Nació en Vitoria, pero se vino a Valencia por amor a la que hoy es su mujer, y ha mantenido su otro idilio: el litio. Mientras, se relaja jugando al tenis, leyendo y escuchando a Joaquín Sabina
VALÈNCIA. Ander Muelas López de Aberasturi (Vitoria, 1973) tuvo claro desde joven que las energías renovables no solo iban a encauzar su vida laboral, sino que se iban a convertir en un sector determinante en una España que hasta entonces les daba la espalda. De hecho, se licenció como ingeniero industrial —al igual que su padre— en la Universidad del País Vasco bajo la especialidad de Técnicas Energéticas. Y, además, lo hizo tras conocer el secreto de por qué las bombonas de butano son naranjas: «Mi padre comenzó su carrera como ingeniero de calidad en Butano a mediados de los años cincuenta. Hablamos de la empresa que monopolizaba en España la comercialización de este gas y del propano. En aquella época se empezaron a diseñar las primeras bombonas en la fábrica de Cointra en Sagunt. Todo un hito porque era el almacenamiento inicial de energía y un cambio en las reglas del juego al pasar del carbón al gas».
¿Y lo del color naranja? «Fue en Cointra desde donde salieron las primeras bombonas de butano y fueron precisamente ellos quienes las diseñaron con gente del entonces llamado Instituto Nacional de Industria (INI) [hoy Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI)]. Mi padre me contó hace muchos años que estuvo en la reunión donde se eligió el color naranja, que en principio iba a ser amarillo, porque los de Cointra Sagunto dijeron que esa tonalidad es propia de estas tierras. Y sí, las bombonas de butano son naranjas por Valencia».
Mientras tanto, Muelas no tardó mucho en descubrir las bondades de un metal en particular del que tanto se viene hablando de un tiempo a esta parte: el litio. «Es determinante en el almacenamiento energético y clave para la movilidad», explica a Plaza este montañero de toda la vida, amante del ciclismo y del tenis. Además, desde hace cuatro años, también es miembro del consejo directivo de la Asociación Valenciana de Empresas del Sector de la Energía (Avaesen).
¿Y cómo un vitoriano acabó instalándose en tierras valencianas? «El amor —sonríe—. Conocí en Roma a una guapa valenciana llamada Sol, que acabó siendo mi mujer, y me vine a vivir aquí en 2004 dejando mi trabajo como ingeniero de proyectos en el Ente Vasco de la Energía». Así lo explica este sufridor del glorioso Alavés, devoto de Joaquín Sabina y ávido lector de «todo lo relacionado con la historia de España y la Segunda Guerra Mundial». Asimismo, y en su vertiente altruista, estuvo poniendo placas solares en el Hospital de Bathalapalli (India) de la Fundación Vicente Ferrer.
* Lea el artículo íntegramente en el número 95 (septiembre 2022) de la revista Plaza