Padre del primer sistema de reconocimiento del habla independiente y fundador de Google China, el autor cuenta con toda la credibilidad necesaria para que prestemos atención a sus presagios.
VALÈNCIA. Ya no es el dragón dormido, ahora es simplemente China, y es inevitable hablar de China como durante mucho tiempo fue inevitable hablar de Rusia: las siglas NWO significan New World Order, siglas que además de ser protagonistas recurrentes de foros en los que algunos hechos oficiales se cuestionan y algunas verdades consolidadas se subvierten en un pastiche que entremezcla lo mejor del saludable escepticismo y lo peor del delirio de la ignorancia, son también la forma en que llamamos a ese reordenamiento de la geopolítica que disfrutamos y padecemos en la actualidad, en la que una superpotencia con los achaques, el resabiamiento y la mala uva de un león sentado en el borde de la rampa de salida se las ve con un animal no joven, pero sí de otra especie más artera, más superviviente, más capaz de atacar sin piedad si encuentra el hueco. Y vaya si China lo ha encontrado: el hueco ha sido una arrogancia monumental de los apex predator del momento, que pensaban que usaban y abusaban cuando sobre todo tejían su propia mortaja en forma de dependencia y posterior irrelevancia -según el depredador-. La guerra comercial es la nueva Guerra Fría, pero este campo de batalla es solo uno, porque la tentativa de sucesión forzosa y su respuesta se libra a todos los niveles. El dragón no solo ha olido la sangre, sino que la ha probado, y le sabe bien. El león no va a dejar caer la corona por las buenas, y ya se sabe lo que se dice de los acorralados… pero es solo cuestión de tiempo. Y de hechos.
Kai-Fu Lee es una de esas personas a las que conviene no tomar a broma cuando habla en serio: empresario y escritor bestseller estadounidense nacido en Taiwan, padre de Sphinx, el considerado primer sistema de reconocimiento del habla independiente, es uno de los mayores expertos del mundo en inteligencia artificial. Además de poder apuntar en su currículum que fue el encargado de fundar Google en China, ha pasado por Microsoft o Apple, y desde dos mil nueve es la mente tras Sinovation Ventures, fondo de capital riesgo orientado al desarrollo de la próxima generación de compañías chinas de alta tecnología. Por si fuera poco, tiene más de cincuenta millones de seguidores en redes sociales, que no está nada mal. Es decir: Kai-Fu Lee es una de personas que cuando hablan, sube el pan cibernético. El caso es que recientemente ha hablado, y su voz ha sido recogida en el libro Superpotencias de la inteligencia artificial. China, Silicon Valley y el nuevo orden mundial que publica Deusto con traducción de Mercedes Vaquero. Si alguien se encuentra un poco harto de tanta realidad con todo esto del confinamiento y prefiere leer sobre lecturas que le ayuden a evadirse del presente y el futuro, es el momento de optar por un contenido distinto. Pero si por el contrario el titular ha cumplido su objetivo de despertar la inquietud, la curiosidad, y se desea saber en qué consiste el mensaje del certero Kai-Fu Lee, adelante, porque parece que estamos un poco perdidos con todo lo que viene de Oriente y quizás nuestros prejuicios se hayan quedado ya obsoletos y haya llegado la hora de actualizarse. A ello.
El punto de partida del autor en este ensayo es la partida de Go que disputaron el joven genio Kei Je y AlphaGo, IA desarrollada por Google Deepmind que acabó haciendo morder el polvo en varias partidas sucesivas al campeón humano de este juego milenario cuyas posibles combinaciones -uno todavía no alcanza a creérselo- superan en número a los átomos de todo el universo. Ahí queda eso. Según el autor del libro que ahora nos atañe, ese fue el punto de partida de un fiebre china por la IA sin precedentes, similar a la que puso manos a la obra a los estadounidenses cuando fueron conscientes del tremendo éxito -y la tremenda amenaza- que suponía el Sputnik de la URSS que orbitaba sobre sus cabezas, y que en el caso de la gigantesca nación asiática terminará desembocando en un relevo en el trono de la influencia planetaria. Lo sorprendente -pero lógico- del vaticinio es que la manera en que esto ocurrirá, o mejor dicho, los paladines que llevarán la gesta a cabo, no serán homólogos de ojos rasgados de los neohippies en sandalias de Silicon Valley, sino despiadados empresarios-gladiadores curtidos en el dificilísimo mercado de las startups chinas, arena en la que todo vale, y tonto el último. Las claves de la revolución, revela Lee, serán las siguientes: pasaremos de la era del conocimiento especializado a la era del petróleo de los datos. China no necesitará ideas brillantes, porque el aprendizaje profundo en el que se basan las IA que regirán nuestro futuro se alimenta de datos, y de eso China tiene a espuertas: “En el aprendizaje profundo, no hay mejor dato que más datos. A cuantos más ejemplos de un determinado fenómeno esté expuesta una red, con mayor exactitud podrá esta seleccionar patrones e identificar elementos en el mundo real. Con muchos más datos, un algoritmo diseñado por un puñado de ingenieros de IA de nivel medio suele superar al diseñado por un investigador de aprendizaje profundo de clase mundial. Tener el monopolio de los mejores científicos ya no es lo que era”.
Tal y como explica el autor, la implementación de descubrimientos realizados por Silicon Valley será la que hará avanzar a las inteligencias artificiales, y esa implementación no será llevada a cabo por científicos e ingenieros convencidos de su misión en el mundo que se resisten a alterar sus proyectos mesiánicos, sino por tiburones -dragones, por tirar del tópico- siempre alerta a cualquier oscilación en el mercado para adaptarse más rápido y mejor que el vecino, y dispuestos a devorarlo con ferocidad business is business también, por qué no. Todo este cambio de paradigma, este ceder el bastón de mando, puede espeluznar en mayor o menor medida, pero lo que de veras convierte el libro de este gurú de la inteligencia artificial en una profecía desasosegante es la descripción -obvia- de las consecuencias catastróficas para el empleo y la distribución de la riqueza que la implementación de la IA conllevará. Aviso: no hay final feliz escrito de antemano. O lo que es lo mismo: la pelota del futuro, como hasta ahora, sigue estando en nuestro tejado. De momento.