Ha vestido a Dalí, Orson Welles o Charlton Heston, al hoy duque de Alba «y a todos sus amigos aristócratas», al rey Juan Carlos cuando era príncipe, a Luis Miguel Dominguín y a otros toreros de su época, a estrellas de la música, el cine y la televisión, y a poderosos empresarios y políticos que hoy siguen acudiendo a su sastrería en el centro de Valencia. Es Antonio Puebla, el sastre de la gente bien
VALENCIA. Antonio Puebla recibe al periodista con una contagiosa sonrisa que no perderá durante toda la entrevista. No puede evitar una rápida mirada de arriba a abajo a su interlocutor, un vistazo casi imperceptible, como su gesto de desaprobación hacia el traje prêt- à-porter que viste. No lo comenta, pero su afabilidad no le impide decir las cosas claras y varias veces durante el encuentro aludirá a la diferencia entre el traje de sastrería y el de confección: «Estamos hablando de artesanía, la artesanía es otra historia, está todo hecho a mano».
Mientras se somete a la sesión fotográfica, detrás de él cuelgan de la pared, agrupados por orden alfabético, decenas de patrones de sus clientes en los que se leen apellidos de la alta sociedad valenciana. Localizamos en la Z el de su cliente más popular, Eduardo Zaplana, «embajador» del sastre que obró la transformación de aquel chico provinciano en un dandy. Puebla hace memoria de la gente que «Eduardo» le ha llevado, del PP pero también del PSOE.
«A Rubalcaba lo conozco muy bien porque he estado cenando con él; otro fue el antiguo jefe de las juventudes socialistas, no recuerdo su nombre (Javier de Paz, quien le consiguió a Zaplana su retiro dorado en Telefónica); también Pepe Bono, y constructores importantes de Madrid...». ¿Rodrigo Rato? «Rato no, Rato vino por Juan Costa». ¿Y quién trajo a Zaplana? «A Eduardo lo trajo Carlos Pascual», apunta, y va a buscar algo. «Tengo una foto aquí de cuando Zaplana llegó a la Presidencia, así es cómo vino —señala una foto— y así es cómo yo lo puse y cómo va ahora», y muestra la otra con orgullo.
Hablamos de su amigo Eduardo, de su enfermedad, de la operación vital a la que le van a someter unos días después, que a la hora de escribir estas líneas apuntan que ha salido bien. «Él está confiado, tiene aquí varios trajes por recoger». Genio y figura.
Antonio Puebla nació en Castro del Río (Córdoba) y se crió en Madrid. Iba para cura salesiano, pero tuvo que dejar los estudios —«porque me mareaba, no porque no tuviera vocación»— y acabó licenciándose en Literatura y Letras tras convalidarlos. «Un día me senté al lado de mi madre, que era una modista sastra muy buena, y me puse a picar un cuello como si lo hubiese hecho toda la vida, se ve que por mimetismo».
Así descubrió su vocación. «Lo primero que aprendí fue un sujetador y unas bragas de los que se hacían en aquella época, que eran de retorta; luego la enagua, luego un vestido, el pantalón, chaquetas... Mi madre fue la primera que me enseñó todo», rememora. Amplió su formación trabajando para «sastres importantes» en Londres, París, Barcelona... y en Madrid, en una sastrería de la plaza de Roma a la que un día fue a vestirse un tal Isidoro Álvarez.
«Se enteraron de que había un sastre joven que apuntaba buenas maneras y don Ramón Areces mandó a Isidoro Álvarez, que iba a ser el heredero pero que lo tenían allí en la sección de pantalones», relata. El que después fue presidente de El Corte Inglés encargó un traje y «casi a la hora de cerrar vino el jefe de personal, que era un tal López, diciendo que quería hablar conmigo, que me esperaba, y me dijo: ‘Mire, el fulanito que ha estado aquí para hacerse la ropa es Isidoro Álvarez y queremos contratarle a usted para El Corte Inglés’; me ofrecieron una cantidad muchísimo más grande que la que cobraba y me fui con ellos».
