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tribuna libre / OPINIÓN

Azul y blanca

7/05/2021 - 

Michael Collins tomó esta fotografía cuando el módulo lunar Eagle regresaba al módulo de mando después de que sus compañeros, Neil Armstrong y Buzz Aldrin, completaran el primer aterrizaje tripulado a la Luna en 1969. De fondo emerge la Tierra. Se dice que la imagen contiene a todos los seres humanos vivos en ese momento, excepto a él.

Le han llamado el astronauta olvidado porque no llegó a pisar la Luna. Su cometido era orbitar el satélite mientras Armstrong y Aldrin daban ese “gran paso” que cambió la historia de la humanidad. En el transcurso de esas 21 horas de espera aprendió a disfrutar de la soledad, especialmente durante los minutos en los que la órbita se acercaba al lado oscuro de la Luna, donde se perdía toda la comunicacion con el control y los compañeros.

Igual que el astronauta Major Tom de la canción de Bowie, la sensación de flotar solo en el espacio dentro de una caja metálica debió de ser un momento mágico, aunque no compartido. Pocos pueden saber lo que se siente, pocos pueden disfrutar de ese tesoro propio e intransferible, ni siquiera la gesta de pisar la superficie lunar por primera vez supera esa sensación brutal de aislamiento, incertidumbre y soledad.

“Tenía café y música”, dijo en alguna entrevista. Y también una cámara Hasselblad para fijar ese instante único y olvidado. Intento imaginarme el momento en que disparó la fotografía: se acercó la cámara al corazón, encuadró con sutileza mirando desde arriba el visor invertido, buscó el centro de la composición para situar el horizonte lunar en medio, a un lado la Tierra al otro la cápsula Eagle formando una vertical. Acarició el disparador y cuando las líneas dibujaron la composición en cruz, presionó el obturador dejando pasar la luz exacta.

En el lado inferior derecho de la imagen aparece un resquicio de la escotilla, probablemente la ingravidez no le dejó maniobrar con la precisión requerida. Y eso todavía hace más bella y significativa la foto, el error contextualiza la imagen y le confiere alma y eternidad.

Su vida estuvo exenta de vanidad, no se hizo un ‘selfie’, simplemente se dejó apoderar por el momento. “Sentí que estaba siendo parte de lo que sucedía en la superficie de la Luna. Sé que voy a sonar mentiroso o tonto si digo que yo tenía el mejor de los tres asientos del Apolo XI, pero puedo decir con justeza y ecuanimidad que estoy perfectamente satisfecho con lo que tuve”, declaró en su autobiografía ‘Carrying the fire: an astronaut’s journeys’.

No puedo contener la envidia, me sublima su sabiduría y me conmueve ese instante que combina café, música, fotografía y emoción. ¿Sonaba Space Oddity de Bowie o se dejó seducir por la armonía de una pieza de Bach o Stravinsky?

Sea lo que sea, Michael Collins, que hace unos días nos dejó a sus 90 años, buscó conectar no figurar. Desde la escotilla que aparece por error en la imagen vio un solo mundo y comprendió algo que el resto desconocemos. Un regalo que le entregó la soledad absoluta y el Universo.

“Si los líderes políticos del mundo pudieran ver el planeta desde una distancia de 100.000 millas, sus perspectivas cambiarían completamente. Las fronteras se vuelven invisibles, el ruido se silencia. Este pequeño globo continúa girando, ignorando divisiones, con una fachada única que clama por el entendimiento y la unidad. La Tierra debe convertirse en lo que parece: azul y blanca, no capitalista o comunista; azul y blanca, ni rica ni pobre; azul y blanca, sin envidiosos o envidiados. Pequeña, brillante, serena, azul y blanca. Frágil”.

Los exploradores no mueren, ellos siguen viajando.

Su ejemplo permanece aunque no le hagamos caso.

Rafa Honrubia, editor de la revista Nonada

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