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Alcàsser: un mito para asimilar el cambio de régimen

24/06/2019 - 

Por desgracia, el crimen implicó a tres adolescentes de Alcàsser. Sus familias y la población son víctimas desde entonces y en primer grado del suceso porque, por desgracia, insisto, Alcàsser no fue un hecho comparable a nada. Los crímenes de Macastre, anteriores, coincidentes en el número de víctimas, sus edades, en el sadismo y en una parte de la investigación, no sacudieron al Gobierno central, no pusieron en tela de juicio la ausencia de protocolos actualizados de las Fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pero, sobre todo, no contaron con la llegada de un nuevo medio que rige marca la cultura en su sentido más amplio y desde entonces: la televisión privada.

Alcàsser es un mito. Su relato, el primero de gran trascendencia ganado por los medios en España y no por el Gobierno o las élites, es lo que queda. Es lo que cala. La tragedia de Alcàsser va más allá de lo visible en el documental de Bambú porque abarca demasiados ámbitos, demasiado comunes. Pero, sobre todo, es el hecho fundacional que sirve para situar en la sociedad española y en sus instituciones el fugaz paso de un Estado aislado del contexto occidental hacia la exhibición como foco de primer interés para el mundo (Sevilla y Barcelona ‘92). Del sereno como garante de la libertad (años 70) a ser la quinta economía europea y miembro del G-8. En un abrir y cerrar de ojos.

Las toneladas de incompetencia, ingenuidad y valentía (por ignorancia) de las instituciones españolas sirvieron para mucho en los 80. Por ejemplo, para disfrutar de un estado de anomia. Del franquismo a los 90, dentro del marco legal, entre tantas otras evidencias, apenas se habían tipificado sustancias químicas. Nuestras reboticas eran el dispensario de una especie de largo verano del amor y sus consecuencias no fueron necesariamente negativas. El mundo esperaba y nos tomó así, en ese estado salvaje en el que ni los bares ni las discotecas tenían necesariamente un horario. Se vendía tabaco legal y de contrabando y los estamentos judiciales y policiales no habían sufrido la menor reconversión (La isla mínima) desde la muerte en cama del dictador.

El ansia era tal, que incluso aquí se aceptó con si tal cosa que Francis Montesinos desfilara junto a Vivienne Westwood en la capitalidad cultural de Berlín 1988. En Pamplona o San Sebastián se reventaban escaparates por exhibir a hombres afeminados y banderas de España, mientras en Rodeo Drive, Los Angeles, sucedía lo contrario: la gente se hacía fotos deseando aquel jean o el otro estampado. Hoy ya se nos ha olvidado, pero no era normal la contracción de un viejo mundo y uno nuevo sucediéndonos encima. El viaje era vertiginoso y de ida y vuelta, desde nuestro anquilosamiento enrabietado al hambre atroz de medio mundo por explotarnos culturalmente.

En los 80 éramos la Cuba con la que ahora se relame Estados Unidos. Éramos un oscuro objeto del deseo exótico pero próximo, un destino tan deseable como asequible, aunque lo más importante es que ni siquiera habíamos tenido tiempo de sacudirnos la mugre. El mismo día en que España pasó a formar parte de la Comunidad Económica Europea (1986), en València, como desde hacía más de 10 años, seguía patrullando la noche La 26: un grupo parapolicial, pero ‘legal’, captado en gimnasios de boxeo, sin ser dados de alta en la Seguridad Social, pero con un revólver Smith & Wesson en la pernera y licencia para matar. Era nuestra policía de noche y era lo que había. Éramos el pasado, olíamos a futuro, pero la libertad llegó mucho antes que las instrucciones de uso. Este hecho, para los malos, suponía un campo de experimentación demasiado grande y que acabó resolviéndose de la manera más desagradable.

