VALÈNCIA. Sold out. Todo vendido. Llámenlo como quieran. El Deleste 2017 ha logrado colgar el cartel que ansía cualquier promotor. Ya lo escribió Alfred Crespo en su recomendable libro, No hay entradas: “La gloria: ver el bolo desde el lateral del escenario, los artistas te abrazan agradecidos por haberles contratado y acabas de copas con ellos. Si, además, la taquilla ha funcionado, alcanzarás el clímax completo”. Y sí, la sensación es parecida a la de un orgasmo compartido, a la de que tu equipo gane un título. Pero dejadme que os cuente algo: ni aun así está asegurado el éxito económico de empresa. Ahora toca estar muy concentrado en que el festival vaya genial. Luego, tras unos días de descanso, será el momento de sumar y restar, de pelearse con la inexorable hoja de Excel. Es lo que tiene programar con el corazón, que en la mayoría de ocasiones no es rentable. Bien lo saben Jesús, Iñaki, Jorge y Luis, mis compañeros. Es lo que tiene formar empresa con gente a la que quieres, que el dinero no es lo más importante. Incluso algún micromecenazgo puntual y secreto, también de carácter amigo y sentimental, ha tenido que intervenir para irrigar vida a este festival que a veces ha coqueteado con la muerta. El Deleste afronta hoy su sexta edición y son muchas las historias que subyacen al abrigo de este encuentro otoñal. Quédense, les cuento algunas.
Deleste 2012. La primera vez nunca sale bien, pero se recuerda con cariño para siempre. Todavía hoy arrastramos el agujero económico de aquella iniciática experiencia, pero la mente es astuta y se queda con lo bueno. Josh T. Pearson y McEnroe, por razones muy dispares, el tejano y los vascos fueron los protagonistas. El barbudo músico norteamericano devino en un quebradero de cabeza de principio a fin. El bolo a punto de comenzar y el vaquero no aparecía por ninguna parte. Al parecer había decidido darse una vuelta por la playa y, a veinte minutos del comienzo de la actuación, estaba tomando algo frente al mar de la Malvarrosa. Llegó de milagro y ofreció una actuación que, para bien o para mal, nadie olvidará. Farragosa, lenta y plagada de comentarios religiosos y machistas que, fuera del contexto de su Texas natal, eran difíciles de asimilar, la puesta en escena fue todo un viaje. A alguno incluso le dio, medio en sueños, por mandarle a tomar por culo. También fue la edición de aquel concierto de McEnroe. Quienes estuvieron saben de qué hablo. Un grupo que hasta ese momento no había pisado València; una formación con apenas dos discos y pocos kilómetros de carretera a sus espaldas mandó callar, sin más armas que su palpitante música, a todo un señor auditorio de Espai Rambleta. Callar y cantar. Se produjo la magia; se alinearon los astros y ni nosotros ni ellos jamás lo borraremos de la memoria. Y lo celebraron de lindo, claro.
La imagen: Ricardo Lezón y el resto del grupo, ebrios, en primera fila dejándose hipnotizar por la tormenta eléctrica de unos Jupiter Lion que ya despuntaban. Sus caras eran la felicidad. ¿Y aquellos jóvenes llamados Castlevanians?, ¡menudo bolazo dieron! Poco más duró aquel prometedor conjunto. ¡Y la que lio uno de sus componentes en camerinos! Tuvimos que echarlo. Seguramente no recuerde mucho; cosas del rock, era buen chaval. Ah, y a todo esto, nuestro querido Josh T. Pearson, que se había bebido hasta el agua de los floreros, tirándole sin control a toda mujer que se le cruzaba. Y oye, que ligó y todo. No estamos seguros de si pilló el avión de vuelta. Quién sabe, igual se quedó en la ciudad a vivir. A lo mejor todavía lo están buscando.
