RESTORÁN DE LA SEMANA

Boga Tasca (Oropesa del Mar)

El fuego es el hilo conductor de un proyecto donde se pone en valor el producto. Cocina de leña y vinos con alma para volver a disfrutar de los sabores tradicionales y acercar los pies al mar

| 13/11/2020 | 3 min, 52 seg

VALÈNCIA. Curioso que un proyecto junto al agua tenga tanto que ver con el fuego. Cocina de leña y vinos con alma, así se define Boga Tasca, que es la casa de Miguel y Adriana. Una pareja que se conoció estudiando cocina en el País Vasco, estuvo viviendo en Holanda y ahora ha retornado a Castellón, de donde él es originario. Del Norte preservan el respeto por el producto, que cada vez palpita con más fuerza a orillas del Mediterráneo. También una parrilla vasca que hace maravillas con el pescado salvaje y la chuleta de vaca, y a su vez les diferencia de cualquier restaurante de las inmediaciones. Por una cuestión de oportunidad, se instalaron en el puerto deportivo de Oropesa del Mar y echaron a navegar justo después de la época del confinamiento, con todo en contra. Pero ahí están: remando a favor.

Su rendición a la autenticidad les lleva a trabajar con productores de la zona, servir vinos de bodegas especiales y apostar por platos tradicionales, que además van rotando. No hay carta, sino una pizarra con las sugerencias del día, que nunca aguantan más de dos o tres servicios. Y lo mismo encontramos una careta crujiente, que un arroz meloso con manitas, o una lubina salvaje de l'Albufera. Todo se cocina con cariño y respeto, a fuego lento o abrasa viva, para sacar partido a la materia prima. La propuesta se basa en el sabor por encima de cualquier otra consideración. Hablan del calor de la leña, "que acompaña, une y entreteje".

"Si vamos a la Lonja, y ese día resulta que hay dos San Pedros fresquísimos, los compramos y los servimos. No queremos cerrarnos a tener siempre el mismo pescado en la carta. Y lo mismo pasa con el resto de productos, que dependen mucho del mercado y de la gente que vayamos conociendo", explican. Un poco de improvisación, pero también de curiosidad por el entorno. Sirven cerveza artesana de Castellón y traen pan artesano de Benicàssim, mientras indagan entre otros proyectos afines que puedan proveerles de alimentos. Y como Miguel también es un apasionado del vino, las botellas no suelen repetirse, ya que le gusta apostar por pequeños viticultores y siente debilidad por los vinos biodinámicos y naturales. "Nuestro enfoque es totalmente local. La gente ha ido entrando en ese rollo y parece que les está gustando. Había una parte de Castellón que lo estaba demandado", comentan.

La clientela más mayor, de ancla y barco, ha dejado paso a los comensales de cabecera, que es gente de entre 30 y 40 años, capaz de desplazarse a propósito. Amantes del buen comer, a quienes no les duele pagar el ticket medio -entre 40 y 50 euros, dependiendo mucho de la bebida, porque hay vinos de hasta 120 euros.-. Además, las raciones son muy generosas, por lo que se puede comer a base de entrantes, o compartir un plato y pedir un principal.



En cuanto a los aspectos prácticos del negocio, han ido ajustándolos conforme iban rodando y la pandemia seguía su curso. Nacieron adaptados a este nuevo escenario y han lidiado con la reducción de aforo, aprovechando al máximo la terraza y las posibilidades del local, que tiene el encanto de la informalidad -a medio camino entre la tasca y el chiringuito-. Si bien en verano trabajaron comidas y cenas, con la llegada del frío han decidido centrarse en el mediodía e incorporar el almuerzo. "Era una idea que teníamos desde el arranque, lo mismo que el take away, pero siempre buscando la tradición", precisan. Esto implica que la oferta para llevar quiere alejarse de las cocinas internacionales y decantarse por los platos de cuchara, que tanto se piensan en los días de frío. "Al final yo tenía una deuda con mi territorio y quiero apostar por las recetas valencianas de toda la vida", dice Miguel, a medio camino entre la sala y la cocina. Para estirar de carácter vasco tiene a Adriana, dueña y señora de los fogones. Ha colgado un Eguzkilore en el comedor. 

Para la mitología vasca, la Flor del Sol que protege el hogar.

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