Lo que nos pone es arrasar. Cuanto más mejor. Pintadas, actos vandálicos sobre el patrimonio y hasta esculturas urbanas que el mundo valora y nosotros arruinamos. Lamentable abandono de la realidad.
La barbarie contra los elementos urbanos, estéticos, patrimoniales o histórico artísticos va unida a la idiosincrasia del ser humano, y más aún de su sociedad más cercana, por ejemplo la nuestra. Figura en el ADN. Si hay que celebrar socialmente algo, pues destrozamos unas fuentes públicas, llenamos un espacio de botellas vacías, arrasamos un jardín, quemamos papeleras y si se trata de bronca, contenedores. Total, pagamos a escote. Ejemplos nos contemplan muy de cerca.
Grafitear La Lonja, la fachada de un museo o cualquier elemento histórico artístico está de moda. Nuestros espacios expositivos exponen la obra de grafiteros que han dado el ansiado salto y reconocen su trabajo. Entrar en un museo como artista reconocido después de haber llenado nuestras fachadas de pintadas, que algunas están estéticamente muy bien, debería de servir como lección artística y recomendación para aficionados o profesionales. Y de reflexión. En primer lugar entre los propios autores de las antiguas pintadas al comprobar que sí se respeta ahora su obra en un museo pero ellos no siempre su entorno.
Mi portal y acceso al garaje, por ejemplo, es desde hace pocos meses un auténtico museo urbano. La gran mayoría de persianas comerciales de mi entorno están pinturrajeadas. Pero si sobre ellas hay pintado un grafiti de encargo, el respeto es absoluto.
Otra cosa es el abandono. Siempre he escuchado decir a los artistas que cuando uno de ellos instalada una obra en un espacio público deja de pertenecerle. Por tanto, es responsabilidad de la sociedad y de las instituciones velar por su divulgación, conservación y protección. Hasta entienden que se produzcan ciertas acciones humanas ya que pueden ser subsanables en la mayoría de las ocasiones. Ese discurso está bien, pero no es del todo real cuando el gamberrismo descabalga los límites, las instituciones miran hacia otro lado y la protección o conservación se olvida.
Durante muchos años, por ejemplo, la escultura de Andreu Alfaro en homenaje al Mundial de Fútbol de 1982, ahora instalada en una rotonda de la Avenida de Aragón, era atacada violenta y repetidamente durante el tiempo que permaneció situada en el aparcamiento que acoge actualmente el rastro. Eran ataques políticos y ultra culturales. No creo que sea muy normal atacar una obra de arte porque no guste o convenza su autor/a, por sexo, condición o creencias. Con no hacerle caso, sería suficiente.
Luego está la barbarie en sí, o el despropósito irracional e incluso el abandono y hasta el olvido. Hace algunos años la fuente de alabastro instalada a las puertas del Museo de Cerámica González Martí era mutilada en plena celebración futbolística. Hace unos días leía que un grupo escultórico en una zona agradecida de la ciudad de Valencia aparecía mutilada. Nadie dice conocer a su autor. Pero es signo de nuestro comportamiento y educación. Nuestro seny.
Miedo me da pensar qué puede sucederle al jardín de esculturas al aire libre que el IVAM prepara para en ese “jardín/solar” que ya nunca será utilizado y para lo que fue expropiado: espacio de la ampliación del centro. Albergará parte de su colección escultórica para disfrute y reconocimiento del barrio o socialización artística. No quiero imaginar qué hubiera sucedido si como en su día se planteó la ampliación del IVAM iba a convertir muchos de sus espacios en zonas abiertas las 24 horas del día, como debían haber sido los pasillos y rincones del Palau de les Arts. Era su destino de recorrido y uso social para aquellos cuyo acceso al palacio estaba limitado por cuestiones sociales o económicas.
No hay que irse muy lejos para entenderlo. Simplemente bajen un día al jardín del Turia y disfruten de un paseo.
Por ejemplo, bajo el puente al que dirige Guillem de Castro el artista danés Per Kirkeby, un creador más que reconocido y cuya obra figura en los principales museos del mundo, instaló una de sus esculturas/construcción de ladrillo. Fue un regalo con motivo de su exposición en Centre del Carmen. Una acción de las muchas que tiene repartidas por el mundo. Construcciones sencillas pero admiradas y protegidas, salvo aquí. Su estado de conservación da miedo. Miren la imagen que acompaña a estas líneas. ¿Es normal? Forma parte y retrata nuestra identidad. Una vergüenza. Desconozco a qué cuerpo municipal corresponde su conservación, pero deberían de correr a resituar su estado y devolverle su identidad y valor. Otra cuestión es la ignorancia o el desconocimiento. Pero comprueben pinchando el enlace, de Esbjerg a Huesca. Entenderán la diferencia sociocultural.
Y dos. Durante las últimas semanas está en boca de todos la compra que el mismo IVAM realizó a precio millonario de una supuesta colección de obras del artista Gerardo Rueda reconvertidas por gracia divina, o interpretación interesada, en piezas monumentales. Por la colección/donación/compra la Generalitat pagó tres millones. Ahora dicen que son falsas. Pues allí están falsas o no en un estado de conservación preocupante. O más que eso. Observen la imagen. Total abandono y absoluta descomposición. Lo que nos lleva a imaginar que cuando fueron fundidas, ya fallecido el artista madrileño y fundador del Grupo de Cuenca, se hicieron sin garantías para perdurar al aire libre salvo restauraciones puntuales a base de simples capas de pintura. Pero también que nuestra sociedad ayuda a su deterioro y las instituciones han olvidado una de sus obligaciones: mantenerlas con garantías. Otra cosa es la cantidad de inmundicia que las “decora” y acompaña. Eso se llama ausencia de sensibilidad y carencia de civismo. Lo que por desgracia, ya en excesivos casos, nos retrata y hasta identifica. Es nuestro sino. Lo que antes decía, puro ADN.
Los Arcos de Alpuente es considerado Yacimiento Arqueológico y declarado Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento