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Bienvenida la irreverencia

27/12/2018 - 

Virgilio atravesó nuestra cultura para siempre al escribir la Eneida. El poeta hilvanó una epopeya que ríete tu de una mala digestión de Elon Musk. Poniendo a trabajar el talento al servicio del mal y la grandilocuencia -o sea, como un Michael Bay de la vida– se inventó desde la ficción el ser del imperio romano. Cataplum. Y así hasta nuestros días. Era el siglo I y a nadie le daba alergia que Augusto, que antes de emperador fue amigo íntimo de Virgilio, le hubiera encargado a este que hiciera uso de su inefable don con el latín para pontificar un momento y una sociedad tan valiosos como sus publicistas lograsen (Virgilio, el mejor de todos ellos). El don de la palabra, insisto, lo dispuso un poeta a quien se le atribuye la siguiente condena para Occidente: "quienes pueden, pueden porque piensan que pueden".

En tiempos de sociedades subordinadas, no son las subordinadas, precisamente, lo que más conviene al entendimiento. Por eso, supongo, el empresario Álex Rovira economiza a Virgilio y actualiza la idea: "pueden porque creen que pueden". Ese es el centro neurálgico que explica la vida de otro italiano que, 20 siglos después de Augusto, ha logrado ser lo más parecido a un emperador: Silvio Berlusconi. Las consecuencias de su paso por el mundo no son menos evidentes en una Italia que convida a la nostalgia de cualquier pretérito imperfecto. Pero el traje, a Silvio, digo, se lo ha cosido esta vez el extraordinario cineasta Paolo Sorrentino. Y, lo crean o no, su cara, incluso en las fauces de Toni Servillo, es de un cemento armado que incluso sobrevive a la ficción. (En España el film se estrena el próximo 4 de enero como una única unidad, aunque en origen son dos títulos titulados Loro 1 y Loro 2 (Ellos). 

“verdad es el resultado del tono de voz y la convicción con la que lo dices”.

Ni a Italia ni a la crítica le ha gustado la última andanza de Sorrentino (La gran belleza, La juventud, The Young Pope). A mí me resulta una proeza de la forma en adelante. Porque es posible que el contenido vaya de más a menos (me interesa mucho más la primera parte que el conservadurismo de la segunda), con una paulatina condescendencia sobre Berlusconi, esposa y entorno que, acepto, en el país de la bota no ha debido caer de pie. Sin embargo, repito, la forma está tan avanzada a su tiempo por descaro que me cuesta poder alcanzar un grado de divertimento superior al de Silvio (y los otros) en una butaca de cine. Porque Sorrentino es consciente de que contra los domadores de la palabra, contra los que con dinero someten al receptor, solo cabe la más burda de las sátiras. Solo cabe situar en el ridículo al escenario completo y no esperar nada a cambio. Si alguien se da cuenta del absurdo desde el otro lado, milagro.

En las últimas semanas habrán descubierto que, sin que nadie lo sugiriese antes, un partido anticonstitucionalista como Vox, es abrazado por los defensores del 78. Hace cuatro o cinco semanas a los líderes de Partido Popular y Ciudadanos no se les hubiera ocurrido apoyar a un grupo político capaz de situar en el sexto de sus puntos programáticos la disolución de las Autonomías: "transformar el Estado autonómico en un Estado de Derecho". Que tiene tanto significado como rezar un Ave María mirando a la Meca. Que tiene el poso argumental de quien defiende que Vox no es de extrema derecha, sino de "extrema necesidad", y se queda revoloteando en esta idea sin completar ninguna otra porque ahora que ha descubierto que sus años de voto a PP y PSOE han salido rana, opta por el sucedáneo de cangrejo al descubrir que "no van a robar más que PSOE y Podemos".

"Verdad es el resultado del tono de voz y la convicción con la que lo dices". La frase es de Silvio y es una de las incontables líneas brillantes del guión de Sorrentino que, insisto, encuentra su mejor lado en la forma en la que interpreta el circo que describe. Es fácil que cualquiera piense que de un representante público se espera algo más que que le roben lo mismo que otros, pero cuando se interpreta el entorno, cuando se es consciente de que el entorno se cantea levemente cada muchas décadas, entonces hay que abandonarse a la risa. Al esperpento, en concreto. Hay que tolerarse los horrores propios y divertirse. Hay que ser optimista y aceptar que hay toda una generación de seres vivos que necesitan ser dueños de su tiempo

El caldo de cultivo –desde los medios al avernito de las redes sociales– ha sido mucho más favorable a ideas tan peregrinas como la de la extrema necesidad. Las extremas necesidades solo son fisiológicas y es evidente que la política ha entrado en la era de la fisiología. Ante necesidades fisiológicas, inquietudes fisiológicas como las de la película de Sorrentino. Las comunes, las necesidades, digo, según buena parte de los votantes, parecen ser tan básicas que en Andalucía han pasado a decidir su futuro en relación al declive independentista catalán. Al otro lado del río, del Sénia, en concreto, la parálisis de su Parlament es una evidencia. Desde que llegara Puigdemont han levantado tres leyes en tres años. También les digo, no han parado quietos. De haber levantado otras tantas, el Tribunal Constitucional o el 155 las hubieran convertido en agua de borrajas antes o después. 

La película de Sorrentino, por concluir, evidencia que es muy difícil ser Silvio Berlusconi. Afortunadamente, claro. Tampoco es meritorio, ya que es altamente improbable que alguien tenga una vida tan deplorable como para no sentir estima por sus más inmediatos y vergüenza de sí mismo arrasando con todo lo que le rodea. Es posible que muchos deseen ser Berlusconi dentro y fuera de Italia, que crean estar dispuestos a convertirse en el híbrido humano de una ciénaga moral y un agujero de gusano de los valores cristianos; es posible. Sin embargo, todos los que nunca lo han sido y los que nunca llegaran a serlo no han tenido mala suerte. No es que no hayan sabido hacerlo: es que han albergado la menor educación, empatía y estima por sí mismos y por sus antecesores como para evitarle al mundo un destino tan patético.

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