Tras la crisis provocada por la pandemia y la falta de concreción en las ayudas, el sector de la danza y las artes en movimiento trata de salir de ese impasse. La celebración de Dansa València supone una oportunidad para pulsar la opinión de técnicos, diseñadores o escenógrafos, los otros protagonistas de la danza
VALÈNCIA. La cultura permanece instalada en un momento complejo.El reciente anuario publicado por la SGAE en noviembre del año pasado informaba de la pérdida de alrededor de un 60% de público de teatro con respecto a las cifras recabadas en 2019. Elaborado con datos de 2021, cuando todavía estaban vigentes las restricciones sanitarias, el texto apunta una tendencia: el lugar marginal que ocupan las artes escénicas en el esquema del consumo de ocio valenciano. El Ministerio de Cultura aporta una serie de anexos que proporcionan un retrato robot aproximado del público de escénicas: una mayor participación femenina, una edad comprendida entre los treinta y los cuarenta años y un nivel de estudios correspondiente a los de una educación superior. Así como porcentajes de asistencia, gasto medio, consolidación de compañías, salas de exhibición y festivales. Una visión agrupada del tejido cultural.
En estas mismas páginas, María José Mora, responsable artística de Dansa València, avanzaba parte de la renovada hoja de ruta del festival: «Nuestro trabajo es llegar al público y, para ello, realizaremos varias acciones, desde trasladar la danza al campus de la universidad, hasta renovar la web para que sea más intuitiva, ofreciendo herramientas para poder entender la danza. A nivel municipal, hemos creado, junto al IVC, una figura que medie entre los espectáculos, las residencias y el municipio, para fomentar y promover futuros espectadores». Frente al cliché de la danza como un lenguaje demasiado abstracto para un público general, una batería de propuestas que comprenden una buena estrategia de comunicación, la puesta en marcha de programas satélite que conecten la actividad profesional con el territorio y, fundamentalmente, la visibilización de creadores y compañías. Fruto de ello, el aumento de un 32% en la afluencia de público, sobrepasando la cifra de los diez mil espectadores que asistieron a las representaciones programadas.
Si la pandemia extendió entre el sector cultural el mantra de que era necesario reinventarse, combinando balones de oxígeno y recomendaciones estratégicas, resulta apropiado definir este momento bajo la divisa de volver a poner en valor los engranajes que forman el tejido de las artes escénicas. No en vano, en el último año, se ha hablado de la creación de plataformas, redes y espacios, algunos más recientes como La Granja y otros ya encauzados como Graners de Creació, que fomentan la colaboración entre las diferentes partes implicadas en el proceso creativo. En ellos se pueden conectar las diferentes facetas que entrañan la producción de una pieza, ofreciendo herramientas de mediación y acompañamiento a profesionales y artistas emergentes. O poniendo el foco, como en el caso de los festivales, en el debate y la reflexión conjunta sobre los aspectos que influyen en el desarrollo de las artes en movimiento.
La oportunidad que brinda un espacio como Dansa València para la reunión de artistas, compañías y profesionales de las artes escénicas supone, asimismo, un impulso para dar a conocer a cada uno de los actores que forman parte de la creación de una pieza. Técnicos, diseñadores, escenógrafos, iluminadores. Los nombres que ponen el volumen, el espacio o el acompañamiento a todo aquello que tiene lugar sobre el escenario. ¿Quiénes son? ¿Cuáles fueron sus inicios profesionales? ¿Qué papel juegan en el tejido industrial valenciano? Estos son los otros protagonistas de las artes escénicas.
Estudiar escenografía y obtener un título superior equivalente a grado es posible en la ciudad de València desde el curso lectivo 2015-16, fruto del interés de centros como la Escuela Superior de Arte Dramático o l’Escola d’Art i Superior de Disseny por incorporarlo a su oferta formativa. Cuando Luis Crespo, el escenógrafo de referencia en las artes escénicas valencianas, comenzó su formación en Bellas Artes, el escenario era diferente: «Durante mi último año de estudios me interesé por la instalación escultórica, mientras, en paralelo, me acercaba poco a poco al teatro. Recibí una beca Erasmus y pensé que necesitaba ir a un lugar que fuese puntero en el diseño de escenografía. Chipi Garrido, que en aquel momento era vicedecana de extensión académica, me recomendó ir a Estrasburgo; y, allí, descubrí otro mundo». Entre el final de su etapa de estudiante y el comienzo de su vida laboral, Crespo describe un camino de aprendizaje en el que se entremezclan pequeños colectivos y jóvenes compañías, apuestas personales y luces que se encienden aquí y allá para empezar a labrar una reputación profesional. «Muchas de las cosas que he ganado las he invertido en mi propia carrera. En tener un vehículo industrial propio, una nave donde poder hacer pruebas y construcciones. Es una carrera de fondo».
