VALÈNCIA. El Centre del Carme ha tenido muchas vidas, y una de las más añoradas es la de Escuela de Bellas Artes por su vinculación directa a su actividad actual. La sala por la que pasaron muchos de los grandes nombres de las artes visuales valencianas del siglo XX, ahora está dedicada a la cultura contemporánea.
La nostalgia del poder simbólico de la actual Sala Ferreres-Goerlich quedó bien patente ayer en la presentación de la exposición Pam Pam!, que recoge una muestra del trabajo de una decena de recién egresados de los estudios de postgrado de la Facultad de Bellas Artes de la UPV, elegidos por un jurado profesional. En medio de la sala, responsables de la Conselleria de Cultura, del propio Centre del Carme y de la Facultad aprovecharon la rueda de prensa para recordar las personas ilustres, los antiguos usos, las batallas de entonces.
Frente a ellos, los, las y les artistas, que son el futuro y no el pasado. Que precisamente traen, con sus lecturas contemporáneas, cuáles son las preocupaciones actuales y las posibles tendencias futuras de las artes visuales. Pam Pam! es esa radiografía anual; y ya van once ediciones. La primera se celebró en el Centre del Carme; más tarde, se mudó a Atarazanas; y ayer se celebraba en la rueda de prensa que volvía a ‘su casa’ por la puerta grande, a su sala más icónica.

- Puc ser-ho tot, de Meritxell Simó Redón -
De los garajes al museo
“Algunas personas ya habíamos expuesto en lugares alternativos, garajes o bajos, y no solo el museo nos da la oportunidad de enseñar aquí nuestra obra, sino que también traemos nosotros esa escena aquí”, explicaba Nicolás Gay Ramón, uno de los artistas seleccionados.
Ciertamente, el Pam Pam! le sirve al Centre del Carme a reforzar más que con cualquier otro proyecto, su apellido de Cultura Contemporánea. La selección ecléctica de artistas por parte del jurado profesional en la fase previa, PAM!, hace difícil un resumen que no deje fuera la propuesta de alguien, pero sí tiene un peso importante el cuerpo como tema (que puede ser desde una mirada exploratoria y curiosa, o desde una preocupación crítica y política por la violencia hacia algunos cuerpos). También el audiovisual, como simple formato del presente pero también como un territorio aún infraexplorado, al que traducir las preocupaciones éticas y estéticas de toda la vida de la historia del arte. Los proyectos han estado comisariados y acompañados por Laura Silvestre y José Luis Clemente.
Empezando por esto último, el público se encontrará como primera obra Escribiremos poemas sobre los suelos ácidos, de Alejandro Vázquez. Natural de Galicia, su paisaje familiar son los campos de eucaliptos, un monocultivo del que se ha pensado más en su rentabilidad que en sus consecuencias para el ecosistema de la región. El artista ha plantado un tronco y lo une con los contenidos slop de redes sociales a través del paralelismo de un capitalismo que tiende a colonizar tanto el territorio como la atención.
Meritxell Simó hace de la oportunidad de llenar un espacio tan grande como es la Sala Ferreres-Goerlich virtud. En ese viaje de proyectos hechos en bajos comerciales y garajes hasta el Centre del Carme, la idea de la escala le lleva a la escena de Alicia en el País de las Maravillas en las que la protagonista descontrola su tamaño. Simó, a través de proyecciones, también escala su cuerpo a la sala. También ha aprovechado un hueco que deja una rampa en la misma sala con el suelo para plantar una cuña gigante, como símbolo de una puerta metafórica que se ha abierto y se quiere mantener abierta.

