BRUSELAS. Todos tenemos en un nuestras memoria grupos de excursionistas orientales paseando por nuestras ciudades ataviados con la mascarilla, reminiscencias del virus de la Gripe A que hace 20 años golpeó el continente asiático. El primer brote de la pandemia de la covid-19 comenzó ahora hace un año con la comunidad internacional dividida, tanto la científica como la política. “Test sí, test no”, nos decían desde la Organización Mundial de la Salud. “Mascarilla sí, mascarilla no”. En el fondo, lo que había era una escasez de tests y mascarillas para abastecer a una pandemia provocada por un virus desconocido y letal. Por eso España fue uno de los pocos países del mundo en adoptar medidas tan drásticas como el confinamiento quasi total de su población.
No había mascarillas para todos, ni siquiera para el personal sanitario. China, el gran productor textil, había cerrado su frontera provocando el desabastecimiento de Europa. Y algunos países, como Alemania, se dedicaron a acaparar material sanitario. Durante esos meses de encierro, todos los gobiernos se aprestaron a buscar, comprar y producir mascarillas. Berto Perelló, un empresario de La Marina Alta, con casi 30 años de negocios con el gigante amarillo, trajo tres aviones en una semana para abastecer farmacias, ayuntamientos de la comarca y empresas en activo. En el camino se quedaron los especuladores y oportunistas que creyeron ver dinero fácil aprovechándose de la desgracia ajena.
Berto Perelló sigue importando mascarillas de sus clientes habituales, mientras Alemania acaba de exigir el uso de mascarillas profesionales, ya sean quirúrgicas o las FFP2, para acceder al transporte público, a los comercios o a cualquier servicio presencial de la Administración Pública. No obstante, la moda de las mascarillas de tela, con dibujos, banderitas o piedras de strass, no desaparecerá mientras perviva el virus.
En la Font Salada, junto al marjal de Pego, un enclave natural, se levanta La Bolata. Son los almacenes de artículos de decoración para comercios al por menor, “made in China”, que este empresario valenciano reconvirtió en pleno confinamiento como almacenes de mascarillas, el bien más preciado en la pasada primavera. ¿Quién no tiene una lámpara, un bolso, un revistero, un jarrón para las flores que ha cruzado el continente asiático para llegar hasta nuestro hogar? Como el coronavirus, también las mascarillas llegaron en los aviones que fletó Berto Perelló, ofreciendo a las autoridades valencianas sus contactos en China ante el drama de la pandemia.
Fue un momento inicial de incertidumbre y aventura. La Bolata, como tantas empresas, tenia las fronteras y la empresa cerradas, con los trabajadores en un ERTE. Hasta que llegaron ls noticias de la escasez de mascarillas y llamo a su oficina en Cantón (China), sus clientes desde 1997. “Nos afectó antes de llegar el virus porque somos importadores y allí ya cerraron en enero. Fuimos dos veces afectados. Y luego, con los almacenes llenos, tuvimos que cerrar la empresa y dejamos de facturar durante el inicio de la pandemia”, explica Perelló.
“Tengo varios distribuidores y, como nuestros clientes habían cerrado, busqué distribuidores del sector de farmacias y hostelería, aunque no tenían nada que ver con el mío”, recuerda este empresario. Desde el 17 de abril y en menos de un mes, antes de salir del confinamiento total, Perelló logró traer en avión más de dos millones de mascarillas FPP desechables y, a primeros de mayo, contaba con más de 10 millones a la espera del último avión. A partir de entonces, los precios comenzaron a bajar y ya había más empresas en el mercado importado material sanitario.
Mientras tanto, varios gobiernos cayeron en el engaño., víctimas de “la especulación de empresarios sin stock que mareaban diciendo que podía traer una mercancía de la que carecían e incluso sin tener contactos en China”, explica Perelló, que entrego una parte de la primera partida a la Guardia Civil de El Verger y a la policía de Dénia. “En China hubo un colapso social. En marzo había sólo cuatro fabricas y estaban saturadas porque no tenían capacidad para abastecer a todo el mundo. Llegué a encontrarme con que mi mercancía la vendían a Estados Unidos porque vendían más cantidad y más cara, además del problema del transporte aéreo”. La especulación de las mascarillas se está reproduciendo ahora con las vacunas, con el episodio de AstraZeneca, que se niega a distribuir en la Unión Europea las vacunas contra la covid-19 ya financiadas.
Al desabastecimiento, siguió la inflación del precio de las mascarillas, convertidas en producto de especial necesidad. “El baile de precios era enorme, ya que comenzaron a venderse también en las grandes superficies. No había un precio de referencia y la especulación provocó la subida de los precios. Hasta que el Gobierno estableció el precio. en aquel momento, en las desechables, de 96 céntimos, hasta que entraron los grandes supermercados”, recuerda Perelló.
En aquel momento, este empresario de Orba, que continuó el negocio de importación de su padre, explica cómo “la especulación dañó el mercado”. Perelló revela lo que llevó a decirles el Gobierno: “No envíen dinero si no tienen la mercancía”, porque muchos se quedaron colgados. “Y las más económicas nunca llegaron, añade.
La crítica no se hace de esperar contra las autoridades y gobiernos europeos. “Viendo lo que había en China, debían haber reaccionado antes. No le dieron la importancia que toca y dijeron que era una gripe normal. Ahora, hay un sector muy tocado, que es la hostelería. El que no tiene, no puede gastar. Y el que tiene, tiene miedo para invertir. Esta psicosis ha provocado mucha inseguridad y se va a llevar muchas vidas. Van a a ser años muy tristes”, comenta con desesperanza. Mientras, añade Perelló, “China sigue siendo la fábrica del mundo y es difícil que esto cambie. Las mascarillas han venido para quedarse. El poder que tiene China en la fabricación y a la hora de abastecer con tanta rapidez, no hay ningún otro país que lo iguale”.