Las segundas Fallas Patrimonio de la Humanidad se nos han vuelto a ir de las manos. Falta una mayor organización y coordinación interinstitucional y social que frene ese desmadre colectivo que ofrece al mundo una imagen de total permisividad.
Esto de los balances siempre responde al color con que se mire. El año pasado por estas fechas, y tras la experiencia sufrida durante los días de las primeras Fallas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, me posicionaba como si fuera un visionario de esos que aparecen de madrugada en tantos canales de la TDT, primero concedidos a los amigos y grupos de presión, y luego subastados a videntes y telepredicadores. Mi conclusión era que las fiestas josefinas habían dejado de ser de la sociedad valenciana en su conjunto. Lo serían a partir de entonces, y como siempre, de la entregada devoción de los falleros, falleras y comisiones durante sus desfiles, ofrendas y fiestas internas, de los visitantes -cada vez irá el asunto a más- y de los vendedores ambulantes. También, de aquellos que consideran la fiesta como un acontecimiento en el que todo vale y nada parece impedirlo.
Los presagios se han cumplido. Estas Fallas han sido todavía más caóticas. Y como nos descuidemos serán en el futuro un gran negocio para algunos, pero también una ruina para otros y un engorro para todos aquellos cuyos posibles les impida abandonar la ciudad.
Se congratulaban el Presidente Puig y el alcalde Ribó de que las Fallas 2018 habían sido las mejores de la Historia. Eso lo pensarían ellos observando el percal desde el balcón del Ayuntamiento de Valencia o metidos en ágapes exclusivos. Pero, si realmente lo creen, no parece que hayan pisado mucho la calle.
Habrán sido especiales, si acaso, para la vicepresidenta, Mónica Oltra, que cumplía el sueño de ser fallera mayor de su comisión, que algo sí habrá aprendido. También para todos los falleros en sí y para el consistorio que, visto el negocio de calle que se ha montado en torno a la fiesta, deben o deberían haber recaudado lo que no está escrito para salvar el ejercicio económico. Por eso, entiendo la permisividad ante ciertos hechos y actitudes.
Pero hay más. No dudo que la seguridad haya estado a gran altura, o que las brigadas de limpieza trabajaran sin descanso desde las 6,30 de cada mañana para intentar maquillar el desorden de suevos, vándalos y alanos. Son esos trabajadores los que sí merecen un plus por su tesón y paciencia cuando pasadas apenas unas horas comprobaban cómo su trabajo y esfuerzo no había servido para mucho.
Escuché decir al portavoz de Ciudadanos en Valencia, Fernando Giner, que el problema de las Fallas es que no tienen organización coordinada. No le quito razón. Cada uno desde su área municipal habrá intentado poner su remedio pero debería ser mucho más que colectivo, esto es, orgánico y contundente en todos los sentidos. No niego el esfuerzo, pero como esto vaya en aumento, que es lo natural, y no se comience a trabajar en serio el futuro puede ser terrible o terrorífico.
Cuentan esos balances de cada año que los resultados no han estado tan mal porque, al fin y al cabo, se han quemado “apenas” diecisiete contenedores, aunque aún no existe cálculo de papeleras a remplazar. Total, se había recogido media tonelada más de residuos abandonados por la calles —7,6 toneladas, que se dice pronto— y que no había existido tanto vandalismo en los jardines públicos, según resumía la concejala de Residuos Sólidos Pilar Soriano.
Mi experiencia de transeúnte anónimo dice lo contrario. Yo he visto jardines arrasados y más que sucios en el barrio de Campanar y adultos miccionando a plena luz del día a escasos metros de la calle San Vicente, en pleno centro, sin ningún tipo de miramientos, basura allá donde miraba y barrios enteros a las diez de la mañana que las brigadas de limpieza- el Carmen, por ejemplo- intentaban adecentar como podían. Y eso que eran legiones reforzadas.
Luego está lo de las camionetas de comida rápida, el olor a fritanga y la ocupación sin contemplaciones de los espacios públicos, de cualquier rincón. ¡Claro que los comerciantes a los que no se perdonan tasas e impuestos han de estar molestos! ¿No lo estaría usted si le ciegan su escaparate con un foodtruck, bajo de su balcón le colocan una churrería y dos puestos de comida india trabajando sin descanso durante casi una semana y la música atronase durante todo el día hasta bien entrada la madrugada? Los que llegan arrasan, recaudan y se van. Y aquí después gloria.
Luego está lo mejor, el desmadre colectivo y el desinterés hacía nuestro patrimonio, incluso también de la Humanidad, como La Lonja, Torres de Serrano, Iglesia del Pilar… y otros tantos y tantos monumentos afectados por las verbenas, el caos y la inmundicia. No sé para qué tenemos una Ley de Patrimonio que prohíbe todo lo que en Fallas se permite. O para qué tenemos tantas normativas urbanísticas, muchas obsoletas, cuyo incumplimiento es deporte autóctono.
Está muy bien divertirse. Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida, pero hay otros que al mismo tiempo también deben ser respetados, como lo ha de ser nuestra historia, patrimonio y cultura. No se puede tolerar la invasión bárbara bajo consigna del todo vale. Si no apreciamos nuestra ciudad y permitimos que el que venga haga lo que le plazca es que somos una sociedad dispuesta a esto y mucho más. Merecemos pagar más de los 1.5 millones de euros extras que nos hemos gastado este año en limpieza. Y luego está la imagen que exportamos de sucios e incívicos que jamás permitirían en otras ciudades.
Hace falta una gran reflexión. No basta con poner urinarios junto a espacios protegidos, ni aumentar presupuestos para limpieza. Es necesaria coordinación, organización, hacernos de respetar y respeto. Lo demás es silenciar un problema.
¿Una tasa? No, dos, aunque algunos crean que puede resultar impopular. Sin embargo, pagar por algo significa ponerlo en valor. No seamos tan ingenuos, ciegos, permisivos y menos aún creamos que dar imagen de sociedad abierta es el todo vale. Esto se nos está yendo de las manos e irá a más si no se adoptan soluciones. Y por ahí vamos muy mal.