INSULTOS NUTRITIVOS

Aznar y la empanada

Hace años, gracias a la rumbosa Raffaella Carrà, se puso de moda el juego de Si fuera o si fuese. Recuerdo que una  noche lo practicábamos temerariamente junto a la chimenea, cuando uno de los participantes, refiriéndose a su novia, dijo: si fuera o si fuese una comida, sería unas lentejas con chorizo. 

| 07/04/2017 | 3 min, 21 seg

Cuando se desveló quién era el personaje oculto tras aquella definición, ella sonrió, algo confusa. Quiso saber, primero, por qué lentejas, sólo por curiosidad, no, pero explícamelo, es que me ha sorprendido. Acabó fuera de sí, gritándole: ¡lentejas con chorizo lo será tu puta madre!

Desde entonces, lentejas con chorizo tiene algo, sino de insulto, sí de reivindicación en casa. Hoy voy a hacer lentejas con chorizo, digo como si fuera Pancho Villa.

Toda definición es simbólica, toda adjetivación afectiva. A las palabras se le van añadiendo ingredientes a medida que se cocinan en la lengua.  Así de azarosa es la receta de la realidad.

El otro día me sucedió de nuevo. Me topé sin querer en la tele con unas declaraciones de Paco Sanz, el hombre tumor, en que le decía a su perversa Lolita: “que todo el mundo sepa que fui yo quien te rompió el bizcocho”.

Al día siguiente en la pastelería, pregunté: ¿eso qué lleva? Bizcocho- contestó la pastelera. Me estremecí  y di un paso atrás, como si Paco Sanz hubiera alcanzado a manchar todos los bizcochos con su erecta metáfora.  No compré bizcocho, no lo compré, no.

Y es que a menudo,  al lenguaje se le quedan restos de comida entre los dientes.

Prueba de ello es la cantidad de expresiones con alimentos que usamos para construir nuestras metáforas cotidianas. Algunas tan locales como: me he quedado de pasta de boniato (moniato si se quiere enfatizar).  No hay nada que exprese mejor la perplejidad que esa masa enfriada, viscosa, que se pega al paladar. Esa pasta dulce, porque hay anonadamientos amargos, que hielan la sangre, y otros de pasta de boniato que, a poco que te descuides, se vuelven risibles.

El grupo de verduras ha dado una gran variedad de insultos nutritivos: boniato, lechuguino, cebollino, berzas, cara de acelga, como aquella película de Sacristán. Insultos vegetales, ligeros, que se digieren rápido. Vete a freír espárragos no es lo mismo que mandar a alguien al infierno. Ni siquiera que mandarlo a paseo.

Quien sufre la desgracia de sonrojarse en público, como yo (aunque tenía un profesor de literatura que decía que no era una desgracia sino un síntoma de vigor sexual, el pobre padecía eritrofobia) sabe lo exacta que es la expresión de ponerse como un tomate. Porque eso es lo que sucede: el rostro se hincha, se endurece la piel y si se pincha, eyecta un líquido ácido que escuece a los ojos.

El otro día, asistimos a una lección magistral de cómo insultar con fundamento a través de los alimentos.  Aznar relajó por un rato sus abdominales, que no sus músculos supralabiales, para confesarse con su amigacho Bertín, como si estuvieran en el bar Manolo, rodeados de palillos y carajillos. Allí le lanzó toda clase de puyas, dardos envenenados y  puñaladas traperas a Rajoy pero la peor sin duda fue esta: criticó que en su visita al programa, el presidente  hubiera llevado una empanada cocinada por su mujer. Y él qué hizo, ¿cortar la empanada? Eso tiene mucho mérito- dijo, con el veneno ya a punto de caramelo.

Es que Rajoy y yo nunca hemos sido una pareja que salga a cenar- confesó, resumiendo su relación.

Demostrando que, definitivamente, toda empanada es un estado mental, todo lenguaje es simbólico y toda metáfora produce efectos.

Así que, ya saben, consuman con responsabilidad y moderación.

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