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LOS DÍAS DE LOS OTROS

Andrei Tarkosvi y el diario del martirio

1/03/2017 - 

VALÈNCIA. Hay diarios felices y diarios dolientes. También existe un tipo de diario equilibrado y con sosiego, reflejo de la vida del propio diarista. Josep Pla podría ser un ejemplo de éste último. Pero existe una clase de registro diario de una vida instalada en la agonía más radical, con contados instantes para atisbar la luz. Hubo un cineasta soviético, quizás el más esencial de todos junto a Eiseinstein, que decidió titular a sus cuadernos del siguiente modo: Martirologio. Ese hombre fue Andréi Tarkovski. 17 fueron los años que Andrei registró en sus cuadernos y 7 los largometrajes que necesitó para convertirse en uno de los cineastas más sublimes de todos los tiempos: La infancia de Iván (1961), Andréi Rublev (1966), Solaris (1972), El espejo (1974), Stalker (1979), Nostalgia (1983) y Sacrificio (1986). Sólo dejó fuera del escrutinio de sus diarios sus dos primeros films. El resto fueron desmenuzados -con ínfimas satisfacciones y desmesurados impedimentos- en estas 600 páginas que la editorial católica Sígueme publicó en español en el año 2006. Una editorial que, por cierto, se ha especializado en publicar todo tipo de textos relacionados con autores que sentían una especial afección por el cristianismo en sus películas. Es el caso, por ejemplo, del guion cinematográfico de una película que Carl Theodor Dreyer no llegó a rodar: Jesús de Nazaret.

Si hubiera que definir estos cuadernos con una única palabra, ésta sería 'lucha': constante, íntima, espiritual, social, fílmica... Todo en su vida fue combate y resulta difícil concluir si fue el vencedor a juzgar por el final de la última anotación que realizó en su diario, quince días antes de su muerte: 

15 de diciembre de 1986

Si ahora me pudiera liberar:

1. del dolor de espalda, y después

2. de los brazos

se podría hablar de volver a crear después de la quimioterapia. Pero ahora no tengo fuerzas para volver. Este es el problema. El negativo, cortado por muchas partes al azar, y no sé por qué...

Así concibió siempre Tarkovski su vida, como una cinta para montar a través de sus interminables planos secuencia, sus diálogos complejos, sus gélidos personajes. Andréi no comprendía por qué el negativo de su vida había sido cortado al azar por una enfermedad cuyos devastadores efectos registró minuciosamente: vómitos, quimioterapia, biopsias... Pero antes de ese ineludible dolor hubo otros de cariz psicológico que le atormentaron, hasta el punto de convertirle en el ejemplar más auténtico del llamado 'autor maldito'. El primero de esos sufrimientos vino marcado por el castigo perenne que el régimen soviético le infligió: prohibiciones, cancelación de proyectos, boicot para que sus filmes se estrenaran en los festivales y, sobretodo, una atroz censura que él mismo recogió en su Martirologio. Estos son 4 de los 35 puntos que el Comité Central del aparato del gobierno soviético exigía modificar para que el film Solaris viera finalmente la luz.

3. ¿De qué sistema político viene Kelvin, del socialismo o del capitalismo?

5. Suprimir el concepto de Dios.

7. Suprimir el concepto deCristianismo

17. Suprimir los planos donde Kris va sin pantalones

La conclusión de dicho informe (“Ala humanidad no le sale a cuenta trasladar su mierda de un extremo dela galaxia a otro”) exasperó de tal modo a Tarkovski que al final de esta anotación, bramó: “¡Es para morirse, de verdad!”.

Tarkovski era demasiado complejo e ininteligible para la cerrazón del totalitarismo comunista. Era demasiado simbólico y sus metáforas eran recibidas por el Comité Central como amenazantes. Es decir, puesto que no eran capaces de descifrar sus símbolos poéticos, los prohibían por temor.

“¿Es posible que tenga que pasar años sin hacer nada esperando que alguien se digne a dar el visto bueno a la película? El verdadero arte les asusta. Es lógico: el arte está contraindicado para ellos, porque el arte es humano, mientras que su vocación es aplastar todo lo vivo, todo germen de humanismo, sea el deseo de libertad o la aparición del arte en nuestro opaco horizonte”.

Pero el mayor sufrimiento del cineasta tuvo un origen familiar. Tras las múltiples desavenencias con el régimen comunista y animado por el éxito que sus películas cosechaban en Europa, Tarkovski aceptó un contrato de la RAI italiana para establecerse en aquel país. La URSS marcaba, por aquel entonces, un tiempo máximo de estadía en el extranjero después de la cual, si el ciudadano ruso no había vuelto a su país era considerado un prófugo. Un disidente. Sin embargo, el cineasta siempre amó a su país y sus gentes. Lo que detestaba era el aparato político que sustentaba al Estado. La crueldad del régimen llegó al extremo de no dejar que Tarkovski y su hijo Andriushka pudieran reunirse. El descendiente del autor de Sacrificio era considerado una víctima sin escapatoria en su propio país. Tarkovski aprovechó su éxito profesional para explicar su particular drama a dirigentes políticos de todo el mundo. Ni Berlinguer, Palme, Andreotti, Mitterrand o Reagan pudieron hacer nada por él. La figura clave fue Gorbachov. Tras la consecución de cuatro premios en el Festival de Cannes de 1986, Gorbachov -alentado por su colega Mitterrand- cedió finalmente y permitió que Andriushka visitara a su padre ya moribundo en un hospital de París. No corrió la misma suerte la hermana del cineasta, Marina Tarkovskaia, a la que impidieron viajar a Francia. Así lo recoge en el estremecedor libro Acerca de Andréi Tarkosvki. 

En este Martirologio pueden leerse también momentos más o menos felices del ruso. Su concepción de la religión tan cercana al misticismo; sus objetivos artísticos; el amor hacia Lara, su esposa; sus objetivos morales en la vida; su narcisismo notable; sus viajes; sus estrecheces económicas; su amistad con el poeta Tonino Guerra; su familia (“El entierro de mamá. El cementerio de Vostriakovo. Ahora me siento indefenso. Y que nadie en el mundo me querrá como me quiso mi madre”); el juicio sobre los libros que leía (casi todos rusos: Tolstói, Pasternak, Shalámov, Dostoievski, Bulgákov y, sobretodo, Shálamov: “¡Es un escritor genial! Y no por lo que escribe, sino por los sentimientos que deja después de leerlo”) o las películas de sus coetáneos que veía y casi siempre criticaba(Coppola, Allen, Buñuel, Kurosawa o Kubrick). 

Andréi Tarkovski, el hijo de un poeta y de una estudiante de literatura, que creció en una pequeña localidad llamada Zavrajie murió con 54 años en un hospital de París. La enfermedad le impidió hacer realidad alguno de sus proyectos, por ejemplo, los biopics de Tolstoi y Dovstoievskio la adaptación de El maestro y Margarita de Bulgákov. El hermoso documental que filmó Chris Marker, Une journée d'Andrei Arsenevitch, muestra el reencuentro del padre y el hijo en el hospital, días antes de su muerte. Es imposible no emocionarse viendo cómo Andréi besa a su hijo de un modo desesperado y con la sonrisa puesta. El 29 de diciembre de 1986, un par de días antes de acabar el año, Andréi dejó de respirar. Sus restos no volvieron nunca a Rusia. Descansan en el cementerio ruso de Saint-Genevi'eve-des-Bois, a las afuera de París. En su lápida puede leerse: “Al hombre que vio el ángel”.


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