y peticiones en la misma línea han tenido nulo efecto en la situación. Todo sigue igual. 

Esa inacción es, en opinión de Javier Jiménez Romo, un biólogo que trabaja en el mantenimiento de la reserva natural, uno de los problemas del parque. «Tenemos sheriff —dice, en referencia a la Generalitat— pero no tenemos ley». Efectivamente, L'Albufera carece de plan de gestión, PRUG en la jerga administrativa. La coalición PSOE-Compromís se comprometió a desplegarlo en su primera legislatura en el poder (2015-19) pero no cumplió. Quesada se disculpa. «Es un documento de gran complejidad que en épocas anteriores fue parcialmente tumbado por los tribunales. Requiere de tiempo y precisión». Promete tenerlo antes de 2023. 

Pablo Vera, técnico de la Sociedad Española de Ornitología (SEOBirdlife), que trabaja a diario en L'Albufera, coincide. «Se necesita un plan de gestión que ponga racionalidad en el parque. Como Jiménez Romo, y casi todos los actores consultados, Vera cree fundamental más y mejor agua. «Los conservacionistas tenemos claro que el lago necesita más agua de río y menos procedente, por ejemplo, de depuradoras. Además, el agua llega a los arrozales pero no a la laguna por la gestión de los regantes». Estos, por supuesto, tienen una visión diferente del asunto. 

José Pascual Fortea, secretario de la Junta de Desagüe, no deja títere con cabeza. «La denuncia de la Fiscalía es inexplicable y caprichosa —dice—. Los ecologistas son los que más daño hacen a L'Albufera, como demuestra su desastrosa gestión en el Tancat de la Pipa», 40 hectáreas de humedal especialmente protegidas y gestionadas por SEO y Acció Ecologista-Agró. «Y el ayuntamiento de València [coalición entre Compromís y PSOE] aún hace menos que el del PP, que ya trabajaba poco». 

Fortea, además de presidente de la comunidad de regantes de Sueca, es un volcán. «Sin la Junta de Desagüe y las comunidades de regantes L'Albufera no existiría. Y sin los campos de arroz, menos. Son otros, especialmente el Ayuntamiento, los que tienen que hacer sus deberes. Por ejemplo, drenar el lago y cuidar o rehacer las motas», una especie de diques que separan los campos. Jiménez Romo, sensible a los diversos usos del parque, advierte de uno de sus problemas principales. «Todos —pescadores, cazadores, agricultores, ecologistas— dicen que aman L'Albufera pero cada colectivo habla de una Albufera diferente y tira del lago en una dirección distinta». Con eso, y un poco de inacción, tal vez el lago se muera. La buena noticia es que, dicen Jiménez Romo y Vera, «con agua y cuatro cosas más la mejora del parque sería exponencial». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número de 60 de la revista Plaza

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