El documental de Alcàsser: todas las dudas


El cambio de régimen se estableció con la victoria por relato. Les pondré un ejemplo: en uno de los campos en los que no abunda el documental El caso Alcàsser, el que tiene que ver con la incompetencia por herencia de la Guardia Civil, resulta que este grupo no tenía gabinete de prensa. Y perdió el relato. Quién hubiera pensado que eso iba a ser trascendente. Hasta la fecha, al menos en España, perder el relato era, a lo sumo, perder una batalla. Pero perdió el relato y perdió la guerra de la confianza en las instituciones públicas. Quién sabe si, para algunos, para siempre. Lo hizo a través de un medio, la televisión, cuya capacidad de penetración era inédita en España, sin el menor control –huelga recordar que en 2019 no existe ni proyecto de Consejo Audiovisual que nos proteja. Vamos camino de ser caso único en el mundo– y convenciendo de una tacada a la mitad de la población.

Las teorías de la conspiración en torno a Alcàsser tiene como base documental lo cutre del procedimiento a lo largo de un proceso lleno de luces y sombras. La clave de bóveda es el sumario, donde las incongruencias saltan muy de tanto en cuanto (a lo largo de 40.000 páginas). Y sorprende el poco ahínco que le dedica el documental a que Anglés y Ricart eran, por este orden, un individuo en busca y captura y otro de permiso penitenciario. ¿Tienen claro que en el juicio el Estado quedó absuelto de cualquier responsabilidad por ello? Sumen, sigan: Anglés se escapó de su casa, en una intervención policial –la de su persecución– que hoy en día sigue alimentando a la conspiración (“pero bueno, ¿cómo un solo hombre podía escaparse del cerco de Guardia Civil y Policía?”). Lean El fugitiu, de Genar Martí y Jorge Saucedo, y comprenderán que la existencia de angleses y ricarts en 1992 era posible gracias a la inexistencia de protocolos homologables al contexto europeo. La improvisación y, quizá, la influencia del show de Benny Hill en La2 marcaban la pauta.

¿Saben dónde estuvo escondido Anglés durante su estado de busca y captura? Pues, a veces, en su propia casa. Esa era la presión policial para con un hombre que no había vuelto del permiso penitenciario. Estancia en prisión por, nada más y nada menos (tampoco se abunda en el documental), que haber tenido vejada, golpeada y atada con cadenas a su ‘pareja’ a la intemperie, durante días, la cual se había hecho una buena parte de la droga que pasaba. Como cuenta Joan Olaque en esta reciente entrevista, pero como ya describió agotando cualquier gramo de oxígeno a la teoría de la conspiración en Des de la tenebra, Anglés estuvo a punto de matar a aquella chica. El relato lo dulcificó ella misma en comisaría, aterrada por que pudiera matarla si salía. ¿Y saben qué hizo Anglés al obtener su primer permiso? Efectivamente, fue a buscarla.

La Guardia Civil recoge los restos encontrados junto a la fosa donde aparecieron ‘las niñas de Alcàsser’ (EFE/ J.C. Cárdenas)

¿Por qué el documental apenas habla de Anglés? El perfil como psicópata de este personaje, descrito como nunca hace casi 20 años en Des de la tenebra, sirve para comprender una buena parte del suceso. ¿Por qué no se habla de cuál era el uso habitual de aquella lúgubre caseta para Anglés, sus hermanos, Ricart y otros? ¿Por qué no se habla de para qué servía aquella excavación donde guardaban una moto robada? Sin embargo, entre las muchas dudas sobre todo aquello que no se muestra y sí en el documental, la gran pregunta es: ¿por qué no se habla de los indicios de homosexualidad de Antonio Anglés y de lo que el sexo supone para él?

La editorial Arpa acaba de publicar la traducción del muy recomendable El extraño que llevamos dentro, un viaje al origen del odio y la violencia en las personas y las sociedades. El conocido libro del psicoanalista Arno Gruen funciona como complemento idóneo en estos días para abordar el rol de Anglés en su casa –una chabola con paredes– junto a sus ocho hermanos. Anglés pegó a su madre y a sus hermanas durante toda su vida y tuvo una relación violenta y perversa con el sexo. En casa y fuera de casa. En Des de la tenebra la sospecha y lo que gira en torno a su homosexualidad es seminal. También al papel que juega Ricart en ello. El prófugo vive en una especie de tensión y violencia contra las mujeres, constante y que tiene evidencias y relatos suficientes: se enfrenta a lo que es y no comprende. Sirva también su caso para evidenciar que, seguramente, a las alturas en que cometió los crímenes junto a Ricart según sentencia, Anglés hubiera sido encausado a partir de los supuestos de la Ley contra la Violencia de Género. Aviso a navegantes, por si hay dudas de cómo un marco de normas actualizadas sirve para que un Estado proteja y haga libres a sus ciudadanas y ciudadanos. 