Corría el año 1966 y Puebla siguió vistiendo durante cinco años a Isidoro Álvarez «y a Ramón Areces, a Florentino Lasaga, a Domínguez..., a toda la gente importante de El Corte Inglés». La empresa tenía un departamento de sastrería, pero no de confección —«en aquella época había poca y era muy burda»—, hasta que Puebla hizo el primer patronaje para la nueva boutique prêt-à-porter.
El sastre retiene las fechas clave de su carrera. «El 10 de febrero de 1971 bajábamos por la escalera para irnos a casa e Isidoro Álvarez me dice: ‘Antonio, mañana tienes que estar en Valencia’. ‘¿Pero cómo que tengo que estar en Valencia?’. Yo sabía que se inauguraba la tienda, pero yo no podía dejar a... ‘Tú no te preocupes de eso, de eso me encargo yo; tú, mañana, para Valencia’. Y al día siguiente cogí mi 600 y me presenté aquí».
La tienda —la de Pintor Sorolla— se inauguró el 26 de abril de 1971. ¿Por qué El Corte Inglés trasladó a Valencia a su jefe de Sastrería? «En Valencia había unos sastres muy buenos, pero mucha gente de aquí se hacía la ropa en Madrid, por eso me trasladaron, porque ya tenía una clientela aquí muy grande», apunta. «Pero cuando yo llegué a Valencia se corrió enseguida la voz y empecé a vestir a muchísima gente importantísima de aquí. Se vestían en estos sastres valencianos que eran bastante buenos y se vinieron conmigo. Algunos tuvieron que cerrar y eso me entristece muchísimo, pero no era culpa mía si les gustaba más cómo lo hacía yo», se excusa.
Marcadas en su memoria otras fechas importantes: «El 11 de noviembre de 1987 llegué a casa y le dije a mi mujer: ‘Ya no voy más a El Corte Inglés’. Entonces, empecé a buscar dónde establecerme y encontré este local» (en la calle Don Juan de Austria, a 20 metros de la puerta de El Corte Inglés). «El 1 de febrero de 1988 se inauguró la tienda», precisa una vez más.
¿Qué le dijo Isidoro Álvarez? «Fui a Madrid a decirle que me iba, me deseó muchísima suerte, me ofreció su apoyo y me dio un montón de proveedores con sus nombres y sus teléfonos, aunque yo ya los tenía. Fue como una ayuda que no me ayudó, porque ya los tenía, pero lo admití y lo valoré. Ya no tuve más contacto con él». Eso sí, en El Corte Inglés de Valencia no dijeron que Puebla se había marchado, no les interesaba, y los clientes siguieron haciéndose trajes que no siempre salían como antes. Hasta que preguntaban. Dicen que los menos habituales tardaron hasta un año en enterarse.
Antonio Puebla es el único sastre de Valencia entre los dieciocho que forman el Club de Sastres de España. Es donde está la élite, éramos treinta y ahora somos 18 nada más, repartidos por toda España, sobre todo en Madrid». ¿Quedará algún sastre en Valencia dentro de 20 años? «Siempre hay gente que quiere aprender este oficio, porque es muy bonito. Y es como una carrera, se necesitan cinco años para aprenderlo y dos más para alcanzar la maestría. O sea, que para ser un maestro sastre necesitas siete años, y luego nunca terminas de aprender». La clientela de Puebla la ‘heredará’ un joven artesano, Javier, que ya está con él aprendiendo. «Con mi edad, no quiero jubilarme, entre otras cosas porque cada día sé más y cada día yo creo que lo hago mejor, aunque uno nunca está del todo contento con lo que hace». Su edad no la revela, pero hace años que superó la de jubilación.
«He tenido la suerte durante toda mi trayectoria, tanto en Madrid como en Valencia, de haber tenido clientes muy, muy exigentes. Al ser ellos tan exigentes, uno aprende más», añade. ¿Quién ha sido exigente? Cita a José Luis López Vázquez, a Juanjo Menéndez y a uno por encima de todos: «En Los Bravos había un tal Pablo (Sanllehí), el que tocaba la batería, que era inaguantable, tremendo lo exigente que era.
Llevaba esas casacas tipo Napoleón que se llevaban en aquella época, y me daba una lata siempre que le hacía algo...». Los Bravos, Los Pekenikes, Los Pasos, Los Ángeles..., Puebla vistió a la mayoría de grupos musicales de finales de los 70.
