El bar sin carta. El bar del barrio. Lo que viene siendo EL BAR
VALÈNCIA. El espíritu del Cabanyal, ese barrio marinero de nuestros amores, pervive en el interior de este bar, que no solo adopta su nombre, sino también sus colores. El blanco para reflejar la claridad del cielo; el azul para recordar la desobediencia del mar. Y vida, mucha vida, sobre unos suelos de terrazo que no se cansan de recibir pisadas de los vecinos, esos que quieren disfrutar de cuatro tapas y cuatro risas. Si algo tiene el Bar Cabanyal es que es un bar de barrio, donde la cocina es sencilla, pero rica, y los camareros te cantan la carta.
La filosofía de Emilio Cansino es así de romántica. Tiene 37 años, por lo que pertenece a la quinta del batacazo universitario y los empleos en el extranjero. Terminó por regresar al barrio, donde sus padres tuvieron una recordada tienda de ropa (Cansino), y se montó un bar. "De eso hace 5 años y 1 mes", recuerda con exactitud. Una apuesta arriesgada, en tiempos pasados, de Gobiernos remotos, cuando hacía falta remar a favor de la zona. Ahora ya está de moda, y los cabanyaleros tocan hombros con los jóvenes dentro de la clientela habitual.
"Nos mantenemos al margen de las redes sociales, de las fotos, de Tripadvisor… Nos parece más importante el tú a tú, el boca a boca, que la gente nos recomienda", dice Emilio. Y el caso es que les va bien: hay que reservar con antelación. Tienen una posición clara en otros tantos aspectos. "Queremos seguir siendo un bar, aunque solo sirvamos en la mesa y a la hora de comer. Pero huimos de la seriedad del restaurante, nos gusta el ambiente informal", insiste. El bar sin carta. El bar del barrio. Lo que viene siendo un bar.
"Es más importante el tú a tú, El BOCA A BOCA, QUE LAS REDES. QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN BAR DE BARRIO"
Situado como está frente al Mercado del Cabanyal, la oferta zozobra con los vaivenes del mar, dependiendo de las redes de los pescadores y la subasta de la Lonja. Una apuesta por el producto sin apenas tratamiento. No hay salsa, no hay cuchara. Que el calamar sea calamar, que la navaja sea navaja, y si acaso una fritura inspirada en las de Andalucía. "A veces tenemos carne, pero no la solemos ofrecer", revela. Que nadie se imagine un Rausell ni un Barbados, porque aquí no hay formalidades que valgan. Se trabajan las mesas rápidas, y algunos comensales hasta reservan el arroz en otra parte, porque no saben lo que se encontrarán en la carta. De hecho, es que no hay carta.
Unos camareros con muy buena memoria, que suelen hablar en valenciano, se encargan de cantar las especialidades diarias. Los clientes desconocen los precios de los platos, que también fluctúan con la marea, "aunque se les dicen si preguntan". Una cuestión que resulta delicada cuando hablamos del marisco (gambas, quisquillas, ostras y otras exquisiteces, que incrementan su precio en la temporada de Navidad), e incluso a la hora de elegir el vino. "Es una decisión ideológica. Nuestra filosofía es que no deberíamos comer en base al coste de las cosas, vivimos en una sociedad demasiado monetarista", reivindica Cansino.
Al comensal le queda la tranquilidad de que el ticket medio no suele superar los 25 euros. Solo el tiempo dirá si es sostenible. "De momento, resistimos, pero está claro que es un lío de costes y se complicará si crecemos", admite Emilio. ¿Y quieren crecer? “Ningunas ganas. Estamos muy contentos así, siendo un bar del barrio, un bar del Cabanyal, y poniendo sobre la mesa lo que cada día nos ofrece el mar", concluye. Ay, el mar; cuánto le debemos.