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En el interior de las cosas  / OPINIÓN

Apenas nada más

30/12/2024 - 

El pasado sábado se cumplieron 20 años de la aprobación de la Ley Integral contra la Violencia de Género, un marco legal pionero que significó un importante avance de nuestro país frente al terrorismo machista. Y todo bajo el mandato de un presidente comprometido como José Luis Rodríguez Zapatero que reivindicó en todo momento los derechos de las mujeres y de otros colectivos sociales vulnerables. La Ley contaba con el apoyo masivo de asociaciones y movimientos feministas de todo el país. Una de estas organizaciones que contribuyó activamente al impulso, representatividad y creación del texto legal fue la Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia de Género, liderada por la cantante Cristina del Valle. Un amplio grupo de artistas, periodistas y escritoras encabezaron reuniones con todos los partidos políticos, sindicatos y llegaron, incluso, a la Casa Real para presionar sobre la necesidad de regular una violencia ‘domestica’ que era preciso visibilizar y penar, señalando al maltratador y no a las mujeres.

Mujeres conocidas que visibilizaron potentemente el terrorismo machista. Todo comenzó tras el asesinato de Ana Orantes, quemada viva por su marido en 1997, tras denunciar su situación en un programa televisivo. Este fue el punto de partida de la Plataforma de Mujeres Artistas, un grupo de cantantes, actrices, escritoras y periodistas que no dudaron en convertirse en la voz y el rostro de las mujeres víctimas de la violencia de género, luchando codo a codo para que se elaborara un marco legal. Junto a Cristina del Valle, sumaron su activismo, entre otras, Sole Giménez, Aurora Beltrán, Mercedes Ferrer, Malú, Camela, Marta y Marilia de Ella Baila Sola, Pastora Soler, Nuria Varela… La Ley se aprobó el 28 de diciembre de 2004 en un Congreso de los Diputados lleno de feminismo, como fue el caso de Raquel Orantes, hija de Ana Orantes y María Dolores Pérez, ambas de la Plataforma de Mujeres Artistas, entidad de la que también formo parte.

Andrea Ehrenreich

Han pasado veinte años y el machismo sigue matando, sin tregua. Según los datos de las Asociación autonómica ALANNA, integrada por mujeres profesionales contra la Violencia de Género, durante 2024 han sido asistidas más de 700 mujeres víctimas, además de sus hijas e hijos. Los datos señalan que tras veinte años todavía queda mucho por hacer. Y no podemos ni debemos detenernos. La ley precisa revisiones y actualizaciones, contemplar la violencia vicaria y seguir creciendo para ser un instrumento contundente en la lucha contra el terrorismo machismo y el patriarcado estructural.

Por otra parte, la perspectiva para 2025 es tremenda, el nuevo orden mundial con Trump es pavoroso, su gabinete de multimillonarios es pavoroso, una peligrosa oligarquía que va a marcar el devenir de nuestro mundo, de todas nosotras y nosotros. Porque en el tablero mundial, en el de Oriente Próximo, Ucrania, Rusia, China… el gobierno de EEUU va a mandar. No cesará el genocidio sionista en Gaza y en Cisjordania, ni cesará la incertidumbre en Siria y otros países en los que Israel está interviniendo. Raquel Martí, directora en España de la UNRWA, escribía ayer en una red social que el silencio de este mundo es más fuerte que el sonido de las bombas que los están matando.

Aquí seguiremos inmersos en el gran ruido político. Una sociedad agotada de tanta ignominia de la derecha, su ultraderecha, y sus jueces. No cesarán los agravios, la violencia verbal, los discursos del odio, del machismo, del racismo. El ambiente es ensordecedor, generando una desafección brutal hacia las instituciones públicas.

Christian Vincent

Ya no es invierno en Castelló. El sol, radiante, ha sido compañero de nuestros paseos por el Parque Ribalta. Pancho, feliz, correteando a su manera entre las hojas amarillas de los plataneros, avisando de su paso con ladridos por los cruces de caminos, como si fuera un aventajado perro guía. Ayer Pancho rebosaba vida a sus dieciséis años. El sol y el aire eran primaverales, trastornando los instintos. Tras regresar a casa, mi perro se tumbó en el balcón, es un corazón tendido al sol, y así pasó las horas del domingo, mientras yo escribía y suspiraba por tanta miseria mundial.

Suspiro mucho, como suspiraba mi abuela Pepica. Ella inspiraba el aire y sus exhalaciones eran suspiros acompañados de un ¡ay!. A mi me pasa lo mismo, cada vez más, igual es un componente añadido a la edad. Mis compañeras y compañeros de mi último trabajo se acostumbraron a mis suspiros. Quien suspira no es consciente de las veces que respira suspirando. Pero suspirar parece ser una forma de expulsar lo malo, de rechazar los espantos, o de superar los males.

Ayer, último domingo de este terrorífico año, mi vecina Carmen cocinó una paella valenciana. Estaba deliciosa. Acompañamos el manjar con unos langostinos a la plancha, restos de la nochebuena y una ensalada de col elaborada a la manera de mi padre, cortada finamente y aliñada con aceite de oliva virgen extra, vinagre de Jerez, pimentón dulce de La Vera y unas aceitunas negras del Bajo Aragón. Comimos pensando que sumamos un año más, un ciclo nuevo. No perdemos la esperanza, pero no esperamos nada, casi nada. Apenas nada más.

Buena semana. Buen año. Buena suerte. 

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