«Sin embargo, un tipo que era facilísimo con el que no tenía ningún problema era Salvador Dalí. Toda es fama que tenía la formó siempre de cara a la galería, porque cuando estaba conmigo en el probador era como tú y como yo ahora mismo, pero era salir del probador y hacer su papel de divo». Puebla no puede evitar relatar la anécdota que mejor se sabe y que más feliz le hace: «El primer traje que le hice se lo regaló don Ramón Areces, que estaba allí, esperando a que saliese de la prueba, y le dijo: ‘Salvador, ¿qué tal el traje?’. Y Dalí, acariciándose el bigote, le respondió: ‘En el mundo hay dos divinos, éste —refiriéndose a mí— y yo’. De ahí que me llamaran el divino Puebla».
El periodista insiste y el sastre reconoce que la profesión va a menos. «Todo esto ha sido culpa de la crisis, pero también de la confección, que va en auge, y del mismo sastre, que a todos los operarios que tenía no les pagaba como tenía que pagarles. Y esa gente al final dice ‘yo me voy de aquí, que quiero ganar más y no tengo que estar sentado ahí horas y horas’, porque éste es un oficio muy pesado».
¿Cuánto se tarda en hacer un traje? «Una chaqueta son unas setenta horas, pero las telas que yo uso no son setenta horas, vienen a ser cien, ciento diez..., porque son tejidos mucho más finos que requieren mano de obra más delicada, estar más tiempo... En un tejido grueso das la puntada y puedes estirar, que no se nota nada. En éstos das la puntada y tiras y se nota enseguida una arruga, no puedes hacerlo, tienes que hacerlo mucho más lento, coser, volver a descoser...». Y eso, claro, vale dinero.
«Vestirse a medida no es más caro, es mejor. Un traje que te dura treinta años nuevo como el primer día es barato, y además, un traje hecho a medida nunca pasa de moda, siempre está actual»
¿La pérdida de clientes puede deberse al precio? «Vestirse a medida no es más caro, es mejor. Un traje que te dura treinta años nuevo como el primer día es barato, y además, un traje hecho a medida nunca pasa de moda, siempre está actual». ¿No hay moda en los trajes? «En el prêt-à-porter sí, en el clásico no tanto. Una chaqueta como ésa (señala una) puede estar treinta años de moda, porque tiene el ancho de solapa normal, la manga normal... Oscar Wilde dijo que seguir la moda es de necios, porque lo que ahora mismo es moda mañana ya no lo es. Además, salvo que el traje de confección sea muy bueno, en año o año y medio te tienes que comprar otro, y a lo mejor te ha costado 600 u 800 euros. Sale carísimo. Sin embargo, si este traje que te puede costar 2.500 euros dentro de 30 años lo tienes nuevo, es barato. La talla es buena, la confección está toda hecha a mano, no está prensado como éstos de confección (señala, por fin, el del periodista), la durabilidad es total».
Puebla sólo ha vestido a un presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana. «Hubo otro al que me negué, pero no puedo decir quién es». ¿Se negó? «Porque viene su secretario y me dice que fulanito de tal quiere hacerse ropa conmigo, y que a qué hora puedo ir allí. Le respondo que cuando él pueda que me lo diga. Entonces me manda una carta certificada en la que me dice que pida hora para ir allí y atenderlo.
Cogí el sobre, lo rompí y, por deferencia, llamé al secretario y le dije: ‘He recibido esto y ha pasado esto, así que dile a fulanito que si quiere que yo le haga ropa, de tal hora a tal hora estoy abierto, y si quiere que vaya allí, que me llame y me lo diga’. Hasta hoy». Al periodista le viene a la cabeza un expresidente de Motilla del Palancar, pero Antonio Puebla se niega a dar pistas.
Camps nunca fue cliente, pero sí Ricardo Costa y El Bigotes. «Álvaro se hizo muy amigo mío», reconoce, sin asomo de crítica. Tampoco hacia Rodrigo Rato, que sigue encargando allí sus trajes. «En una ocasión, antes de todo lo de Bankia, le dije: ‘Rodrigo, con la cantidad de clientes que yo tengo tan sumamente buenos, ¿cómo es posible que yo esté tan parado?’ Y me respondió: ‘Mira, quien tenía ochenta millones de euros en acciones y le quedan treinta, ¿tú cómo crees que puede tener la cabeza? ¡Y sigue teniendo treinta, que tú en tu vida los vas a tener!’. El primero que amarra es el que tiene dinero», deduce el maestro.