- Reproducción autodigestiva, la propuesta de Nicolás Gay Ramón -
Nicolás Gay es un buen ejemplo de artista que recoge las preocupaciones del presente y el futuro más próximo. En él se encuentran estas dos tendencias sobre el cuerpo y lo multimedia. Propone una instalación que reflexiona sobre la generación por inteligencia artificial de las corporalidades, marcadas primero por una indexación y un sesgo, y en un futuro, por el momento en el que los sistemas generativos se hagan servir de imágenes ya creadas por ellos mismos, por la autofagia. ¿Qué pasará cuando haya más imágenes generadas por IA que por humanos?, se pregunta. Y no se contesta de una manera crítica, sino proponiendo una tercera vía en el que haya un trabajo entre humanos y máquinas.
Las teorías de la magnetorrecepción, por las que algunas especies se orientan en el mundo, es el punto de partida de Azul Macas, una artista ecuatoriana, donde precisamente se sitúa el centro mismo de la Tierra. En su trabajo aborda las influencias físicas y poéticas en el territorio. También hace una referencia a los quipus, una matriz informática de recogida de datos de la era pre-hispánica, que también cruza conocimiento científico y territorio (se elaboraban con materiales textiles) además de aludir a la cultura anterior a la colonización.
Laupe recoge dichos y los lleva al hecho. Una sala convertida en un patio de recreo, en el que frases como “pagar los platos rotos”, “cuidar el lenguaje” o “dar tiempo al tiempo” se materializan en diferentes piezas. Este artículo podría desgranar una a una las piezas, pero también es interesante para el público ir a la sala y averiguar cuáles son estos dichos. Sí destaca la primera pieza que se ve, referida a la literalidad de “sacar los trapos sucios”, en la que la artista ha recopilado trapos de artistas pictóricos llenos de pintura y los enmarca sin identificar de quién es. La propuesta artística busca retorcer la literalidad del dicho para generar una propuesta artística que necesita un papel activo del visitante.
El dúo artístico KANNO y Ferrán Buj también abordan las preocupaciones contemporáneas de la esfera de las redes sociales hablando del fin del mundo. Lo hacen con una instalación escultórica de unas ruinas de las que sumergen varios monitores de ordenador de principios del siglo XXI que emiten imágenes saturadas de una gran explosión, traduciendo así la imagen caótica que reside en el imaginario apocalíptico contemporáneo —una mezcla entre lo hipermediado y lo obsoleto. Fuera de la sala, otra pieza se suma a su propuesta con una fila de ordenadores que son en realidad el colon de internet: personajes brainrot, labubu, furry, que entienden como reflejo del hiperconsumo visual.

- Made by love, la instalación de Carmen Jaras -
Carmen Jaras se hace servir de otra propuesta cultural, el body horror, para reflexión sobre la experiencia del enamoramiento. El amor prometido, esa búsqueda que no cesa, acaba modificando la carne (que es la identidad misma). A nivel colectivo, la artista también reflexiona sobre el aislamiento de la pareja romántica como reacción a la inestabilidad material que ofrece el capitalismo, y que también hace, ya no solo del deseo, sino de la pertenencia a la pareja, un factor que moldea la existencia mismo. A pesar de toda esta crítica, Jaras intenta que no enconarse en una estética de la abyección sino recordar continuamente que el punto de partida es el enamoramiento mismo.
Estefanía Serrano recoge la tradición de la abstracción geométrica valenciana. La artista trabaja la línea geométrica y la natural, cruzándola con la proporción áurea. Su propuesta son tres obras de gran tamaño de pintura sobre madera y una serie de litografías. La línea geométrica, en vez de salir del punto, viene de esa línea orgánica, creando así un obra que evoca directamente al ritmo.
Miguel Tinoco, a partir de la lectura de El barón rampante, de Italo Calvino, hace el mismo ejercicio de subirse a las copas de los árboles. El pintor construyó una caja con el material básico para hacer la obra in situ y propone una serie de pequeño formato de su experiencia sobre los troncos. Pero también hay otra serie de gran tamaño en la que traduce a la pintura imágenes fotografiadas de cómo se ve el sol desde los diferentes árboles de su Extremadura natal —otra vez, un juego de escalas. Tinoco también firma la obra que ocupa la pared final de la sala, que es una encina vista, en este caso, desde la línea del suelo, que para el artista no deja de ser una invitación a subir a los árboles del resto de su propuesta.
Finalmente la última sala es una propuesta entre las artes visuales y lo performativo de Mar Cortés, que propone una serie de piezas a través de la experiencia de su abuela como trabajadora sexual. La artista se pregunta, a través de una historia personal, sobre la culpa, el pecado, o los espacios en los que trabajaba entonces su abuela. Sobresale una pieza en la que Cortés imprime una transcripción de esa historia familiar que era un tabú y, en vez de ofrecerla al visitante, la censura besando repetidamente las hojas con pintalabios rojo para que sea ilegible, trasladando esa opacidad al terreno del cuidado del testimonio.