Deleste 2013. No se me va de la cabeza la imagen: los dos guitarras y el bajo de apuntando con los mástiles de sus instrumentos al cielo. Esteban Girón, guitarra, contorsionado de manera imposible tocando el suelo con la cabeza. Nadie permanecía sentado en las butacas del auditorio, y los oídos al límite de su resistencia sonora. El paraíso. Toundra se había marcado uno de los conciertos más espectaculares e icónicos del festival. Llevar toda la furia del post-rock a un espacio diseñado a priori para la contemplación tranquila y sentada había resultado. Una fórmula muy Deleste. Después, Julio de la Rosa tomó las mismas tablas poseído por el mismísimo Nick Cave y acompañado de una banda de excepción; sus propias semillas. Julio lo dio todo fuera y dentro, ya saben, como hubiera hecho Nick. Sería injusto no hacer mención de esa delicia psicodélica que nos regaló Oso Leone. Por cierto, ¿qué fue de ellos? Pero esta vez el escenario de sala no se quedó a la zaga. Guadalupe Plata había dejado el listón (y la resaca de alguno) muy alto en la primera jornada del festival. Mujeres también condujeron hacia el exceso a lomos de su desenfrenado garage, disparando un divertido show en el que acabaron, literalmente, por los suelos. Tras el bolo pidieron lo suyo y pasarlo bien. Vale que acabaron pinchando en La3 y perdiendo varias chaquetas y algunos discos; nunca esperamos menos de ellos. El Deleste también es luz y, de buena mañana, en el Deleste Kids, nos emocionamos viendo a los niños corear a Tachenko. Pero fue el arrollador directo de Triángulo de Amor Bizarro el que se llevó la palma. Las primeras filas ardían. Todo por el aire. Y ellos, tan gallegos, entrando en camerinos después de vaciarse y con la adrenalina a flor de piel soltando aquel mítico: “València es la polla”.
Deleste 2014. Con permiso del resto de grupos, madre mía lo que hizo Za! en el auditorio. Todavía estamos buscando la cabeza que nos volaron. Parece mentira que dos tíos tan racionales y comedidos puedan devenir sobre el escenario en semejantes dementes. Ni podría, ni me atrevería a definir con palabras el espectáculo que dieron. No lo haré. Estamos, me atrevo a decir, en la edición que más “tráfico” y germanor creó en la zona de backstage. Junten a Grupo de Expertos Solynieve, al Columpio Asesino, a Pony Bravo y a Nueva Vulcano, entre otros, y agiten la coctelera. Les saldrá un bonito y lisérgico combinado cuya receta debo guardar en secreto. Vivimos con emoción la graduación como el grupo serio que son de Modelo de Respuesta Polar. Fue el año de tratar de llenar La Cambra, un tercer espacio situado en el sexto piso, de propuestas electrónicas. Intento fallido, por cierto. Y no porque no estuviera a la altura el templo, todo lo contrario: el magnetismo del espacio se multiplicó merced a la exquisita iluminación de LedsVisuals. Pero la lentitud de los ascensores y la difícil tarea de comunicar y mover a la gente en vertical dieron al traste con la propuesta. Ensayo y error, así, como en casi todo en la vida, también se construye un festival. Y al final el momento del cierre. Del dinero no queremos saber nada, es momento de abrazarse, soltar alguna lagrimita y, si quedan fuerzas, salir a celebrarlo. Como anécdota diré que, por segundo año consecutivo (por aquel entonces el festival discurría unas semanas antes, en octubre), Luis y yo vimos pasar, ya con el sol en lo alto, la Media Maratón de València. Salimos a celebrarlo, claro.
Deleste 2015. El año de La Habitación Roja, Pep Gimeno “Botifarra”, Low… ¿por dónde empiezo? Los de la Eliana se erigieron, desde la rueda de prensa, en garantes de un capítulo imperecedero del Deleste. Que uno de los socios tenga que poner su casa (la verdad es que el atiquito de Luis era precioso) para presentar el festival a los medios ya lo dice todo. Más que una cita informativa fue una fiesta, con actuación de los valencianos en la terraza del apartamento incluida. Las convocatorias de prensa del Deleste son ya un clásico para los compañeros. Tommy Mels a los pocos días de inaugurar, la irredenta Flexidiscos, la valiosa librería Bartleby, los míticos (y recuperados) Cinema Aragó con Bigott o, como este año, una paella (de verdad) en L’alter. Por pasarlo bien que no quede. Pero volvamos a La Habitación Roja. Los valencianos no tuvieron bastante con poner en pie y a cantar a todo el auditorio en uno de los mejores concierto que se les recuerda (importante destacar las proyecciones del director de cine, César Sabater) y repitieron a la mañana siguiente con una actuación sorpresa delante de una caterva de niños hipnotizados. Orejas y rabo para un grupo que, por si no lo había dado todo, se puso el delantal y cuajó dos paellas de categoría.
