El primer intento de acercamiento a esta demarcación reciente de Extramurs salió rana. Restricción y lamento. Intentémoslo ahora antes de que una nueva plaga bíblica lamine el optimismo de la reapertura. Alcántara ha vuelto. Y con este bistró de barrio, su cocinera, que le da el apellido
Lorenza es una demostración de la superposición de orígenes y destinos. Aterrizada por una sucesión de bienaventuranzas a esta vera de Ángel Guimerà. Cargada de coordenadas: las de Santo Domingo, de donde son sus raíces; y las de Parma, donde se crio, donde se decidió a estudiar hostelería. “Empecé a jugar en los fogones con 13 años, tras la muerte de mi madre, haciendo mi primer risotto. Creo que entonces cocinar solo era una necesidad. Pero esa necesidad se acabó convirtiendo en este trabajo maravilloso”.
La cocina es su conexión umbilical. “Vivo lejos de Parma y también de Santo Domingo, pero cada vez que frío un empanada o corto un cacho de parmesano es un día especial”. Hay una imagen que explica bien de qué va Alcántara, de qué va Lorenza: “Cocinar raviolis, sola en la cocina, escuchando a Beyoncé, hace que todo merezca la pena”.
En Alcántara se come bien, se come tranquilo, a bordo de esta cotidianidad de barrio
Oh yes. Lorenza sigue explicando cómo, adaptándose a su lugar de destino, lo pensó y lo hizo: “lo pensé poco y abrió el restaurante con muy poco presupuesto y mucha ilusión, puede que demasiado rápido teniendo en cuenta que soy una chef anónima en València”. Pero Alcántara, Beyoncé mediante, no ha desistido ni aunque doce meses después de abrir tuviera que pausar todos sus planes. “Tengo mucha ilusión en seguir con mi proyecto, mi niñito, un proyecto que amo”.
En Alcántara se come bien, se come tranquilo, a bordo de esta cotidianidad de barrio que Lorenza ha armado, repleta de “adrenalina, miedo y felicidad a la vez”.