Expertos en arte moderno explican que muchas subastas están amañadas por pujadores que lo único que buscan es que no se deprecien las obras de determinado artista al que ellos venden. Los millonarios que las compran lo llevan como cazadores de trofeos, lo viven como en busca del tesoro. Muchos artistas tienen talento, pero para generar titulares en los medios, ahí reside el quid. Así es un mundo al que le vaticinan que no le quedan más de cinco décadas de vida antes de que todo se deprecie brutalmente
VALÈNCIA. Leo en un tuit de @MrInsustancial "No hay cosa que más cohesione a todos los pueblos de España que su desprecio por el Arte Contemporáneo". Gran verdad, pero el razonamiento común hay que escucharlo. Si un hombre anónimo cualesquiera de buena mañana pincha un excremento canino con un palo y pretende exponerlo en una galería de arte contemporáneo no le van a dejar ni entrar en la sala. Las gentes, las masas, se preguntan por qué. Sobre todo a la vista de que un artista puede cobrar cientos de miles de euros por una hez atravesada por una vara.
Son palabras de los expertos en arte moderno entrevistados por Avrich, que se despachan a gusto en ochenta minutos de declaraciones sobre lo que hay detrás de este negocio. Se dejan todas las posibles corruptelas, pero son bastante claros en lo esencial. Más que el arte, en el mundo del arte lo que importa es el dinero.
Cuentan que el titular que suele aparecer en los medios sobre una obra de arte es cuánto ha costado, no lo que representa si es que representa algo que se pueda verbalizar. Para lo que tienen realmente talento los artistas punteros, explican, es para acaparar titulares. Lo cual es bien cierto que es un arte.
De esta manera, sus obras se convierten en trofeos. Los millonarios que las adquieren van a por ellas como a la busca del tesoro. Se llaman a sí mismos cazadores. Generalmente, se trata tan solo de una búsqueda de estatus. A veces, de gastar el dinero cuando se gana a espuertas. Una entrevistada señala que siempre hay "nuevas camadas" de millonarios interesados en obras de arte. En las imágenes aparece Kim Kardashian, jeques árabes... Pero entre los coleccionistas, también hay especuladores.
Los consultados parten de la base de que todo este mercado está manipulado. Los intermediarios nunca revelan cuánto les ha costado una obra y mucho menos el porcentaje que se llevan vendiéndola. No es extraño, se explica, que los intermediarios se dediquen a comprarse entre ellos obras de arte en subastas a precios mínimos para mantener el que dicen que tienen.
Un caso citado bastante simpático es el de una familia que posee varios cuadros iguales de Andy Warhol que cuestan millón y medio cada uno. Disciplinadamente, acuden a todas las subastas de cuadros como los suyos para pujar y subir el precio. Así se aseguran de que nunca se vende por menos de un mínimo.
A veces, el propio mercado se come a los artistas. Se dispara el precio de una obra y para la siguiente ya no tienen compradores. Se cita el caso de Jeff Koons, que vendió una figura de Popeye por 15 millones de dólares y en 14 días se volvió a vender por más de 60 millones. Dos semanas y con el beneficio de precio te podrías comprar a Cristiano Ronaldo.
Como se ha dicho, el comprador de una obra de arte puede estropear la reputación de un artista. Por eso él es uno de los más interesados en que su trabajo lo adquiera un coleccionista de renombre. Es ahí donde toman protagonismo las galerías y los que acuden a ellas. Los lugares de exposición cambian el precio de la misma obra dependiendo cuáles sean o si se trata de museos de renombre.
Las ferias de arte han llegado a atraer a muchas personas a las que se la pela el arte. Van para reírse, para ver con sus propios ojos qué es aquello o simplemente a dar una vuelta. Un coleccionista muy serio se quejaba de las conversaciones que tenía que escuchar en este tipo de muestras.
La conclusión del documental es demoledora. "La Historia es brutal desembarazándose de lo que no necesita", expresa un caballero. Traducción. Si a las próximas generaciones una obra no le dice nada poco importará que se vendiera por ochenta millones de euros. Hay tantas, además, que en menos de cincuenta años, calculan, no tendrán ningún valor la inmensa mayoría. La burbuja estallará tarde o temprano.
El hecho de que a las aludidas ferias acudan 65.000 personas que no van a comprar, solo a ver el circo, ya es indicativo de que la cotización de cada pieza es como mínimo relativa. Ya lo dijo Warhol, que el precio de una obra de arte no tenía nada que ver con ella. Ahora, si se está reuniendo para ver este circo una cantidad de personas similar a la que cabe en un estadio y lo expuesto que les divierte cuesta lo mismo que un futbolista, quizá algo ganaríamos sustituyendo la media hora diaria de fútbol que lleva cada informativo por información de arte moderno.
Por lo pronto, un reality show de aspirantes a artistas de vanguardia podría resultar muy refrescante en la propuesta actual que solo comprende a cocineros, cantantes, bailarines, solteros y aspirantes a ganar la votación de compañero ideal que nunca lograron en clase. Me interesaría y divertiría mucho ver a un jurado de expertos discutir por qué una obra vale y otra no y que los concursantes se sacaran los ojos para ganarse su favor. Quizá banalizando así el arte de vanguardia logremos explotar la burbuja. Aunque no hay que olvidarse: quien le mete semejantes sablazos a megamillonarios colocándoles una bolita de caca en un pirulo solo puede ser dos cosas: un loco o un dios.
Una película sobre el tema que recomiendo: (Untitled) de Jonathan Parker
El documental 'Back in time' recordaba lo revolucionaria que fue, aunque cueste creerlo, 'Regreso al futuro' en los 80. Una película donde el principal equívoco de la trama era que, en un viaje al pasado, un joven acababa ligando con su madre sin querer. Cuando la llevaron a Disney para ver si estaba interesada, les dijeron que estaban locos, que era “incesto”. Pero cuando se estrenó, nadie reparó demasiado en el detalle