Tantas y tantas veces he vuelto sola a casa de noche. Andando o en coche. Sola y con el móvil en la mano. Un acto reflejo que me sale sin pensarlo. Por si algo me pasa.
Vivo en una calle céntrica de la ciudad de Valencia de un barrio tranquilo y que nunca pasa nada. Y nunca, nunca, nunca he vuelto sin que al menos un instante por mi cabeza haya saltado una pequeña alarma de atención.
Si he vuelto caminando nunca he llegado al portal de mi casa sin observar mi alrededor. Sin andar rápido y sin mirar si hay alguien más por la calle. Observar de lejos, observar de cerca. Siempre entro a casa observando, en un estado de alerta discreta pero en alerta. Es algo que ya hago de manera inconsciente. Sin pensar. Quizá sea de la cantidad de veces que lo he hecho ya lo he interiorizado y ahora y lo hago sin pensar.
Si he vuelto en coche. Cuando aparco en el parking siempre me salta el chip de si habrá alguien dentro del garaje. Nunca salgo del coche si no miro por los retrovisores o si no se cierra la puerta del parking y compruebo por el retrovisor que no entra nadie. Nunca.
Si vuelvo en taxi, siempre le digo que si puede esperar a que entre en el portal, en el patio de casa. Y entro siempre con el móvil en la mano. Por si algo pasa, poder llamar. Algo que me tranquiliza y me da más seguridad aunque nunca sé cómo reaccionaría en un momento de agresión o violencia.
Y tengo que decir que nunca me ha pasado nada. Suerte que tiene una. Porque igual que incorporo de manera sistemática este tipo de medidas de precaución o de seguridad cuando vuelvo a casa de noche y sola, pienso en el día en que alguien pueda aparecer de repente y pretenda incomodarme, tocarme o abusar de mí. ¿Cómo reaccionaría? ¿Qué haría? No lo sé. Nunca he vivido una situación así pero es algo que todavía me asusta y tengo ya 40 años.
Tampoco diré que sea miedo pero es vivir en alerta continua. Me pasa desde que salgo de noche. Desde que he tenido que volver sola a casa. Y no me pasa sola a mí. Aseguro que pasa a más mujeres que me rodean. Y a todas nos ocurre lo mismo: nos salta esa alerta y nos carcome esa indignación.
Y es que estas semanas con todo esto de La Manada la indignación que leo y releo en redes sociales de mujeres cercanas a mi es tremenda. Una indignación compartida. Y una frustración tremenda. Creo que en algún momento nos ponemos en la piel de esa chica. Pensamos en si fuéramos ella, en si fuera nuestra hija , nuestra hermana, nuestra madre, nuestra amiga… Y la rabia, desesperación y la frustración se apodera de nosotras.
Todo lo que envuelve a este presunto caso de violación parece lamentable. Desde la actitud de determinados medios de comunicación hasta el asunto de las pruebas del juicio que sirven y las que no pasando por las declaraciones y opiniones que salen a la luz.
Quiero pensar que hay algo detrás de estas decisiones judiciales que a la gente de a pie se nos escapa. Quiero pensar que hay códigos que solo los profesionales de la justicia entienden y que se preservan el derecho de explicar por motivos varios. Quiero pensar que hay algo más para entender todo lo que leo, escucho y veo en torno a este suceso porque de otra manera la vida no se entiende.
Todo lo que envuelve a este juicio o al menos lo que nos llega por los medios de comunicación duele. Duele todo. Duele imaginar ese portal. Duele imaginar esas grabaciones. Duele imaginar ese silencio de ella. Duele imaginar esas risas y gemidos de ellos. Duele ver esos tirones de pelo. Duelen esos mensajes. Duelen esos videos. Duele todo. Duele solo saber que siguieron a la chica presuntamente violada días después para ver si había seguido con su vida normal. Duele solo de pensar en esas familias. Duele pensar en esas madres de los presuntos violadores y en esa madre de la violada. Y duele al final estos comportamientos sociales.
Que esta chica no actuara en defensa ni se mostrara agresiva no significa que no estuviera en contra, que no estuviera en estado de shock, que no estuviera muerta de miedo, que no estuviera atrapada, que lo estuviera permitiendo.
Al final de la corrida, son 5 hombres y una mujer que, lo permitiera o no, fue presuntamente abusada sexualmente, que pidió auxilio, que se sintió agredida y violada y que los días siguientes tuvo que hacer su vida. Ojala lo haya conseguido, ojala haya rehecho su vida. Pero ¿qué se rompió dentro de ella? ¿Qué miedos, inseguridades, rabia o dolor se quedan para siempre?
Una mujer que sufre una supuesta vejación de esas características y hace su vida normal en los días siguientes es una mujer fuerte y valiente.
Una vez más esos roles masculinos de fuerza, potencia y agresividad, esos roles de mujer pequeña y miserable. Esos comportamientos sociales machistas que minan toda una sociedad. Que atrasan cualquier avance. Que nos devuelve al pasado terrible donde las mujeres no “existíamos”.
Ya no sé qué decir, no qué escribir… ya no sé si es un tema de roles masculinos y femeninos. Ya no sé si estas actitudes se generan en las familias, en las casas, en los colegios… Ya no sé nada. Solo sé que siento vergüenza. Solo sé que siento ganar de vomitar. Solo sé que siento rabia.
Señoras y señores, es indignante. Indigna que un grupo de amigos pasen el rato y se diviertan o den salida a sus necesidades sexuales de esta manera por mucho que la chica en cuestión lo consintiera… ¡¡¡ Aunque lo estuviera pidiendo a gritos!!!
La semana que viene... ¡más!