Cada anchoa es el resultado de la sincronía entre el mar y las manos del hombre, entre la sal y el tiempo, entre el olfato y el paladar. (Anchoas López)

No hay más. Anchoa, sal y respeto. El que profesa Rafa López por este producto. Un producto que Rafa cuida con la precisión de un ingeniero y el amor de un artesano. Materia primera del Cantábrico y reposo en su fábrica de Alaquás. Ese amor, ese cuidado por la transformación del bocarte (qué palabra más bonita: boca y arte), se refleja en un producto que desde hace tiempo está presente en las cartas de los mejores restaurantes del país. 

Si nos desprendiésemos de todo los fuegos artificiales que giran en torno a esto del comer, solo quedarían dos cosas: las personas y el producto. El hombre y la tierra, o en este caso el mar. Rafa y su humildad. El pez, sigiloso y plateado, que surca las frías aguas del Cantábrico y el cuidado que  con el que trabaja Anchoas López hasta convertirlo en este manjar. 

Por todo esto, Rafa López y su equipo merecían este premio. Por traernos la esencia del mar hasta la tierra.