¿Por qué la perspectiva de género aparece a falta de 10 minutos en el documental? De otra forma, quizá, hubiera servido para que de una vez por todas se armonice que Nieves Herrero ni era la directora de De tú a tú (lo era Manuel Campo Vidal), ni era la periodista que recababa desde la calle o en la oficina los relatos y los guionizaba (Olga Viza, Isabel Goyanes), ni aislaba del resto de medios a Fernando García (Patricia Murray) ni era tampoco ni la regidora del programa ni quien le hablaba por el pinganillo. Murray, por cierto, presente en aquel primer reality show de la barbarie que fue la noche de los entierros desde la Societat Musical d'Alcàsser, asegura que Herrero intentó parar el programa y pidió que pusieran documentales o algo enlatado. Herrero parecegua que, por otro lado, también ha hablado de este supuesto. Al final, el foco vuelve a estar puesto en ella. Un villano siempre funciona mejor en cámara que todo un entramado. Una mujer joven y guapa, en este caso, parece idóneo para el canon televisivo.

La llegada de plataformas como Netflix, Amazon, HBO, pero también Movistar+, han dado paso a una auténtica etapa dorada en la producción de true crimes. Nunca se ha invertido tanto ni se ha avanzado tanto en las narrativas audiovisuales en torno a crímenes sucedidos y abordados desde el género documental. Pese a ello, el trabajo de Bambú apenas aporta innovaciones formales, fundamenta las reconstrucciones en el mismo ejercicio de ilustración que El caso Asunta. Operación Nenúfar (2017) y sus logros periodísticos pasan por actualizar las entrevistas y transformarlas al audiovisual con tres salvedades: el relato de la cinta de Blanco, García y el cura de Alcàsser (quizá, la cima del documental), la aportación del ayudante de Blanco (desde el relato a los detalles. Relevante) y el no tan conocido trasiego del sumario hasta que García logra poseerlo (aunque ahora se diga que se sabía el asunto del robo, nunca nadie lo pone en valor. El documental, sí). También es cierto que es altísimo el valor de los fondos de videoteca incorporados, especialmente los de Antena 3 (sospechosamente sin mosca de la cadena y solo de un programa) y los de Telecinco, de cuya cesión hablaré más adelante. Pero, insisto, en un sentido formal, de todo lo que se habla tras la publicación del documental es del plano picado a García, cuya intencionalidad severa tardaremos un tiempo en comprender si era acertada por riesgo o innecesaria por evidente.

Igualmente, ya que se menciona a García, el documental parece sufrir del conocido como ‘mal por proximidad’: todos aquellos que aparecen en pantalla, salen beneficiados. Hacia el final de la producción, la caída de naipes sobre el castillo de Fernando García no parece cargar las tintas lo más mínimo contra él. Parece como si sus guionistas hubieran optado por dejar que los espectadores juzguen, en una maniobra sui generis, ya que su figura es la que hace trascender todo en Alcàsser: el comportamiento de los medios y de la investigación, sin este ingrediente, es otro muy similar al de tantos otros crímenes. Por el contrario, como Juan Ignacio Blanco solo les concede un encuentro, como el ‘mal por proximidad’ va desapareciendo porque se pierde el contacto, al final parece ser un villano mucho más reconocible el pseudoperiodista y pseudocriminólogo que el ínclito 'padre coraje'. Y los beneficiados por comparecencia son más, como el del caso de Paco Lobatón. También de Canal 9, por su colaboración y cesión de los hechos (À Punt Mèdia). Recordaba Oleaque cómo el vodevil de El juí d'Alcàsser llegó –entre otros extremos– a llevar a unos pseudo enterradores de los cuerpos de las niñas. Acabaron yéndose antes de que la policía llegase a arrestarles. Por no hablar de la comparecencia, pero no en cámara, de Pepe Navarro. Comparecencia por venta de material audiovisual, pero cuyo papel fue también fundamental para que Alcàsser se convirtiera en el mito que es –imaginen el recorrido de las teorías de la conspiración sin la existencia del Mississippi–. Navarro queda en una especie de neblina beneficiosa. ¡Si hasta le obliga a rectificar a Juan Ignacio Blanco por decir el nombre de un gobernador civil –sin la menor prueba– implicado en la producción de películas snuff

