VALÈNCIA. Desde que en 2020 ganara el Premio Tusquets por Dicen los síntomas, la voz de Bárbara Blasco (València, 1972) ha encontrado el altavoz que desde hace años merecía. Tanto es así, que ha decidido dar una nueva vida a La memoria del alambre, una novela en la que la autora se muestra más que generosa con el lector, mostrando los recovecos más complejos, las experiencias más íntimas, de sus personajes y, también, de ella misma. El punto de partida nos lleva a un correo electrónico, en el que la madre de Carla pregunta a la que era su mejor amiga en el instituto qué llevaba en los bolsillos el día que su hija murió arrollada por un tren. El mensaje revuelve la memoria de esa amiga sin nombre que desde hace años vive cantando en orquestas de pueblo, una vida nómada a través de la que trata de huir de ese dolor al que ahora se tendrá que enfrentar. La novela es también un viaje a la València de la Ruta a través de su mirada adolescente, que se enfrenta a una realidad actual en la que no solo ha cambiado el fondo musical. Ese juego entre pasado y presente es clave para navegar en un libro que va desvelando poco a poco esos espacios de la memoria que nunca quiso revisitar.
-El premio Tusquets a Dicen los síntomas ha dado una segunda vida a La memoria del alambre, ¿cómo estás viviendo esta revisión?
-Desde que empecé esa novela hasta aquí han pasado unos ocho años, ha habido cambios, pero creo que hay cosas que siguen siendo pertinentes con la actualidad, sobre todo en el cambio en el tratamiento de cómo veíamos antes los abusos, o más bien cómo no los veíamos, abusos que ahora adjetivamos de otra manera. A mí misma se me han caído muchas vendas, ha sido un maremoto que tiene que ver con lo que significa ser mujer y que, afortunadamente, nos ha arrasado. Las cosas que le pasaban a las protagonistas les pasaban a muchísimas jóvenes en los años 80, era un mundo lleno de trampas para ellas.
-El propio libro juega a enfrentar esa mirada desde la adolescencia y la madurez.
-Muchas veces le damos mucha importancia a lo psicológico, que la tiene, pero también es importante el contexto sociológico e histórico. Las protagonistas acaban muy mal, una muerta y otra con graves problemas para tener relaciones sanas, también por su historia familiar. El tiempo va muy rápido y me gusta ver a través de la literatura cómo ha cambiado todo. Hasta que no lo escribo no me doy cuenta del inmenso cambio.
"Quizá hay una idealización de la ruta, pero yo creo que era bastante triste"
-La música es clave en la obra. La llegada de la música máquina, de esa Ruta, es el gran punto de inflexión de la novela, que coincide con la muerte de Carla. En el libro lo describes como: "un viaje a ninguna parte, a toda velocidad".
-Es muy difícil separar la vivencia emocional del juicio objetivo en el territorio musical. Me parecía significativo hacer coincidir la muerte de Carla con la muerte de la melodía. Cambió algo y fue a peor. Ese inicio de la movida que era tan maravilloso por la curiosidad, el riesgo y la cultura enseguida se torció. Fueron tres o cuatro años, después veías a todo el mundo de negro, drogado y simplemente con música chumba chumba, evadiéndose. Quizá eso es el germen de algo que a mí no me acaba de gustar. Parece que si no te gusta la música comercial de ahora estás bajo sospecha de boomer, pero yo escucho la música actual y, en cuestión de melodía, pienso: ¿esta mierda qué es? [ríe] Hay un estudio del CSIC [Consejo Superior de Investigaciones Científicas] en el que analizaron miles de canciones y que llegó a la conclusión objetiva de que la música ha empeorado. Lo que sí que creo es que las letras han mejorado. Vivimos en la época de la palabra, en música y en literatura.
-Es curioso lo que cuentas, pues ahora estamos en un momento en el que se está reivindicando la Ruta como fenómeno cultural, con distintas publicaciones, exposiciones y hasta una serie.
-Quizá hay una idealización, que supongo que es normal, pero yo creo que era bastante triste, tenía un punto desolador, salvo ese momento previo, que yo creo que era mucho más interesante, esa movida que va más allá de las discotecas de la Ruta.
-Hablabas antes de evasión. En un momento del libro Paco, compañero de orquesta de la protagonista, le pregunta: ¿No te cansas de huir siempre, de ser tan cobarde?". La huída es algo que marca a los personajes de la novela.
