El último episodio del debate sobre la actitud de determinadas posiciones políticas e ideológicas ante la figura de Miguel Hernández en Orihuela después de que su Gobierno municipal, con un alcalde del Partido Popular al frente y su segundo de Vox en la trastienda, rechazara reclamar la anulación de los sumarios franquistas contra el poeta oriolano ha sido una nueva polémica por sustituir el concejal de Cultura, también de Vox, los paneles gráficos instalados desde hace más de una década en el entorno de la casa natal del poeta, el conocido Rincón Hernandiano de Orihuela, eliminando los anteriores con motivos republicanos, fundamentalmente la bandera tricolor.
En este nuevo intento por “desideologizar” a Miguel Hernández por parte del sector más rancio de la derecha política oriolana vuelve a reproducirse el conflicto entre memoria e historia actual. Y ello sin que un tan autodeclarado hernandiano como igual de pusilánime alcalde, Pepe Vegara, vuelva a acertar echando balones fuera al justificar la medida como “una decisión unilateral que ha tomado el concejal de Cultura, Gonzalo Montoya”. Porque en absoluto ha estado a la altura de lo que se espera de un primer edil, del alcalde de la ciudad en la que nació nuestro mayor referente literario.
Y es que el debate sobre la persona y el significado de la vida y obra de Miguel Hernández es uno más en las disputas que se dan, como digo, entre memoria e historia. Y la política, como conjunto de decisiones para organizar la convivencia en sociedad, debiera servir, precisamente, para mediar y resolver en las mismas, no para enquistar discusiones que deben superarse desde la normalidad.
Como manifestaba el historiador francés Pierre Nora, memoria e historia funcionan en registros completamente diferentes, aunque relacionados. Porque mientras la primera se basa en hechos que permanecen por haber sido vividos o imaginados, con un marcado carácter emotivo y es, por ello, vulnerable a la subjetividad, la segunda trata de hechos que ya no existen pero a partir de cuyos rastros se reconstruye ese pasado para explicarlo, desde una perspectiva intelectual y objetiva, con un discurso analítico y crítico. La consecuencia, para este autor, es que “la historia reúne; la memoria divide”. Exactamente lo que, en mi opinión, está pasando en Orihuela con la figura de su poeta insigne.
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Desde una perspectiva estrictamente histórica, podríamos limitarnos a que Miguel Hernández fue un autor motivado en su poesía por la injusticia social de su lugar y su tiempo, que murió en prisión, encarcelado por sus ideas. Pero desde la perspectiva de la memoria, y dependiendo de quien la albergue, el poeta será, para aquellos que reivindican su significado ideológico, un símbolo de la lucha por la libertad encarnada por la II República y víctima de la represión franquista desplegada tras la guerra civil; para otros, como quienes han decidido despojarlo de su entorno y sus circunstancias más incómodas a su forma de pensar, será simplemente eso: un poeta al que se puede reconocer la innegable calidad artística de su obra. Pero sin que por ello se estime necesario indagar en más experiencias vitales, aun cuando fueran esenciales en su producción artística, en el fondo y en la forma.
La política, o las decisiones a tomar sobre unos paneles de vinilo ubicados en un lugar visitable de la ciudad del poeta, en el entorno donde está la casa en Orihuela en la que nació, debió ser mínimamente hábil y razonable al gestionar la memoria, o las memorias, sobre Miguel Hernández, así como prudente en la resolución del conflicto entre ellas y la historia. Precisamente para construir esta última de la manera más objetiva y, por qué no, de la más democrática posible. Es decir, para transformar la memoria en historia con la participación de otras perspectivas o experiencias que han podido ser marginadas en el tiempo, sea por el motivo que sea. Porque la historia debería sumar memorias, nunca restarlas o excluirlas.
Efectivamente, la renovación de un determinado espacio urbano en Orihuela ofrecía una oportunidad para aunar memoria democrática y rigor histórico. Y eliminar completamente determinados símbolos de una época pasada y más que evidentemente propios de la persona y su tiempo, y atados a ellos, no es, precisamente, el camino para dar una visión integral, crítica y cierta de Miguel Hernández, salvo que el homenaje que se pretenda darle sea solo parcial y mutilado: edulcorado ideológicamente. Y eso parece que han querido hacer un concejal de Cultura que niega una parte esencial de Miguel Hernández y un alcalde que, simplemente, se achica y se autoexcluye de un debate legítimo con la excusa barata de enterarse por la prensa de lo que hace alguien de su gobierno.
Bastaba querer contribuir a la historia desde la memoria. Pero desde toda ella. Porque la historia es toda la memoria, no solo una parte, le guste más o menos a un concejal.