Al Aurora uno va sin tonterías, que aquí se viene a comer el mejor lechazo de la ciudad
Hablamos mucho de la vuelta a las raíces, de la recuperación de los orígenes en gastronomía, pero... ¿y si un restaurante nunca los hubiese perdido? ¿y si se hubiese mantenido fiel a la tradición desde hace más de tres décadas? Esa es la historia del Asador Aurora, uno de esos restaurantes de aspecto recio y cocina impecable que maneja la liturgia gastronómica como pocos. En el Aurora no falta nada ni nada sobra (bueno, sí, esas cabezas de animales que cuelgan de las paredes, pero, ya saben... nadie es perfecto), pero todo lo demás es un engranaje perfecto.
Las carnes que traen de Salamanca y Aranda de Duero, están a un nivel superior. El corazón del asador es un horno de barro donde, a través del gobierno preciso del fuego y las brasas, la materia prima se transforma en los platos suculentos que ofrece una carta clásica en el mejor sentido de la palabra: sopa castellana, morcilla de burgos, mollejas y sesos de lechazo, cochinillo asado, suprema de pintada con foie fresco, leche frita... Los aromas que desprende el horno moruno son Chanel número 5. Pero el rey es el lechazo. Dos horas cocinado en el horno solo con agua y sal. Me atrevo a decir que es el mejor que he probado en Valencia. Sabor poderoso y textura tierna como la mantequilla. Puro éxtasis.
Ahora que la sala está empezando a recuperar el protagonismo que siempre se le negó, mención aparte merece el servicio del Asador Aurora. Fernando y su hija Andrea, al frente del restaurante, son el mejor ejemplo de lo que es tratar bien a un cliente. También el resto de camareros. El Aurora, en estos tiempos de cocina hecha para Instagram y diseño cuqui, es un refugio al que asirse cuando el barco empieza a zozobrar.