La gran entrevista del caso, Anglés y Ricart a un lado, sigue pendiente y pertenece a una mujer con la capacidad e inteligencia suficientes como para ponderar los hechos, la creación de un personaje por parte de Fernando García, el juicio y la trascendencia de los acontecimientos: Rosa Folch. La producción no logró doblegar su posición firme frente a la gran bola mediática generada de manera negligente y sin protección desde los 90. De repente, Matilde, la esposa de Fernando García, que aglutina a mi juicio las escenas más dolorosas de la revisión en esta producción, desaparece del relato sin la menor explicación. Una explicación relevante, imprescindible, para comprender a Fernando García. Sobre todo, al García que aparece en cámara ahora. La incomparecencia (voluntaria) en cámara de Joan Oleaque o Nerea Barjola, por haber escrito los ensayos de origen y conclusiones con mayor perspectiva del suceso, pesan en menor medida, pero hubieran fortificado un trabajo aún más solvente.

No obstante, entre las dudas e incomparecencias, sorprende la ausencia de un relato sociológico en el documental. La relevancia de Alcàsser pasa por un cambio de régimen político real. Un cambio de paradigma a nivel social casi por completo. Las Fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado cambian con Alcàsser. La prensa cambia con Alcàsser. La televisión como locomotora cultural nace con Alcàsser. Lo peor de muchos ámbitos y algunas aristas en positivo, cambios a mejor, surgen con Alcàsser, pero trascienden el suceso. La importancia está en el relato sociológico. Como ya describe Barjola en Microfísica sexista del poder, es relevante comprender la existencia y libertad de la mujer española. De la que se viene y a la que se va. Es importante comprender cómo hay fuerzas del poder conservador que, tras una década de inflexión, interpretan los 80 como el exceso de libertad del que hablábamos al inicio. A nivel Estado, como nunca antes, se habla de la vuelta a un Gobierno de orden. Nace el relato del miedo y su discurso lo asume el propio PSOE, corrompido y agotado tras abandonar –como toda la socialdemocracia europea del la época– la lucha de clases por el neoliberalismo. Llega la Ley Corcuera como síntoma de todo ello, pero no hay rastros de nada de todo esto en el documental. Y es lícito, porque es un enfoque, pero sabe a oportunidad perdida dados los recursos.

El efecto sobre las libertades, especialmente la sexual y la de expresión, es la esencia de Alcàsser. El mito que trasciende no son los crímenes, cuyo respeto por parte de los creadores del documental sí creo que ha sido exquisito. Sin embargo, la previa, el poso y nuestra fotografía más actual convierten a Alcàsser en un objeto de análisis sociológico cada vez más alejado del detalle en el procedimiento. Quizá porque, para quien ha leído y estudiado el caso, las aportaciones de esta producción son contadas y ya han sido mencionadas hace unos párrafos. Por eso, quizá, cualquier revisión de Alcàsser sigue pendiente. Es vigente. Porque la captura de los hechos con mayor intensidad no tiene que ver con este pueblo de l’Horta Sud, ni con las víctimas ni con sus familias, sino con el foco exclusivamente en el presente para comprender las consecuencias de un hecho que, como decía al inicio, sigue siendo incomparable y suponiendo, desde la sociedad, el cambio de régimen real que nunca hubiera sucedido por su cuenta desde las instituciones ni desde la política. España era una fiesta en 1992, pero la madurez no la alcanzamos mientras la fecha volaba hacia el pebetero de Montjuic. Por desgracia, el cambio de régimen acabó con la vida de tres adolescentes de Alcàsser.

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