Fue el Deleste también de El Botifarra. Nuestro folk abrazando al indie sin prejuicios ni complejos; rompiendo tabús y gilipollesces. Una actuación que surgió, como muchas de las grandes ideas, en el fragor de una noche de copas y que cristalizó en una imagen: la de Jorge Marti y Pep Gimeno fundiéndose en un abrazo y hablando de la música y de la vida a en los camerinos. También sucedió aquel milagro llamado Low. Hora y media nos hicieron flotar los de Minnesota, en el auditorio, en una experiencia vital que todavía hoy permanece como un instante onírico y eterno. Anestesia sonora. Pobres Tiki Phantoms, menudo papelón tener que actuar a continuación de aquel placer balsámico. Pero oye, todavía consiguieron levantarnos el ánimo. Vaya si lo consiguieron: crowdsurfing, conga… nada puede contra la fuerza del surf y algún que otro chupito de Jäger. Y entre medio, unos colgados vestidos de policías venidos desde Los Ángeles, California, llamados Mike Krol; menudo trallazo punk-rock. Mención especial para Mist, que hizo que valiera la pena madrugar (metamención además para el gran Sergio Devece, el músico y productor que amenizó y dio buena cuenta de las reservas de cerveza de la zona de artistas) y para Gerardo Cartón, autor de Manual de Perfecto Festivalero, que vino a cerciorarse de que éste es un festival especial y que se marcó una sesión antológica de cierre.
Deleste 2016. Siendo el más cercano en el tiempo, disculpadme, es el que más me cuesta evocar. Cuestiones personales, lo viví de manera singular. Pero feliz, siempre feliz. No puedo (ni quiero) ser objetivo, pero cuando uno entra en el Deleste olvida los males, vive en otra azulada y placentera dimensión. Xoel López y Quique González, visibles cabezas cartel de cada uno de los días que alcanzaba el festival. No había duda, dieron dos conciertazos. Si bien me quedo con el Xoel, por el mérito que tuvo, él solo junto a su guitarra: soberbia y poderosa demostración de que estábamos ante un artista como la copa de un pino. Luego, quién lo iba a decir, fue mucho menos sociable que Quique. Pidió camerino aparte y en ningún momento interactuó con resto de músicos del cartel. Al contrario que González, que se mezcló con todos y se mostró afable y comunicativo en las zonas comunes. Momento importante en la trayectoria de los valencianos Gener; el bolo (culpa de la organización) se les quedó corto y la cosa acabó en cabreo: uno de sus componentes rompió un espejo de la rabia. Son cosas que pasan, mucha tensión acumulada. Con el tiempo, además de disculparse, han entendido que hicieron una actuación maravillosa que no hizo sino aumentar el aura de gran banda en directo que todavía hoy sigue en ascenso. Declaraciones de mi padre tras la puesta en escena de Gener: “hijo, por fin me has traído a un grupo que me gusta”. Poco más que añadir. Y como siempre, muchas cosas más. Esas que se ven menos y que son, sin embargo, las joyitas de cada edición. Geografies o Los Vinagres también dejaron buen sabor de boca. Tardor y Dani Miquel, cual flautista de Hamelin, habían jugado con los más pequeños en el Kids. En lo personal me quedo con el retorno Polar y aquella dedicatoria de mi compañero y amigo Jesús de Santos que nunca olvidaré. Las notas de la jornada la pusieron dos grupos gaditanos que dejaron huella. Perlita pusieron el color, el humor y el baile, así como El Lobo en tu puerta elevó los decibelios y la adrenalina del personal. Y aquella bendición de Quique que ya les conté. Otro domingo de sonrisa de par en par.
Deleste 2017. La escribimos hoy. Hasta ahora…