Entrevista

Arte y fotografía

Un encuentro con Carmen Calvo: "La obra que se repite está muerta"

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VALÈNCIA. De Carmen Calvo (València, 1950) se pueden decir muchas cosas, una trayectoria que se puede relatar, entre las distintas opciones, a golpe de conquista. El Premio Nacional de Artes Plásticas 2013, el Premio Julio González o sus grandes exposiciones en el Palacio de Velázquez de Madrid o el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) son algunas de ellas. Se puede conocer a Carmen Calvo a través de su pasado, de lo conseguido, pero ella lo tiene claro: “Todo eso está en mi currículum”. A partir de ahí, ¿qué más?

La artista valenciana prefiere posar su mirada en el futuro. Lo hecho está hecho. El presente más inmediato, con todo, la lleva a la galería de arte contemporáneo Luis Adelantado, que presentó hace apenas unos días la muestra El sueño de la serpiente, una exposición colectiva que marca el décimo aniversario de Olga Adelantado como directora del espacio y en la que la obra de Calvo se erige como “piedra angular” del relato.

Allí despliega una obra de reciente producción en la que habla de violencias y memoria a través de objetos como una pizarra, unos guantes de boxeo o una serie de fotografías recuperadas, unas piezas en las que hay poesía, juego y dureza. Acompañada por la obra de otras artistas como Mar Arza o Eva Lootz, Calvo sigue manteniendo el pulso con el espectador a través de una serie de piezas que para muchos serían presente inmediato pero que, para la artista, ya están atrás. “Yo es que trabajo mucho, no quiere decirse que trabaje bien pero yo soy muy metódica”, desliza.

Sus manos y cabeza están en el día a día del taller que hace años habita en la ciudad de València y en una serie de ilusionantes proyectos expositivos que, de momento, mantiene bajo llave. “Soy supersticiosa”, confiesa. La galería Luis Adelantado es el lugar en el que nos encontramos con la artista, un feliz encuentro en el que, a ritmo de jazz, el cuestionario programado salta casi por los aires. 

Más que una entrevista, Carmen Calvo nos enmarca su trabajo a través de unas ideas que, a modo de pincelada rápida, nos permiten conocer algunas claves de sus procesos y visión del mundo. Sin prestar demasiada atención a su currículum, como ella misma indica, y tampoco a los apuntes que un servidor portaba, nos encontramos con una Carmen Calvo que más que mucho que decir todavía tiene mucho por hacer y descubrir. Este es el resultado de un encuentro fugaz con la artista.

- Su obra funciona como “piedra angular” de El sueño de la serpiente, ¿qué le sugiere ocupar esta posición?

- Creo que es, primeramente, por el cariño, la amistad y el tiempo. Es difícil a veces la conexión con las galerías. En este caso, yo empecé ya con su padre [Luis Adelantado] en 1983; y ahora continúo con Olga [Adelantado], que aporta otra mirada, otra manera de ver. Después de cincuenta años aquí sigo yo, con la misma ilusión. Además es intersante que [en la exposición] se da esta combinación con miradas jóvenes, que no por edad. Hablo de una cuestión de actitud.

- ¿Ha cambiado en usted esa mirada? 

- El primer cuadro mío que tiene el Museo Reina Sofía es de cuando yo tenía unos 19 años. Desde los 19 hasta los 75 años que tengo ahora lo que hay que tener es amor. Cuando hablo de la juventud no es que haga un canto a ella, lo que hago es un canto a estar enamorado con algo que haces. La suerte es poder haberlo elegido, poder elegir en la vida qué quieres hacer, ¿cuánta gente no puede hacerlo? Yo he podido, yendo a contracorriente, siempre. Esto no es la panacea, a veces es complicado que acepten tu trabajo, pero he trabajado con muy buenos galeristas, de aquí y de fuera de España. En estos cincuenta años hay mucho repertorio, pero lo importante es continuar con ilusión. Este es un trabajo que va de emocionarte. 

- ¿Le cuesta echar la vista atrás? 

- No miro atrás. Lo que hay que hacer es continuar. Hay una cosa que puede fallar, que es la salud, pero mientras haya inquietud y entusiasmo no importa la edad. El pasado no existe para mí. Indudablemente no borro mi identidad ni las historias, pero lo que realmente te hace moverte en esta profesión es lo siguiente. Yo en 1997 me presenté en la Bienal de Venecia con Joan Brossa, pero sería inútil [volver a ello] porque el tiempo ha pasado.

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- Precisamente en 1997 escribía Francisco Calvo Serraller en El País que usted “es un caso muy especial en el arte español, porque ha evolucionado con coherencia, sin importarle los vaivenes de la moda y la fortuna”. Veinte años después, ¿se ve reflejada en esas palabras?

- Sí. Nunca me han gustado las modas, Calvo lo dice muy bien. Fíjate, ahora los tejidos o el barro están tan de moda, cuando eso es algo que yo ya hacía. El otro día me visitó Manuel Segade [director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía] y me preguntó por qué no hacía barro y yo le dije: porque ya lo he hecho. Está bien que otros lo hagan, pero yo ya lo he hecho. Lo que tiene una factura que me aburre no lo hago, y mira que vender un cuadro cuesta… Mi paleta es muy grande, de muchos materiales, porque soy de una escuela que ha probado todo. 

- ¿Le importa entonces lo que piense el de enfrente?

- Creo que los creadores, los artistas, somos un poco egoístas. Lo hacemos para nosotros. Claro, puedes pensar en si gustará o no gustará, pero pobre del que por cuestiones domésticas o alimenticias se encierre en eso, porque al final lo que hará es repetirse. La obra que se repite está muerta.

- No puede uno escribir la misma canción toda la vida...

- No, no. Justo, a mí que me gusta el jazz, estaba escuchando a Luis Martín, que es un gran entendido, hablar de la cuestión de las copias, de la memoria, lo que existe y en lo que reincide el que llega. Todos tenemos padres, todo eso va sumando, pero hay que continuar.

- ¿Es importante el diálogo con otros artistas?

- Yo en mi estudio tengo obra de otros artistas, de Miquel Navarro o de Joan Cardells. Me gusta estar acompañada. En mi casa, por ejemplo, no tengo obra mía y en mi estudio está toda tapada. 

- El taller, en todo caso, suele ser un espacio de soledad. 

- Y si no hay soledad no hay nada. La soledad es muy importante, no solo para crear, no solo a la hora de enfrentarse a un lienzo en blanco. 

- Y a la vez es importante seguir observando.

- Por supuesto. Debemos ser grande voyeurs. A mí cuando me dicen: ¿cómo es que te vas dos horas antes a la estación de tren? Bueno, yo también tengo mis trucos [ríe] Me gusta observar, oír. Me gusta la obra de Sophie Calle porque es una gran voyeur. Cuando ella se emplea en un hotel donde limpia habitaciones y examina como un detective cómo está la cama o qué hay encima de la mesita, habla de objetos y de un personaje que no conoce. A partir de ahí está creando algo. Y eso, en cierta medida, es volver a la pintura del siglo XIII. 

- ¿Tiene detectados los espacios que le proporcionan esa inspiración? 

- Andar por la calle ya es una sorpresa. Me encanta ir caminando, cambiar mi ruta, ir por distintas calles, sola o con mi perro, del barrio del Carmen, tan querido para mí. 

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