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Alejandro Amenábar: “La política tiene que ser todo menos apasionada”

El director recupera la figura del pensador Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra

18/09/2019 - 

VALÈNCIA. ¿Puede una película sobre la Guerra Civil mantenerse equidistante? El director Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972) lo ha apostado todo a que sí en su nuevo filme, Mientras dure la guerra, donde se asiste a la evolución del pensador Miguel de Unamuno en los primeros meses de la contienda civil en paralelo a las intrigas de Franco para hacerse con el mando único del ejército sublevado. Lo entrevistamos en el Festival de Toronto, antes de que su película se exponga a las sensibilidades de la prensa en San Sebastián y a partir del 27 de septiembre, a los espectadores en las salas. 

- ¿En qué momento vital te encontrabas para sentir la pulsión de leer a Stalin y a Fidel Castro?
- No lo sé, la verdad. No había hecho una exploración de la tiranía hasta ahora, pero por algún motivo empecé a leer sobre Stalin, me fui a Rusia y me apasioné por el personaje. Hay algo muy interesante en la repetición del arquetipo: los nombres de las revoluciones y sus causas cambian, pero al final siempre sucede lo mismo, unos cuantos lobos se apoderan del rebaño. Llámalo Franco o Napoleón.

- ¿Qué lobos aúllan en nuestro presente?
- Existe una falta de respeto en el debate público. Hay una vuelta del lenguaje y de las formas que tiene que ver con el fascismo. El presidente de los EE.UU. me recuerda a Mussolini en su lenguaje corporal. Estamos asistiendo a una vuelta al discurso del miedo al otro y una reivindicación de la pasión en la política, cuando me parece que la política tiene que ser todo menos apasionada. Todos estos elementos me llevan a pensar que, desgraciadamente, vamos a un momento parecido al vivido en Europa antes de la II Guerra Mundial.

- ¿Cómo debe ser la política entonces?
- Desapasionada. Los políticos deben ser capaces de discutir sobre todo, cualquier cosa, pero en el momento en que apelan al sentimiento, se lo están llevando a otro lado. 

- ¿Y no piensas que una cosa es la escenificación de la política y otra es su práctica de hemiciclo adentro?
- Sí, pero se está consiguiendo encender los ánimos de la población sin pensar en las consecuencias. Cuando asistes a una tertulia política, que en mi caso son las que mantiene el grupo de jubilados en el parque, puedes comprobar cómo la gente está más encabronada, y que esa agresividad responde a lo que han oído en la radio o han leído en el periódico. Las noticias son cada vez más extremas, da la sensación de que lo único que importa es conseguir más clicks. Hay una gran responsabilidad de los políticos, que nos tienen que dar ejemplo, y de los medios, donde lo que prima no debería ser lo que llama la atención.

Foto: TERESA ISASI

- Karra Elejalde opina que Unamuno era una persona incapaz de reconocer sus errores, pero me da la impresión de que esta película es una llamada a admitirlos. ¿Cómo has jugado con esa contradicción?
- Unamuno era un tipo terriblemente honesto consigo mismo, que defendía a muerte aquello que pensaba, pero eso no le evitaba pegar giros tremendos en su ideología y sufrir crisis de fe. En la película estás jugando con un tipo que está totalmente descreído de la República. Unamuno creía que el Ejército iba a poner orden en el país, así que durante esos tres primeros meses de la sublevación se empecinó, pero la realidad lo fue rompiendo y acabó protagonizando una catarsis muy estimulante.

- En esa catarsis es cuando pronunció la frase “Venceréis pero no convenceréis”, utilizada por el líder de Vox, Santiago Abascal, en la investidura fallida de Pedro Sánchez. ¿Ya te sentirías recompensado si el público aprendiera de dónde procede la cita?
- Me gustaría que Mientras dure la guerra hiciera a la gente pensar. Una película que alimenta el debate es maravillosa. Pero me preocupa que se utilice como arma arrojadiza, de la misma manera que se han utilizado las palabras de Unamuno por uno y otro grupo. Me inquieta que manipulen el concepto de la película: no tiene un ánimo comercial, sino que responde a una responsabilidad moral. Pretendo conectar tanto con un votante de izquierdas como con uno de derechas. Quiero que se entienda al personaje de Unamuno y que España, como cualquier democracia, es un espacio de convivencia donde para que tú existas tiene que existir otro que no piense como tú. De lo contrario, estaríamos viviendo en una dictadura, lobotomizados. 

- Millán Astray le sacaría dos palmos a Eduard Fernández, pero lo interpreta con una garra que te hace olvidar esa diferencia física.
- Eduard tenía el carácter, el genio y el nervio para clavarlo. Todas las crónicas de un signo y otro están de acuerdo en que Millán Astray no pasaba inadvertido. Era una especie de showman a cuyo lado no te aburrías: o te mandaba a fusilar o se iba a tomar una copa contigo y contarte una batallita. Fue un tipo lúdico que creo la Legión sin un duro y de la nada. Era un personaje que arrastraba, y queríamos que fuera magnético. 

- ¿No temiste el riesgo de caer en la caricatura en el caso de Franco?
- Fue la pieza de casting más difícil. Queríamos a un actor preferentemente desconocido para que la gente no viera al artista, sino que sintiera a Franco y no juzgara al personaje. Santi Prego llegó al proyecto con la candidez de alguien que piensa que va a interpretar al malo necesariamente. No es que fuera ingenuo, sino que aspiraba a defender a Franco, un señor que tiene muy claro lo que quiere: salvar a España a toda costa. Y ese a toda costa es lo que le convierte en alguien terrible. Santi no renunció a su vocecita, ni a su dicción, porque de lo contrario, hubiéramos estado manipulando el espíritu del personaje. El dictador jugaba con esa falta de virilidad aparente y se sobreponía. Si algo le marcó fue el tesón.

- ¿Cuáles están siendo las primeras reacciones a la secuencia en la que la bandera republicana se cambia por la borbónica?
- Hay espectadores que se sienten muy emocionados y otros que se creen que me estoy riendo. En esta película quería confrontar a los espectadores con nuestros propios símbolos. Nuestros problemas con la bandera empezaron a solucionarse cuando España ganó el Mundial, pero obviamente tenemos un conflicto. Y he buscado mostrar su origen. Quería terminar la película como muchas americanas, donde ondea la bandera, para ver qué sacaba de los espectadores. La película, en ese sentido, funciona como un espejo. 

- ¿Ha colgado alguna bandera de tu balcón en estos años?
- No, aunque en mi edificio han colgado muchas. Y cuando voy a Barcelona me digo: “Madre mía, cómo serán las reuniones de vecinos en esta comunidad”. 

- ¿En algún momento has pensado eso de quién me manda a mi meterme en este jardín? 
- Sí, se lo he planteado a mi productor (el castellonense Fernando Bovaira) en varias ocasiones. Qué necesidad tengo yo, me va a traer más problemas que satisfacciones, pero luego pienso que si alguien como Unamuno fue capaz de hacer lo que hizo jugándose la vida, por qué no voy a aportar mi granito de arena y apelar al sentido común y a que entendamos que debemos coexistir en estos tiempos cruciales.

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