vinos de jerez

Amontillados

Hoy venimos en vaivén, desde las cálidas noches con subidas de grados hasta el reposo de meditar mucho y despacito. Copa en mano y con vinos, claro, con vinos de ida y vuelta, pero bien amontillados.

| 27/09/2019 | 5 min, 3 seg

Bebida de vida entre Montilla y Jerez, que se moldea en caminos tan variables como misteriosos y hasta chorprechosos, pero nunca sosos. Rodeada de sonrisas, lágrimas y alguna vaquita en su monte, y si es con pollo encima mejor que mejor. Alegría que alcanza lo doloroso, de cabesita en tiempos pasados y un futuro por delante, quién sabe si más o mejor. Placeres desde la infancia a la juventud hasta llegar a la madurez, pero siempre, siempre, con su amontillado bien pegado.

Hablamos de palomino nacida en albariza con la vista puesta en la bota que le dará cobijo. En crianza biológica de flor y sus bichitos que terminan falleciendo. O no, que aquí las reglas son pocas o ninguna. Encabezados o sin, con palomino o Pedro Ximénez, de diferentes edades, mirando al mar o tierra adentro. Y así, cada uno de su padre y de su madre, como todos nosotros. De ahí su versátil perfil que mira de frente al mundo y en cualquier momento. Botellas que guardan personalidades únicas que nos disponemos a desvelar en cata dirigida por el gran Juancho Asenjo, gracias a la organización de las Sherry Women, y algunas aportaciones propias.

Empezando por la Criadera A Fino que va para Amontillado (Alvear), vino venido desde la altura de Montilla y su uva Pedro Ximénez, sin alcoholes añadidos. Distinta densidad en inciertas natas de las de mucho salivar. Un caminar con paso firme y sin echar la vista atrás. Y como nos entra el hambre, comenzamos el menú con unas alcachofas a la montillana, que todo queda en casa.  

El Tres Palmas (González-Byass) llega desde el interior de Jerez de la Frontera, con su uva palomino, en una sola bota y con la naricilla bien fresca. Pasa con soltura y rapidito, que es jovial y vivaracho, y sabe de sobra a dónde va. A ese tabanco refinado entre cante ligero y una tapita de urta a la roteña.

La familia crece con el Amontillado Tío Diego (Valdespino). De Macharnudo y tan macanudo, nos muestra la historia de pagos que siempre serán los grandes. Con crianza biológica y oxidativa se exhibe con las curvas en su sitio, un poquito inquieto y bastante tenaz. Nos dice que le demos tiempo, que quiere hacerse mayor, pero nos entra el ansia y lo bebemos del tirón con un montadito de carne mechá, chachachá.

Entre viñas de Añina y Carrascal aparece el Amontillado añada 2001 (Williams & Humbert). De saca de enero de 2019 con ocho años de crianza biológica y diez de oxidativa, augura largas existencias.  Hablador como pocos nos cuenta mil cosas bonitas y al oído. Equilibrista entre el punzante y fruto seco es ejercicio de finura al lado de un buen atún encebollado.

Volvemos a Córdoba, con su P su X y el Amontillado Amón (Delgado). De nuevo conjunción de crianzas, con menos zarandeos y potencia desmedida. Nervioso hasta lo doloroso, trata de pedir perdón, pero le sale el carácter, porque él es así. Y sin perder su punto rústico vemos que también es guapo, y mejor con unos riñones al jerez.

De nuevo en Cádiz nos asomamos a Miraflores Bajo y su Amontillado Magnum Bota 69 (Equipo Navazos). Descendiente de lustrillos bien lustrosos y albarizas tan rollizas, juega entre crianzas mientras es premiado con algún traguito de manzanilla pasada. Apasionada caricia en chiringuito playero en atardeceres con platito de avellanas. Y para rematar la jugada, una lengua en salsa.

El Amontillado Tradición (Tradición) es canónico con clase. Un casi cincuentón que lleva la elegancia puesta desde la mañana a la noche. De los de sentarse en cómodo sillón a tomar el aperitivo con un libro entre las manos y un cuadro que observa la obra de arte que se está perpetrando. La de un plato de berza que llega y el círculo se cierra.

Y se vuelve a abrir una vez más con el Amontillado Poniente (Bodegas Poniente), que esto es un no parar. Ni queremos que haya tregua, porque se nos viene una limpia lucha. La de espada contra pañuelo de seda que cae partido en dos sobre esa copa arropada por un guiso de reconstituir. Un menudo que menudo.

Que de tomar a menudo es el Amontillado del Castillo (Lustau). Paisaje de piedra rodeado de yodo, salitre y con su brisa. Brillante de cobre con sus pieles de naranja, en habitación maderosa y rellena la botella, hermosa. Longitud desmedida que se queda sin cansar y tan perfecta con un rabo de toro y sus patatitas fritas.  

Nos ponemos de bravos bravidos con el bárbaro Colección Roberto Amillo Amontillado (Roberto Amillo). Ebanistería fina y salina de equilibrio medido entre concentración y distinción. Directo y con precisión se dispone a cortar con afilado cuchillo impregnado de su grasa de jamón. Y con eso lo tomamos, con un jamón de nos buenos.

El AOS Rare Sherry (Osborne) es carácter portuense, plaza de toros y aperitivo donde Mario. Encabezado con Pedro Ximénez, despliega sus encantos de gordito con salero y golosón. Abocado a ser compañero, duda entre postres de chocolate hasta decidirse por el mejor de los finales, una tablita de queso de cabritas saltarinas.  

Porque sí, es momento de despedida, de hasta luego y con el Amontillado Conde de Adama (Bodegas Yuste). Historia escrita con palomino y su manzanilla que nos acerca al relajante final de una muerte entre sueños vinosos. Centenario de sabiduría acumulada que estremece así sin necesidad de nada más. Solo y viviendo, que seguimos.

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