VALÈNCIA. Creo que no fui la única que se sorprendió cuando Javier Olivares anunció la adaptación a serie de la película de Alfred Hitchcock Atrapa a un ladrón (To catch a thief, 1955). Aun conociendo la excelencia habitual de Olivares como guionista, eso de adaptar al maestro Hitchcock son palabras mayores. Y hacerlo, además, con una película de robos, glamour y lujo, tan alejada de nuestras propias tradiciones audiovisuales, parecía un poco osado y, desde luego, nada fácil. Pero el mundo es de los audaces, como sabían Hitchcock, El Gato (el protagonista de la película) y el propio Olivares (ahí está una serie tan atrevida y admirable como El ministerio del tiempo para demostrarlo). Así que lo hizo, junto con el guionista Jordi Calafí. Y les salió bien.
Dice Olivares lo siguiente: “fui directamente a la película y cogí los conceptos generales, el tono, su aire de comedia ligera… Adopta un tono de supuesta ligereza, aunque luego tiene una gran emotividad, también. Eso era a lo que había que ser más leal. Sin perder ese tono, añadí otros conceptos 'hitchcockianos', como la conspiranoia y el 'no conoces a la persona con la que vives'.” Y también: “Me parecía muy divertida, muy de aventuras y muy de Hitchcock en el sentido de que es una historia para todos los públicos en la que debajo hay una gran crítica, comedia, ironía e incluso una crítica social muy muy peculiar”
Resumiendo: ligereza, emotividad, diversión, aventuras, comedia, ironía y crítica. Si estos eran los objetivos hay que decir que Atrapa a un ladrón, la serie, cuyos diez episodios están dirigidos por Pablo Vásquez, consigue ser lo que pretendía ser, cosa que no podemos decir de todas las series. Esto es, una comedia ligera y eficaz, con personajes y tramas interesantes, muy bien interpretado y narrado con ritmo. Alcanza de sobra sus objetivos y aguanta la comparación con el original porque ha optado, muy inteligentemente, por no copiarla ni pretender remedarla. Esto no es un remake, puesto que la película de Hitchcock es un punto de partida.
Además, vivimos otros tiempos y no estamos en la Riviera francesa en los años cincuenta del siglo pasado, sino en el Buenos Aires de 2019 (y algo de Barcelona), arrasado por la crisis y las políticas neoliberales. Tampoco estamos en el Hollywood y el star system de esos años, ya no somos esos espectadores. Grace Kelly y Cary Grant, lo que ambos representan, no existe en la realidad, son iconos que habitan un mundo imaginario e ideal.
Grace Kelly y Cary Grant despliegan elegancia y glamour en un mundo falsísimo y muy bello, con el que Hitchcock anuncia en 1955 algo que se convertirá en tendencia en los años sesenta: las películas de robos complejos y sofisticados, con sus toques de acción, romance y humor. Nos referimos a títulos como La cuadrilla de los once (Ocean’s eleven, Lewis Milestone, 1960), Cómo robar un millón (How to Steal a Million, William Wyler, 1966), El caso de Thomas Crown (The Thomas Crown Affair, Norman Jewison, 1968) o Topkapi (Jules Dassin, 1964), entre muchas otras. Protagonistas bellísimos y ricos, ellos y ellas, que desfilan como en un pase de modelos siempre de última moda. Flirtean con picardía y beben martinis mientras preparan grandes robos de inusitada dificultad.
Claro que aquí en España somos más de grupo de pringaos y mataos. Mientras Audrey Hepburn y Steve McQueen derrochaban glamour y poderío, nosotros teníamos a José Luis López Vázquez y Gracita Morales intentando estafar a un banco en Atraco a las tres (José María Forqué, 1962) y a Tony LeBlanc haciendo el timo de la estampita a un turista en el Madrid del desarrollismo en Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959). Y ahí seguimos, en El robobo de la jojoya (Álvaro Sáenz de Heredia, 1991), El robo más grande jamás contado (Daniel Monzón, 2002), con esa panda de desarrapados que deciden robar el Guernica; Los ladrones van a la oficina, aquella mítica serie de 1993 o, ahora, La casa de papel, con un robo muy elaborado, sin duda, pero sin glamour ni martinis. Esos, los ladrones patrios del cine y las series, de los de la vida real mejor no hablamos.
Así que, dada que esa es nuestra historia, cuando llegó la serie Atrapa a un ladrón sus creadores asumieron, sabiamente, parte de esta tradición. Toma como punto de partida la trama central de la película de Hitchcock y el tema de los robos de obras de arte. Pero los baja a tierra, a un entorno cotidiano, de restaurantes familiares y comisarías funcionales. Los personajes son mucho más cercanos a la gente “normal”: tanto los protagonistas, la policía interpretada por Alexandra Jiménez con su naturalidad acostumbrada y el ladrón encarnado por un Pablo Echarri muy seguro y convincente, como el estupendo conjunto de secundarios, muy bien interpretados por el elenco argentino, como suele ser habitual. ¡Qué buenos intérpretes da ese país!
Con esto hay mucho hecho, puesto que esta es una historia de personajes. La química entre los protagonistas funciona, el grupo está bien engrasado y eso es esencial para el buen funcionamiento de un relato de este tipo. A ello hay que añadir sentido del ritmo, escenarios urbanos bien aprovechados, diálogos buenos y rápidos, que brillan muy especialmente en la secuencias grupales, y un montaje muy ágil, que juega a veces con la pantalla partida, como un homenaje a aquellas películas de los sesenta.
En realidad, los relatos de robos sofisticados a cargo de gente guapa y elegante nunca han dejado de interesar (y ahí tenemos el éxito del reboot de la saga Ocean’s eleven) pero es cierto que cuesta igualar el encanto frívolo de aquellas películas sesenteras. En el mundo de las series tenemos dos intentos que han tenido suerte diversa. Uno exitoso, Ladrón de guante blanco (White collar), que sigue las andanzas de un guapo estafador y ladrón de obras de arte, sin partenaire femenina pero con constante tira y afloja de amistad y enemistad con un agente del FBI. La química entre los protagonistas y la mezcla de acción, humor y frivolidad funcionaron lo suficiente como para hacernos pasar más de un buen rato a lo largo de sus seis temporadas.
El otro intento, por el contrario, ha sido fallido. Me refiero a The catch, producida por, entre otros, Shonda Rhimes, e interpretada nada menos que por Peter Krause (inolvidable Nate de A dos metros bajo tierra) y la gran Mireille Enos (a quien pudimos admirar en The killing). Sin embargo, la presencia de dos estrellas televisivas de esa talla no fue garantía de nada. La química entre ambos, esa cosa inasible pero decisiva, no funcionaba y, en general, todo resultaba artificioso. Y sí, estas historias juegan siempre a la artificiosidad, porque todos sabemos que lo que nos están contando es fantasía, pero hay que hacerlo bien, midiendo la distancia y la ironía, y este no fue el caso. En The catch todo resultaba forzado, sin esa fluidez que requieren este tipo de historias.
Sin embargo, aquí radica, precisamente, uno de los puntos fuerte de Atrapa a un ladrón. Quizá porque no hay nostalgia de un cine o de un mundo que ya no es. Hay una mirada sobre una realidad y unos personajes que podemos reconocer, aunque eso del robo de obras de arte nos pille lejos. Así que sí, fue una buena idea adaptar a Hitchcock para hacer una serie con personalidad propia, honesta, inteligente y entretenida.