-Son personajes que huyen y que se quedan. La protagonista se ha quedado enganchada a ese trauma de la adolescencia, a esa culpa que siente, desmesurada para lo que hizo. La huída hace que no nos movamos del sitio, hasta que no llega el final del libro no llega el punto en el que el personaje puede avanzar.
-La memoria es clave en la narración, ¿somos los recuerdos que recordamos o también los que no recordamos?
-Yo creo que todo. Es un misterio los mecanismos de la memoria, cómo ocultamos algunas cosas. Es un relato que está vivo, que va cambiando según lo que nos va sucediendo. Cambia el presente pero también el pasado, porque los recuerdos no son fijos. Para mí es un grandísimo misterio. En el libro yo parto de muchas anécdotas propias para dárselas a mis personajes, que después ficciono, pero lo más curioso es que ahora cuando intento recordar mi adolescencia me aparecen algunos que son del libro, se han acabado fundiendo. Quiero pensar que, aunque sea a través de una metáfora, se ajustan a la realidad. La literatura ataca directamente a la realidad.
"La memoria es literatura: la cortamos, pegamos y seleccionamos"
-Al final esos recuerdos, se ajusten más o menos a la realidad, si forman parte de tu vida y te afectan, ya pasan a ser reales.
-Totalmente. Pasa mucho con esas fotos de pequeños, a través de las que construimos el recuerdo de nuestra infancia, pero la incorporamos a nuestra vida. La memoria es literatura: la cortamos, pegamos y seleccionamos.
-Qué diferente habría sido este relato, que da mucha importancia a esos pequeños recuerdos (una foto en papel, algunas entradas de conciertos) si hubiera estado enmarcado en la actualidad.
-No lo había pensado, pero es muy interesante pensar cómo va a cambiar nuestra memoria teniendo tantísimas fotografías y vídeos.
-Tanto en La memoria del alambre como en Dicen los síntomas tengo la sensación de que te acercas a los personajes sin juicios morales.
-Me gusta mucho que lo digas porque creo que ese es uno de los problemas a los que nos enfrentamos, a la identificación de la obra y del autor, incluso del autor y del personaje. Parece que esto nos lleva a la autocensura, a no mostrar las contradicciones, las cosas que son complicadas. Para mí no tiene sentido hacer una literatura complaciente en la que el personaje es absolutamente correcto y no tiene dilemas morales importantes. En este sentido los dos personajes principales tienen contradicciones y viven situaciones complejas y creo que la literatura es el sitio para tratar eso. Ahora parece que nos tenemos que posicionar muy rápido, pero la realidad es muy compleja.
-¿Has llegado al punto de censurarte?
-Todavía no. Intento no caer en la tentación, aunque todos queremos que nos digan cosas bonitas. Al final la literatura es conflicto y dilema, cuanto más profundo, mejor. La belleza también viene del dolor.
-Es un libro de ficción, pero antes comentabas que está salpicado con algunas experiencias personales, ¿da vértigo mostrarse tanto?
-También ahí hay contradicción. Mostrarse literariamente, siempre a través de la metáfora, me expone y, también, me hace más fuerte, me hace sentir vulnerable y también protegida. Gracias a las palabras comprendo muchas cosas y, así, dejan de ser peligrosas. Muchas veces escribo para que deje de doler. No me gusta la escritura terapéutica pero sí que es verdad que hay una parte que me lleva a escribir para cerrar algunas cosas y seguir adelante. En este sentido acepto que haya cierta exposición.
-He leído que te costó mucho dar con el cierre de la novela...
-La dejé durante mucho tiempo en el cajón porque no sabía cómo cerrarla, había algo que no me cuadraba. Me costaba imaginar a esa madre mandando el correo, la imaginaba devastada. Muchas veces es complicado superar una dificultad en la escritura, aunque la disciplina te ayuda. Espero que lo haga también con la que estoy escribiendo ahora [ríe]
-No puedo ahora no preguntarte, ¿en qué estás ahora?
-Estoy escribiendo una novela que, la verdad, no sé si me atreveré a publicar. Esta sí que es mucho más autobiográfica... cuando se reconoce demasiado la realidad es un dilema.
-La protagonista de La memoria del alambre no tiene nombre. No te voy a pregunta cuál es, pero, ¿por qué no lo tiene?
-No lo sé, no he sido consciente. A toro pasado, cuando hacemos entrevistas y tratamos de dar justificación a todo, sí que he pensado que era porque, sí, era la amiga de Carla, vivía a la sombra. Ha sido muy desgraciada, es una persona que no cree en ella, sin derecho a una identidad, algo que creo que ya ha cambiado.