Hace unos días el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, un técnico bien valorado pero manejado por circunstancias de poder y fauces políticas, manifestaba abiertamente que si queremos continuar viviendo en el denominado Estado del Bienestar habrá que pagarlo, en alusión a pensiones o servicios públicos. ¡Como si ya no lo hiciéramos! Yo no sé si el hombre se refería, tal y como están las circunstancias, a un Estado de Bienestar entendido como aquel que es o puede llegar a ser sostenible de forma racional y gestionado, como un hogar. O realmente, al Bienestar de Estado, o de los que viven del Estado, que es a lo que parece estamos condenados nosotros, sumisos conciudadanos, que financiamos tropa política dispensable y organismo innecesarios.
Por sus definiciones, sabemos que no es lo mismo. No todos pagamos por igual para subsistir dentro de su definición de Estado. Existen muchos a los que lo del supuesto bienestar se lo pagamos para que nos hagan sentir como tales, y de paso ellos aporten su parte que, al fin y al cabo, también sale de nuestros impuestos mundanos, ese tornillo que nos atormenta.
Las palabras de Escrivá serían entendibles viviendo otro momento económico, pero no el que atravesamos; una crisis galopante que nos acompaña desde 2008 y de la que nadie ha sabido sacarnos. Menos aún, poner soluciones salvo tapar agujeros con más impuestos pero sin que adelgace la vida pública, administrativa y política que es lo primero que se debería mirar como en su momento hicieron otros países, incluido Grecia y otros desahuciados hoy considerados libres de culpa y pena.
Llevamos más de tres lustros sin realizar deberes de Bienestar de Estado. Algo así como una cura nutricionista. Vivimos en una realidad inventada de la que ni nos sacan, ni sabemos salir, pero sobre la que algo habrá que hacer antes de ahogarnos en el lodo. Porque eso de que el 30% de cualquier institución, organismo o autonomía se nos vaya en gastos de personal va resultando muy peligroso. Algo así como sentir que nos vamos desangrando y no veamos ya el fondo de un túnel sino la muerte social. O nuestro propio fracaso colectivo.
He estado buscando ardientemente el número de cargos públicos con que nos “hemos/han” dotado en los últimos años y ni siquiera los datos oficiales se ponen de acuerdo. Unos dicen 150.000 y otros 200.000…Hasta dan más de 400.000. Lo que sí parece claro, al menos, es que tenemos 68.000 concejales -no todos cobran, afortunadamente-, 2.500 diputados autonómicos y hasta 12.000 asesores y 125.000 altos cargos entre Bienestar de Estado y Autonomías. ¡Imaginemos Europa¡ Paraíso del buen vivir.
Insisto. No hagan caso de las cifras. Los datos no son coincidentes ni concluyentes, menos aún fiables. Pero sí sabemos que son muchos, por no decir muchísimos, a los que hay que unir colocados colaterales que viven también de nuestros impuestos a través de empresas privadas vinculadas externamente a la ubre estatal. Y todavía nos hablan de descentralizar la Administración y crear nuevos chiringuitos con la supuesta lluvia de millones europeos que supuestamente nos tienen que llegar y lo que se quedará por el camino. O der crear más televisiones públicas.
Miren si habría que atar de cerca. Como por ejemplo a ese tránsfuga autonómico de Ciudadanos, Jesús Salmerón, gran ciudadano y mejor político del jolgorio autonómico, que ahora pide que le paguemos una subvención extra para sus gastos y de los asesores que ha contratado per se. Estaría seco de ideas e iniciativas el mozo. Eso como aquellos diputados también autonómicos que cobraban al principio kilometraje por coger el tren o el bus. O los que supuestamente blanqueaban billetes durante el “esmorzaret”.
O como ese millar de mediadores culturales que nuestro conseller de Cultura y Educación, el tal Marzà, nos ha anunciado que quiere contratar en el futuro, si nadie pone remedio, para un plan que no se sabe qué es. Supongo que no convocará concursos públicos de poco peso y desconfianza para tal efecto y tirará por la calle de en medio, esto es, contratación de afines políticos con perspectiva proselitista y fidelidad garantizada, estilo Canal 9 en sus grandes momentos de destarifo y supra colocación política.
No teníamos bastante con las dietas, los kilometrajes, los pluses de vivienda y los regalos de Navidad que sabiendo cómo nos van las cuentas ya estamos pensando en contratar más en nombre de la cultureta de partido.
Nos enfrentamos a una época de absoluta decadencia y desconfianza. Es el nuevo modelo de Estado, el de su propio Bienestar o el bienestar de la esa clase política que ha venido para quedarse sea de la forma que sea. Y eso sí comienza a resultar un verdadero peligro, aunque hace unos pocos años nos prometían austeridad. Ya se ve, ya. Volvemos a los vicios de poder. Más de lo mismo.