Arquitectura y patrimonio

valència a tota virolla

De la Coma a ‘la España de las piscinas’ hay 200 metros

  • Foto: KIKE TABERNER
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VALÈNCIA. El chance popular abraza la idea de que el barrio de la Coma es como las Malvinas. Es de Paterna aunque está frente a Burjassot, de la misma manera que las Malvinas miran a Argentina aunque sean del Reino Unido. La Coma tiene también forma de eso mismo, el signo ortográfico que indica pausa breve. Entrando en harina, la Coma es también es símbolo de un estigma: la creación de un imaginario extendido desde los ochenta por el cual su contínuo de bloques de viviendas representa el peligro, la amenaza, el ghetto. Con una periferia al cuadrado: un punto y aparte respecto a València y Paterna. ¿Dónde están sus puntos suspensivos? Necesitado de tomar de la obviedad de las formas su propio nombre para evitar ser poco más que unas siglas, las de BAP: Barrio de Acción Preferente, el bautizo que recibieron aquellas zonas suburbanas que vivían “profundas contradicciones sociales a causa del modelo dominante de desarrollo urbano y de una inadecuada planificación en los asentamientos. Por ello, sufren las consecuencias del hacinamiento, los síntomas de la desagregación, la marginación, las disfunciones del desarrollo y los efectos de las conductas delictivas”, según el Diari Oficial de la Generalitat en 1988.

En mitad de esa tierra de nadie, su efecto de insularidad añade un contraste simbólico, definitivo de cómo en una porción colindante de territorio las diferencias y las maneras de vivir pueden ser especialmente bruscas. Entre el vértice más al noreste de La Coma y su punto paralelo en Godella apenas hay unos pocos pasos, en cambio una sima profunda los distancia. La CV3103 ejerce de principal barrera formal. Un linde de setos perfectamente podados circunda Campo Olivar. La visión aérea sintetiza el mapa: ante La Coma, un universo de manchas azules que formaliza lo que el autor Jorge Dioni llamó La España de las piscinas en su libro homónimo. 

En la entrada de su publicación, Dioni cita al arquitecto Jan Gehl: “A día de hoy, creo que sabemos mucho más sobre cómo debe ser un buen hábitat para el gorila de montaña o los tigres siberianos que para el Homo sapiens”. Más bien, lo que estalla en este enclave bisagra entre dos universos es la duda de cómo, sobre la extrema cercanía del mismo suelo, el Homo sapiens puede habitar de manera tan diferente.

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