La herencia de Casa Jomi en Nazaret
VALÈNCIA. Que en el barrio de Nazaret hay que adentrarse al menos una vez en la vida. Siempre por Casa Jomi, ahora por El Mesó. Es el bar de Pedro, quien después de hacer de gerente y camarero del primero durante tres décadas, le ha puesto el alma a lo suyo. Y viene a ser lo mismo: ahumados y salazones -pero qué ahumados, qué salazones-, un buen tomate aliñado y unos frutos secos de acompañamiento.
Mesas de bareto, fachada desconchada; a correr.
Andábamos todos llorando después de que Jomi se desdibujara tras la salida de Pedro, pero vino Eugenio Viñas a consolarnos y a contarnos que no, que Pedro continuaba, esta vez por su cuenta. Se pongan como se pongan, aquí es donde se encuentra el legado. Porque Merino se ha llevado consigo 30 años de experiencias, como escribidor de comandas, marchador de tomates y camarero de raza. Pone su sonrisa de barrio y le sale todo que ni ensayado. Incluyendo la aventura empresarial que emprendió hace año y medio, entonces tambaleante, y que ahora mantiene gracias a una clientela leal y cumplidora.
Al Mesó uno va para hacerse la mañana de vermú, con su buen platito de salazones (que si bonito, que si mojama, y huevas de maruca, mújol y atún); o en las noches de verano, con las risas de los niños de fondo, y tú venga a levantar la cervecita y darle a los ahumados (arenques, caballa, pez espada...). También hay una selección de quesos de volverse loco, unas bravas de las de toda la vida, y una ensalada de tomate que es gloria bendita. Todo esto es un resumen y un favor, porque en realidad no hay carta, sino que te van a cantar las especialidades del día y te va a tocar ir decidido. O dejar que Pedro haga de las suyas.
Da igual, vas a comer bien. No pagarás mucho más de 20 euros.
La vida es bullicio, y bullicio es Nazaret, que palpita en esta terraza. Ahí tienes la esencia de los marineros, que hacen el día en la calle, y reciben la noche bajo el techo de estrellas hasta que casi cambia de color. El Mesó es ese restaurante donde te sientas con tu amigo, con tu hermano, y no te levantas hasta que han pasado cuatro cañas y ocho brindis.