Para Ana Esteban, diseñadora de vestuario para compañías como Otra Danza, el encuentro con las artes escénicas fue, prácticamente, casual. «Trabajaba como diseñadora para la empresa Amaya Arzuaga, pero siempre fui consumidora de espectáculos. En un momento determinado me enteré de que había que realizar un vestuario para una pieza de danza contemporánea y no lo dudé». El primer vestuario que hizo fue en 2015, para la compañía Otra Danza y, a partir de ahí, ha realizado trabajos para el Institut Valencià de Cultura, la Jove Orquesta de la Comunitat Valenciana o colaboraciones con Lucas Escobedo y otras compañías encabezadas por Álvaro López o Juana Varela. Esteban, también docente, reflexiona durante la conversación sobre conceptos como mercado, inserción y los jóvenes profesionales emergentes: «La transición del estudiante al mundo laboral no es fácil. Por mi situación como profesora, he involucrado a los alumnos en proyectos, lo cual resulta totalmente gratificante y motivador». La clave pasa por mostrar el proceso, las decisiones que se han de tomar, eliminar inseguridades y ofrecer ese baño de realidad que, en ocasiones, se oculta desde el entorno académico. También por incentivar el consumo cultural en los estudiantes, su asistencia a espectáculos, piezas y actividades. «La búsqueda de ámbitos profesionales la tiene que generar uno mismo en un principio; lo demás llega solo».
Tonuca Belloch, también diseñadora, comparte esa llegada casual al mundo de las escénicas. Fue a raíz de cerrar su tienda y terminar su firma de moda cuando comenzó a colaborar con otras propuestas artísticas. Las primeras, con Taiat Dansa y una pequeña agrupación teatral castellonense. Pero fue su encuentro con Luis Crespo el que precipitó su desembarco definitivo: «En un momento en el que estaba centrada en la docencia, mi espíritu creativo me llevaba a necesitar de ese refuerzo exterior para volver a estar en activo». A partir de ahí, se puede ver su sello en los espectáculos firmados por CRIT Companyia de Teatre, entre otros.
Uno de los aspectos menos conocidos es el que comprende el proceso de trabajo de técnicos y diseñadores en una pieza. Desde su nave industrial, Luis Crespo nos explica cómo una escenografía se crea desde el primer concepto, junto a la figura del director, y llega —incluso— hasta después del estreno, si resulta necesario adaptarse a las giras o hace falta cambiar algo que no termina de funcionar tras testearlo con el público asistente. «Un escenógrafo no hace un diseño del espacio y se desentiende de lo demás. Ha de estar pendiente de todo y respetar el trabajo del resto de técnicos que participan en la creación de una pieza». «El vestuario tiene que acompañar y complementar, proporcionar a los actores o a los bailarines ese impulso que, quizá, necesitan para completar a su personaje», señala Tonuca Belloch, como fundamento principal de su labor para compañías como las de Eva Bertomeu u Óscar de Manuel.
Ese trabajo coral es, también, la clave con la que Ana Esteban describe su proceso: «Mi trabajo abarca desde la ideación y bocetaje hasta el fitting con el artista. Siempre se han de tener en cuenta diferentes consignas, que el vestuario sea versátil o medir el tiempo que tienen los artistas para un cambio de vestuario rápido entre bambalinas». Como señala esta profesional, formada en la Escuela de Artes y Oficios de Alcoi, el diseño de vestuario ha de quedar empastado con las características del personaje, los condicionantes del guion, la escenografía y, sobre todo, la iluminación. «A veces, una carta de color puede modificarse mucho por el diseño de la iluminación».
Juanjo Llorens, todoterreno del diseño de iluminación, explica que dos de los conceptos fundamentales en el mundo de la danza son el volumen y la expresividad del bailarín. «El tipo de movimiento que ejecute sobre el escenario nos llevará a tomar una decisión u otra; a ser más fríos con la luz, a jugar con la emoción que transmite durante el baile. En la mayoría de ocasiones, se busca crear un diálogo». La música, otro elemento clave, proporciona los tempos para la iluminación (el fundido, la crecida y el apagado de luces).
