Miguel Vallecillo Mata era un emigrante de Jaén en París durante el franquismo. Allí, logró ganarse la vida como fotógrafo y, tras pinchar rock español y portugués en la radio, acabó poniendo flamenco. El éxito fue importante, lo que le llevó a introducirse en la a menudo ingrata tarea de montar festivales. El público respondió, a los artistas les encantó, pero la Junta de Andalucía le dijo que, si quería subvenciones y ayuda, los políticos tendrían que elegir qué artistas podrían ir a tocar
VALÈNCIA. Fue un documental muy comentado en su momento. Su título era escueto, Camarón de la Isla París 87-88. El interés a mí me venía por el cedé publicado en 1999, Camarón con Tomatito, París 1987. Una actuación del artista de San Fernando que para un oyente prácticamente profano en el género del flamenco era muy agradecida. Un disco a quemar de tanto ponerlo, como se hacía antes del streaming. Tres años después, el mismo sello, Mercury, lanzó un DVD que contenía un documental sobre todo lo que rodeó esos viajes de Camarón a Francia. El autor era Miguel Vallecillo Mata, el promotor que le llevó y que ahora es youtuber y comparte en su cuenta muchos de esos vídeos entonces inéditos.
Ahora, gracias al Festival La Cabina, se podrá conocer mejor a este personaje tan importante, pero que nunca tuvo afán de protagonismo. La industria musical está llena de secundarios que al final resultan clave en el desarrollo y perfilado de eso que conocemos como música popular. El 12 de noviembre alas 18 h. se emitirá en el Centre Cultural la Nau de la Universitat de València Allí en París, un mediometraje consistente en una entrevista a Vallecillo en la que, aparte de conocer otra época a través del relato de su biografía, descubriremos cómo se las gastaban las instituciones políticas en lo referente a la cultura cuando había menos transparencia y posibilidades de defenderse públicamente.
Vallecillo era de Jaén. Recuerda que si algo le marcó en su juventud fueron las noticias de las revueltas de Mayo del 68. En la prensa aparecían como algaradas y disturbios, problemas de la policía para resolver enfrentamientos violentos en las calles, pero él pese al aislamiento supo ver que había algo más. Un cambio en las costumbres y la mentalidad, un antes y un después marcado por su generación. En España, lo único que podía hacer era encuentros con otros jóvenes a través de la OJE, que estaba controlada por el Movimiento, pero que era la única posibilidad existente de hacer algo. No te dejaban alternativa. Lógicamente, los clubes que montó pronto llamaron la atención de las autoridades, escribieron una carta a su padre y le denunciaron por aprovecharse de los medios que ponían a su disposición para otros fines indecentes.
Tras quedar marcado, decidió vender todo lo que tenía e irse a Francia. Era una época completamente diferente. Escapar sin rumbo era posible, había trabajo por todas partes y las necesidades básicas eran baratas. Así llegó a París y se encontró en una ciudad donde había ansias creativas por todas partes y amor libre. Un escenario completamente diferente al que dejaba atrás y que le permitió ganarse la vida como fotógrafo recorriendo el mundo.
De vuelta en París, trabajó en la radio. Primero, pinchando rock latino, entendido este entonces como de España y Portugal, y luego, flamenco. Aquí sí que despertó más la curiosidad de sus oyentes y sus emisiones tuvieron mucho éxito. Tanto fue así que se propuso celebrar un festival para difundir la cultura del flamenco en Francia. Ya había conciertos, pero solían ser en los centros culturales de cada región de los emigrantes, a los que no acudían los franceses, o conciertos selectos en entornos elitistas a los que no tenía acceso el público general. Su propósito entonces fue claro: llevar a todos los parisinos el flamenco real, el de las peñas. Nada que ver con el comercial que de alguna forma había apadrinado el franquismo.
Vallecillo bajó a Sevilla y entró en contacto con el recordado Pulpón, el representante que movía prácticamente todo el negocio. Pidió subvenciones, pero no había. Al final, logró montar un primer concierto, en el que hubo ausencias porque alguno no se atrevió a subir al avión, los gendarmes intentaron clausurarlo por la licencia, pero se celebró. El público quedó fascinado y los artistas también, pero por ese público. Nunca habían tenido uno igual, tan sinceramente entregado y respetuoso sin conocer nada. La mayoría de ellos eran artistas, pintores, músicos, diseñadores.
El festival tuvo una gran ausencia, Camarón, porque Pulpón no se creyó que el concierto fuese a salir adelante. Nadie daba un duro por él. Aún así, lo más llamativo que le ocurrió al promotor en nuestro país fue su encuentro con los responsables de Cultura de la Junta de Andalucía. En esta segunda ocasión ya le pusieron sobre la mesa la posibilidad de las subvenciones, pero con una condición: elegir la Junta los artistas que viajarían a Francia. Es decir, borrar al promotor. La labor del que escucha, elige y selecciona algo para ofrecérselo al público. Debieron pensar que se conformaría con ser un mero intermediario interesado en el dinero, pero no fue así. Decidió seguir sin ayuda institucional, para lo cual tuvo que marcharse a trabajar a Estados Unidos y ahorrar personalmente el dinero con el que traería a los artistas.
Por suerte, logró hacerse amigo de Camarón, que no era fácil. Según explica, fue perfectamente consciente y comprensivo con su adicción. Como comentamos a propósito del mejor perfil que se ha escrito del cantaor, El dolor de un príncipe de Francisco Peregil era consumidor de heroína inhalada, de ahí muy probablemente su cáncer de pulmón. En aquel momento, a Camarón se le utilizaba para llenar festivales. Se anunciaba su presencia y luego se decía que no había podido ir. Eso le granjeó fama de irresponsable, cuando no era cierto, él ni siquiera sabía que estaba en esos carteles. En realidad, era muy cumplidor con sus compromisos profesionales. De esta manera, con una percepción mutua de honestidad, la sintonía con Vallecillo surgió pronto y apalabraron unas fechas en París. La promo fue bien curiosa, se le introdujo en páginas de revistas de tendencias donde solían aparecer rockeros. El concierto fue de 50 minutos, cuando en festivales no solía actuar más de media hora.
Vallecillo intentó por medio de su mujer conseguirle metadona para que iniciara un tratamiento de desintoxicación, pero obviamente sin éxito. Paralelamente, la Junta de Andalucía, Pulpón y el Ayuntamiento de París se pusieron de acuerdo de espaldas al promotor para celebrar el siguiente concierto. Todo el trabajo de dar a conocer a Camarón y al flamenco en París lo había hecho él, pero ahora los frutos los querían recoger las instituciones. Para el recuerdo, queda la extraordinaria actuación cuyo disco comentamos al inicio de este artículo. Y para completarla, las anécdotas y curiosidades que revela este mediometraje imprescindible.