Como el protagonista de la novela de John Le Carré El sastre de Panamá, Puebla ha escuchado en el probador conversaciones de gente muy importante, pero a diferencia de Harry Pendel —encarnado en el cine por Geoffrey Rush—, él no suelta prenda ni para inventar historias. «Yo he oído muchas cosas pero no tengo ni idea y no sé si son verdad o mentira. Lo mismo que si estoy en el probador y les llaman por teléfono, yo salgo del probador para que puedan hablar tranquilamente. Y desde fuera lo oigo todo, pero yo-no-sé-nada», recalca con una sonrisa. No sólo hablan de política o economía. «Hay muchos clientes que tú los ves desnudos físicamente pero que también desnudan su alma; eso se queda ahí». Y añade, con orgullo: «He arreglado cuatro matrimonios a los cuales les hacía la ropa, tanto a ella como a él. Los he arreglado porque se iban a separar y hoy en día son íntimos amigos míos y están juntos».
Hablamos de los actuales líderes nacionales, para los que no ha trabajado, excepto una corbata que la suegra de Rajoy —«gran amiga»— le encargó para su investidura hace cuatro años. «Pedro Sánchez tiene muy buena planta para hacerle ropa y se podría sacar un partido de él fenomenal, pero va mal, como casi todos los que llevan confección». Otra vez la confección.
«¡Es que no es solamente él! El traje de confección está hecho para un muñeco, no está hecho para ti, y tú te lo pones y te lo adaptan, pero no se puede sacar partido». ¿Rivera? «También tiene muy buena planta, pero lo que lleva no dice nada. Y del otro no hablemos, el otro se cubre, porque en esto de la sastrería está el que se cubre, el que se viste, el elegante y el que tiene clase». Interesante clasificación, que da pie a que el sastre ponga a cada uno en su lugar. «El que se cubre es Pablo Iglesias; Rivera y Sánchez se visten; elegantes... no hay ninguno, y con clase tampoco ». ¿Y a Rajoy dónde lo sitúa? «Rajoy... se viste».
¿La elegancia da votos? «Mira, si va a pedirte trabajo uno vestido como va Pablo Iglesias y otro como va Eduardo Zaplana, ¿tú a quién contratas?». El periodista deja la pregunta en el aire, seguro de que había mejores ejemplos. Y le recuerda que no hablamos de pedir trabajo, sino el voto. «Ya, pero aparte de que te sepas expresar mejor en público, a mí me da más sensación de poder confiar en una persona si va mejor arreglada», zanja.
Del Consell actual, en el que no tiene clientes —sí en el anterior, «Manu» Llombart—, desaprueba que algunos vayan «en mangas de camisa o con cazadora. Quien representa a una ciudad y a unas personas debe tener cierto decoro en el vestir, ¿no?». ¿Y a Ximo Puig cómo lo ve? «Va cubierto, no va bien vestido. También tiene percha y se le puede sacar partido. Otra cosa es que tenga clase, otra cosa es que sea elegante, pero puede ir bien vestido».
¿Lo de tener clase y ser elegante, aparte del traje, de qué depende? «Te voy a poner dos ejemplos de personas con muchísima clase: Cary Grant y sir John Gielgud. Ésos, se pusieran lo que se pusieran, aunque fuera un suéter, aunque fuera la ropa más vieja y más fea, la clase la tienen ellos, la lucen, parece que lleven algo muchísimo mejor de lo que llevan puesto. Quien es elegante es elegante innato, le sienta muy bien todo, sabe llevarlo, sabe moverse... Hay muy pocos así».
Terminamos. Muchos españoles empezaron su aprendizaje del inglés con aquella frase que decía my tailor is rich... «Bueno, este oficio da para vivir bien, pero no para hacerte rico».
(Esta entrevista se publicó originalmente en la revista Plaza de enero)