En su extensa trayectoria en las artes escénicas destaca su colaboración con la bailarina y coreógrafa ilicitana Asun Noales, que le reportó un premio Max por su trabajo en la pieza La mort i la donzella. Acostumbrado al gran y al pequeño formato, Llorens describe su oficio como una mezcla de empatía, intuición y experimentación. «Nos gusta probar nuevas tecnologías. Aparte de las facilidades que permiten, la parte fría del color que proporciona una iluminación con led nos ha hecho redescubrir el blanco, un color más desnudo en escena».
En el mundo de la danza, explica Llorens, el volumen está más presente que el rostro. «Cuando un bailarín abre un brazo o mueve un vestido con vuelos, la luz engrandece todos esos movimientos», volviéndose cómplice, junto al vestuario, de la fuerza dramática que explora la pieza.
Si hablamos de complicidad en el mundo de la danza, resulta obligatorio distinguir los diferentes roles que forman un cuerpo de baile. Quizá uno de los menos conocidos sea el de maestro repetidor. Melodía García, bailarina y fundadora, junto a Salvador Rocher y María Palazón, de la compañía Marroch, ha desempeñado ese papel en algunas de las creaciones de Gustavo Ramírez, alma mater de Titoyaya Dansa. «El papel de repetidor consiste en ser el apoyo del director de escena y conocer cada detalle de la pieza», señala García. «A veces el director puede tener dudas y esta figura funciona como apoyo y refuerzo a la hora de revisar cada paso de la pieza». De esta manera, el repetidor es, también, un mediador entre los bailarines. «En este proceso, por ejemplo, me repartía con Gustavo el trabajo con los bailarines, repasábamos la pieza, aportábamos nuestra visión y mediábamos si surgía algún problema o había alguna petición».
Ante la cuestión sobre el estado de salud del tejido cultural valenciano, unos y otros comparten un diagnóstico similar. Para Ana Esteban, «el circuito teatral valenciano ha sido un terreno fértil para la producción escénica y una herramienta óptima para que los espectáculos se distribuyeran en toda la Comunitat Valenciana». Sin embargo, la evolución de ese territorio ha abierto una brecha donde las compañías consolidadas han sabido cómo mantenerse, mientras que las producciones humildes han sido relegadas a espacios especializados o, directamente, han desaparecido. Aparece el fantasma de la precariedad: «El artista ha de hacer arte, no arte con las cuentas, los porcentajes de retención, los regímenes según actividad; en fin, somos gestores sí, pero de las emociones que evocamos en el público», sentencia Esteban.
Luis Crespo señala que no ha habido una línea de evolución creciente. «El teatro que llegó con el final de la Transición, en el que había una inversión pública potente, las compañías se podían asentar y todo el mundo encontraba su especialización, se fue desarmando poco a poco, quizá por una oferta cultural cada vez más amplia y variada». A este respecto, Juanjo Llorens pone el foco sobre la red de teatros, muy diferente a aquella que alumbró sus comienzos en la profesión. «Por aquel entonces se trabajaba, prácticamente, todos los días. Si entrabas en la red de Teatres podías hacer entre treinta y treinta y cinco bolos en un par de meses, el espectáculo giraba casi diariamente y abarcaba todo el territorio».
Esa otra época, además, venía reforzada por otro tipo de público, más acostumbrado al teatro, la danza y cualquier arte en movimiento. De ahí la puntualización, presente en todos los entrevistados, de que es importante separar el buen hacer de los profesionales de las artes escénicas valencianas frente a esa pelea constante, como recalca Crespo, por llamar la atención de instituciones y políticos sobre la calidad del trabajo que se está realizando. O por evitar la fuga de talentos —no son pocos los coreógrafos que han triunfado más allá de nuestras fronteras—, la desconexión territorial y la falta de espacio para el relevo generacional. Para Tonuca Belloch, que no duda en establecer un paralelismo con el mundo de la moda, hace falta devolver la confianza a los creadores, generar cultura y mostrar al público cómo ese proceso permite aportar solidez al tejido artístico de la Comunitat.
En ese panorama, citas como Dansa València emergen como una plataforma necesaria para visibilizar el trabajo y la creación de las artes en movimiento, concentrando lo cultural y fortaleciendo ese perfil de industria que pone en contacto a creadores, programadores y espectadores. Un foro, ventana o espacio para mostrar, compartir y poner en valor ese trabajo que, en primer o segundo plano, y casi siempre de manera silenciosa, llevan a cabo los otros protagonistas de las artes escénicas valencianas
* Este artículo se publicó originalmente en el número 102 (abril 2023) de la revista Plaza