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crítica de cine

'Atómica': Una explosiva Charlize Theron y un terremoto de acción a ritmo de pop ochentero

4/08/2017 - 

VALÈNCIA. Desde que se puso a las órdenes de George Miller en Mad Max: Furia en la carretera para interpretar a su icónica Emperatriz Furiosa, Charlize Theron parece haber retomado su vertiente como musa del cine de acción que abandonó tras el fracaso de Aeon Flux.

Y es que el género, gracias al éxito de Wonder Woman, parece querer renovarse a través de historias que se alejan del modelo testosterónico prestablecido para intentar situar a la mujer en el centro del relato y convertirla en la auténtica protagonista de la función a golpe de poderío escénico, personalidad arrolladora y empatía inmediata. No es de extrañar que los partenaires masculinos que las acompañan, en este sentido, terminen quedando reducidos a la más mínima anécdota. Porque aquí son únicamente ellas las auténticas reinas.


Siguiendo la estela de Salt, en la que Angelina Jolie se alejaba de su imagen hipersexualizada de Lara Croft pero no se cortaba a la hora de explotar su imponente físico atlético, Charlize Theron se enfunda unas gafas negras y unas botas altas kilométricas para meterse en la piel de otra espía que en esta ocasión se adentra en la salvaje Alemania dividida antes de la caída del Muro de Berlín. Un ambiente viciado de podredumbre moral que se presenta como una guarida de chivatos, topos, dobles agentes y en general, buscavidas sin ninguna clase de escrúpulos que trabajaban para cualquier bando que se amolde mejor a sus intereses. Y aunque resulta imposible que una mujer así pase desapercibida en ese ambiente crudo y mortecino del Telón de Acero, lo cierto es que Lorraine no se anda con tonterías a la hora de cumplir con su misión. Es fría, calculadora, experta en improvisar en situaciones de máximo riesgo y con una precisión escalofriante a la hora de enfrentarse a sus enemigos y llevar a cabo su cometido. Podría ser una versión femenina de Jason Bourne, pero con muchas más dosis de estilo y glamour, casi como si se tratara de una estrella del rock n’roll. 

Atómica está basada en la novela gráfica de Antony Johson “The Coldest City” y se encarga de recuperar todo ese fascinante submundo de las novelas de espionaje que tienen lugar durante la Guerra Fría, con sus intrigas internacionales y sus agentes de los servicios secretos infiltrados, con sus traiciones y sus asesinatos arteros, pero aquí utiliza todos esos códigos e ingredientes clásicos para subvertirlos a través de una sensibilidad estética eminentemente pop, aunque la reverencia a los clásicos de John LeCarré se encuentre siempre presente.


Al director David Leitch no le interesa realizar una metáfora en torno al mundo pasado, presente y futuro como hizo Paul Greengrass en la saga Bourne. Su universo es mucho más abstraído y estilizado como ya demostró en su brillante ópera prima, firmada junto a Chad Stahelski, John Wick (Otro día para matar) (2014). Ambos habían sido especialistas en multitud de grandes producciones, algunas tan icónicas como El cuervo (1994), Matrix (1999) o Blade (1998) y eran expertos en artes marciales. Leich incluso fue doble de Brad Pitt en El club de la lucha o Troya. Todo ese conocimiento lo ordenaron para configurar una potente concepción cinematográfica y visual que bebiera de los clásicos modernos (John Woo a la cabeza) pero que al mismo tiempo se alejara de los clichés para apostar por un tipo de acción mucho más imaginativa y suntuosa, alejada del chabacanismo imperante, con un gusto exquisito para la elección de decorados y escenarios y una virtuosa planificación a la hora de filmar algunas escenas que a modo de set-pièces se convierten en refinadas y minuciosas filigranas.


Todos esos rasgos de estilo los han mantenido tanto Stahelski como Leich en sus siguientes películas en solitario: En la segunda parte de John Wick, la estupenda John Wick: Pacto de sangre (2017) y también en Atómica, donde las texturas de ambientes vuelven a estar muy trabajadas a través de una exuberante reinterpretación del Berlín de 1989, marcado por la escena underground, el tecno, la comunidad punk y la lucha clandestina, con sus tugurios nocturnos, sus pintadas de grafiti y sus luces de neón moribundas. Quizás por eso la película adquiere un tono juguetón y desinhibido a la hora de utilizar las canciones de la época y orquestar a partir de ellas algunas escenas tan vibrantes como virtuosas al ritmo de The Cure, Despeche Mode, Duran Duran o George Michael, entre el glam y la new age y esa esencia pulp que desprende su alucinógena atmósfera en la que también hay hueco para constantes referencias, desde el universo videoclipero ochentero hasta las citas más refinadas a Andrei Tarkovsky. Una explosiva mezcla en la que no falta la sensualidad que imprime Sofia Boutella y la vena canalla de James McAvoy, que recurre a los recursos interpretativos de salvaje trasnochado y resacoso que ya había utilizado en películas como Filth, el sucio (2013) o en la reciente Múltiple. Atómica es un torbellino de adrenalina, tiene un punto loco y desquiciado, es psicodélica y cool. Sin duda junto a John Wick: Pacto de sangre, la mejor película de acción del año. 


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